Se echaba de menos al Martin Scorsese de las historias épicas y violentas sobre malos tipos afrontando sus decisiones y (o siendo incapaces de hacerlo) después de una temporada explorando otras obsesiones cinéfilas con diferente fortuna. Sin entrar en si ‘Sutther Island’ (2010) o ‘Silencio’ (Silence, 2016) están entre lo mejor o no de su filmografía, la carrera del neoyorquino empezaba a dejar un hueco demasiado visible para una pieza final a la altura.
Si no contamos ‘Malas Calles’ (Mean Streets, 1973) como una de sus obras épicas sobre el mundo del crimen — al fin y al cabo no llega a las dos horas— se puede establecer una línea formal y temática más férrea entre ‘El Irlandés’ (The Irishman, 2019), ‘Uno de los nuestros’ (Goodfellas, 1989) y ‘Casino’ (1995). Entre las tres hacen un fresco de los distintos niveles hasta dónde puede llegar el poder del hampa, los hilos del crimen organizado y cómo su historia dialoga con las distintas facetas de la historia americana.
La cuadratura del círculo del crimen
Si en ‘Malas Calles’ explora el terreno más raso, el mundo de los peones y los jóvenes delincuentes de poca monta que hacen trabajillos para mafiosos italianos, en ‘El irlandés’ llegamos hasta la influencia sobre la política, los sindicatos y los mismísimos dirigentes del estado. Por el camino tenemos el paso del contrabando y el pequeño impuesto por protección a negocios hasta la llegada de la droga, la organización del juego a lo grande y sus primeras conexiones con senadores y políticos.
Pero mientras en ‘Casino’ se mostraba que dar la paliza equivocada podía llevar a tu destitución por los poderes fácticos, en ‘El irlandés’ nos muestra que ni el mismísimo presidente de los Estados Unidos está a salvo de las guerras e influencias del crimen organizado. Todo lo que cuenta la última película de Scorsese es fascinante, funciona como punto final de su trilogía (o tetralogía) de una manera digna, sólida y satisfactoria para todos los amantes de su cine.
El último capítulo nos muestra que, aunque acaben en la cárcel, algunos de estos criminales no acaban como la mayoría de la pandilla de ‘Uno de los nuestros’, en camiones de basura o acribillados, sino que pasan sus condenas y disfrutan de su pensión de sangre. Scorsese nos plantea la situación enfrentando la vejez a la conciencia, en una coda amarga que conecta con la rama de valores morales humanistas que dejan las lecturas de muchas de sus obras. Sin embargo, a pesar de ser una obra notable, ‘El irlandés’ no está a la altura de los filmes citados.
El efecto Netflix
Sin ánimo de polemizar, y hablando desde la mirada atónita ante la capacidad del autor de orquestar piezas colosales sin igual, con un arrojo y sabiduría que se filtran en la moviola, creando distancias enormes con cineastas de otras generaciones, ‘The Irishman’ no alcanza el nivel de excelencia de las otras dos grandes épicas del autor. Funciona como colofón de ‘Un de los nuestros’ y ‘Casino’, y también como mirada-resumen del propio cuerpo de trabajo del director, pero no por ello deja de ser algo irregular en ocasiones.
Lo primero que llama la atención de ‘El irlandés’ es su falta de brillo, su contención visual, que se puede traducir en cierto conformismo o limitación presupuestaria. Es de agradecer su aspecto de cine con textura, de celuloide granuloso y sin el aspecto digital de muchos de los productos de Netflix, pero al mismo tiempo tiene una tendencia al abuso de planos medios cerrados que se estancan durante buena parte de escenas de la película y contrastan con la enérgica puesta en escena de las anteriores dos películas.
Hay ciertos ecos a la narración por impulso musical clásica del autor, pero tener frescas ambas muestras criminales previas no hace ningún favor a la percepción de dirección de esta, mucho más corriente y acomodada, salvo en las estupendas secuencias de montajes más dinámico, marca de la casa. Pero hay una sensación de que el ticket dorado al director sin límites ha dado lugar a un exceso en el que no solo sufre de un metraje excesivo sino de una dirección centrada en los actores, no tanto en el conjunto del encuadre, sin la avidez visual de ‘Casino’.
Más no es mejor
Las tres horas y media de ‘El irlandés’ no son un hueso tan duro de roer como puede parecer, pero tampoco son la montaña rusa con algodón de azúcar, adrenalina y caramelos que algunos han querido hacer ver. Desde luego, con una narración clásica, sólida y sin vericuetos una historia compleja y llena de matices resulta interesante, pero no siempre absorbente. La crónica de la vida de Frank Sheeran es apasionante, pero emplear 210 minutos para ello asemeja la empresa a una miniserie televisiva comprimida.
Puede que el destino de ‘The Irishman’ hubiera sido estar partida en cuatro bloques diferenciados en la plataforma, como la versión (inferior) extendida de ‘Los odiosos ocho’ (The Hateful Eight, 2015), pero el quid es conseguir que ese tiempo no se haga cuesta arriba. Y no es que le falten o le sobren escenas —sobre ello, más adelante— sino que Scorsese no demuestra una economía narrativa particularmente fulgurante, sino que se recrea y recrea en las escenas y diálogos, incluidos pequeños pasajes caprichosos que se revelarán menos importantes de lo esperable.
El duelo interpretativo queda en reunión de amigos
Nadie puede culpar a Scorsese de deleitarse, claro. Tener a Robert De Niro, Al Pacino y Joe Pesci, tres de los más grandes de todos los tiempos haciendo equipo, es un lujo en sí mismo. Siendo Pesci el más contenido de su registro habitual, Pacino está desatado como no se le veía quizá desde ‘Esencia de mujer’ (Scent of a Woman, 1992), enormes ambos, dejan espacio a un De Niro muy lejos de sus imitaciones autoparódicas de gangster.
