En el caso de Bergman no me canso de repetir lo mismo, y es algo que entronca con un futuro artículo en torno a las primeras obras y a los directores primerizos (sobre todo en España). Y es el tema de que no todos los directores (de hecho un ramillete muy exiguo) llegaron y convencieron con sus primeras obras. Algunos célebres, de hecho, tardaron muchos años en demostrar su gran talento, pero mientras tanto tuvieron la oportunidad de dirigir películas, y de ir creciendo como artistas. Y uno de los más célebres, precisamente, el sueco al que estamos dedicando un especial, que hasta 'Prisión' ('Fängelse', 1949) no conoció ni un solo éxito de crítica y público consensuado, y cuyas anteriores películas, nada menos que cinco largometrajes, si bien no caros ni ambiciosos desde un punto de vista narrativo, poseían suficientes virtudes (y también no pocos balbuceos) para mantener a flote en el mundo de la cinematografía a quien ya era un triunfador (con apenas treinta años) en el mundo del teatro. Pero ya hemos apuntado su timidez conceptual y estilística, su indefinición en ciertos aspectos.
Timidez o indefinición que desaparecen de golpe con una película que, si bien no significa un enorme ensanchamiento de su talla artística hasta entonces, sí que son sustituidas por una energía, una oscuridad y un dinamismo prácticamente inexistentes en su cine anterior, y que convierten a su sexta película en una notable superación de sí mismo. No en vano se trata de su primer guión en solitario y del primer guión escrito sin ningún material teatral o novelístico preexistente. Una tragedia existencialista de tintes jungianos y casi nietzschianos en su brutal gelidez espiritual, cuyos torturados caracteres convierten a los que hasta ahora habían habitado el cine de Bergman en simples excusas melodramáticas y hasta en arquetipos. Cine dentro del cine que quizá pueda ser considerado como un borrador del futuro (y absolutamente magistral) 'Como en un espejo' ('Såsom i en spegel', 1961), y que, aunque adolece de una irregularidad formal evidente en sus pretensiones, posee momentos antológicos y una concepción del cine mucho más global y completa.
De hecho, y de alguna extraña y retorcida forma, muchas de las tramas, situaciones, personajes y dramas personales de las cinco anteriores películas de Bergman se encuentran aquí modificados, condensados y forjados en una sola historia. La de cuatro personajes para los que la vida carece absolutamente de sentido, pues su búsqueda de un significado espiritual impacta violentamente contra un mundo en el que Dios no solamente parece haberles abandonado, es que parece no haber existido jamás. Un concepto existencialista que, a partir de este momento, no abandonará jamás el cine de Bergman, por mucho que en él latan consideraciones metafísicas de todo tipo, y hasta se acerque a menudo al fantástico más lírico. Pero, desde 'Prisión', Dios no es más que una ausencia, una sombra que a menudo se confunde con la del Diablo, y que si existe sólo nos ignora cuando no nos desprecia. La sordidez moral, visual, anímica de 'Prisión' hace su título muy adecuado, pues para los cuatro personajes el mundo es una prisión sin salida, una trampa cuya única salida es la muerte.
¿El Diablo gobierna la Tierra?
Más que una película de tesis, es una película en lo que lo visual está destinado a mostrar el vacío interior de los personajes. Quizá el guión de Bergman, a veces brillante, adolezca en algunos diálogos de facilidades o de subrayados, o que sus sueños sean muy mejorables en la representación onírica del drama, pues todavía poseen una pátina de convencionalismo. Pero este ya es otro Bergman. La puesta en escena, increíblemente vibrante, es la de un director al que la cámara no estorba, sino que es una herramienta narrativa más, y se fusiona perfectamente con su habitual destreza en la dirección de actores. De todos ellos, sobresale por derecho propio Birger Malmsten (que llegaría a trabajar en ocho películas de Bergman, y cuyo papel estelar en 'Música en la oscuridad' ('Musik i mörker', 1948) le valió no pocos elogios) como el doliente Thomas, pero la contención interpretativa nórdica de todo el reparto es esencial para que el trenzado de terribles acontecimientos (partos de menores de edad en la soledad de la casa, pactos de suicidio, ataques machistas brutales...) en los que unos personajes son primero protagonistas y luego secundarios, en un malabarismo narrativo que se verá culminado en 'Como en un espejo', en la que como ya veremos, la mirada de Bergman se ha ampliado y simplificado, mientras que su guión es mucho más perfecto y mucho menos metafórico.
El recurso de la película (en la que se intenta demostrar la presencia del Diablo y su supremacía moral en la Tierra) dentro de la película, más que para demostrar el amor por el medio (que también, y es uno de los primeros) es empleado por el cineasta para que de la representación de la ficción se establezca un espejo con la realidad (que no es más que otra ficción) y, de ese reflejo, sintamos esa segunda ficción como absolutamente real, y para que el drama que se establece en la segunda ficción enriquezca y trascienda la primera. Pero este complejo mecanismo narrativo no siempre le sale a Bergman todo lo fluido que él, me temo, hubiera querido, pues se nota demasiado el artificio y la preparación de las escenas colindantes como meras excusas dramáticas. Con todo, en la magistral secuencia final y en algunos dobles sentidos, somos testigos del ingenio y la capacidad de fabulación de un cineasta que empezaba a ser conocido, gracias a esta película, fuera de sus fronteras, y que se asomaba a los cincuenta mucho mejor armado de talento y confianza en sí mismo.
Conclusión
No es una de sus obras mayores, pero muchas de sus obras mayores dependieron de los logros de ésta para hacerse realidad. En el año 1949 Bergman aún dirigiría otra película, de la que hablaremos en breve. Habrá que tener algo de paciencia, pues aún falta hablar de seis largometrajes antes de hablar de su primera obra maestra como director, pero todo lo bueno se hace esperar.
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