El papel de Sheeran dibuja a un matarife algo tarugo con un sentido de la profesionalidad absolutamente sereno, distinto a otros papeles más sádicos, pero con cierta reminiscencia del Vito Corleone frío con una pistola en la mano de los “orígenes” del padrino. Sin embargo ‘El irlandés’ no logra hacer saltar chispas entre los tres, o al menos entre los dos contendientes de ‘Heat’ (1995), los cuales tenían más tensión en sus cinco minutos compartidos de la obra de Mann que en toda la última de Scorsese.
Son cosas de la edad
Ya sea por la separación de los personajes en la trama o una falta de tensión en los conflictos entre ellos —quizá la única escena verdaderamente a la altura del desafío es un enfrentamiento casi no verbal entre Pesci y Pacino— la cuadratura no es la que se podría esperar de nombres que pesan en la sociedad y la historia ya casi más que los personajes reales de la época que interpretan. Sobre lo infrautilizado que está Harvey Keitel no sería justo entrar, por ser una decisión de casting, pero su sola presencia ya impone.
Con respecto a las interpretaciones, es de recibo destacar el papel de la tecnología rejuvenecedora que se ha utilizado en la mayor parte de la narración. El proceso es sorprendente, y en este caso hay un uso justificado que muestra un avance tremendo frente al de otras películas, pero no por este motivo es menos insuficiente. El barniz digital está presente, y a veces no encaja con los cambios de tiempo —el color de los ojos de Robert de Niro cambia— e incluso en el personaje de Pacino a veces llama mucho la atención.
En general, es extraño conocer la fisionomía de los actores en esa edad y percatarse que se ha superpuesto sobre la misma persona ahora. No solo por la forma de moverse y en la interpretación, que deja la impresión de alguien mayor metido en una carcasa que no le corresponde, sino en la complexión del físico y la estructura ósea de la cara. Todo esto se deja ver también en la actuación y en ocasiones saca de la obra, ya que, dentro del drama y de un cine basado en actores, el aspecto y movimiento deja un poso extraño y puede distraer.
El bucle de Hoffa y la mafia
Puede que comentar el argumento de ‘El irlandés’ más allá de la segunda hora sea entrar en spoilers, pero a nadie le es extraño que Pacino interprete a Jimmy Hoffa y, teniendo en cuenta las relaciones de este con la mafia, no debe sorprender que su segunda mitad esté muy centrado en estas. Dicho esto, los siguientes dos párrafos pueden desvelar aspectos de la trama que quizá no quieras saber. Si hay un detalle que hace que este no sea el trabajo impecable que se podría esperar de esas tres horas y media de duración, es su tendencia a la repetición.
Si en ‘Silencio’ se repetían escenas una y otra vez, con cierta intencionalidad de conectar al espectador a la experiencia de los misioneros, hasta quedar exhaustos, las escenas que tienden al bucle de ‘El irlandés’ se centran, principalmente, en el juego de avisos de la mafia a Hoffa para retirarse de los sindicatos con Frank Sheeran como intermediario. Hay una sucesión de secuencias siamesas acumuladas en las partes antes de su desaparición que hacen parecer que no había otro gancho emocional para continuar la película.
Como el momento de ‘Malas calles’, en el que Charlie intenta convencer a Johnny Boy, hay un triplete de avisos y negativas de Hoffa, hasta estirar el límite de la paciencia tanto del pobre Sheeran como del espectador. El uso de minutos ilimitados para cada escenas deja espacio de recreo para Scorsese que, mientras permite que los actores encuentren su tono sin poner cortapisas, alarga escenas de forma innecesaria, como, por ejemplo, el diálogo del asiento mojado y el pescado, que no es ni tan gracioso o incómodo como se supone que debería parecernos en ese momento.
Sin redención
Estos problemas son menores si comprendemos la escala de todo lo que nos está contando Scorsese, como un reverso oscuro de ‘Forrest Gump’ (1994), y por cada diálogo sobrealargado hay un estupendo montaje secuenciado con andanzas de Sheeran, asesinatos o explosiones. Las escenas en las que debe cumplir misiones son estupendas y la relación con su hija, realmente, el corazón que mueve la obra hasta su amargo final. El escaso ángulo emocional, perdido entre descripciones de funcionamiento de sindicatos y pensiones, es el tesoro de la obra.
Si en ‘Uno de los nuestros’ acababa aislado de cualquier tipo de posibilidad de volver, acorralado por los suyos, en ‘Casino’ se podía intuir que la vuelta a la casilla de salida del personaje le pondría en ruta para nuevas etapas de crimen pero nunca tan esplendorosas. En ‘El irlandés’ logra llegar al final del camino para acabar en un hospicio, que no es sino otra cárcel sin la compañía de sus seres queridos. En las tres obras hay un patrón claro de lo que acaba siendo la vida para los criminales por muy alto que suban.
El glamour de los días de dinero y sangre es retratado con más sinsabores que los de sus anteriores obras, pero contrasta con el largo pasar de las horas en la cárcel o el asilo, y detalles como Sheeran eligiendo su propio nicho son demoledores sin necesidad de marcar las tildes. Hay mucho y muy bueno dentro de ‘El irlandés’, y probablemente haya que desentrañarla en más de un visionado, pero con uno basta para saber que es demasiado larga, irregular y algo decepcionante por lo que no hace con su reparto, definitivamente un Scorsese de tipo A, pero el más raso de esa categoría.
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