Es muy probable que la aserción con la que voy a abrir esta entrada me granjee algún airado comentario, pero creo que es idónea para poneros en situación acerca de lo que esperaba de lo último de Spike Jonze y lo muchísimo que la nueva propuesta del singular cineasta ha llegado a emocionarme. Y dicha afirmación no es otra que esta: nunca he sentido una atracción especial hacia ninguna de las producciones firmadas por el estadounidense, al menos por aquellas que he visto, que no han sido todas.
Así, ni me pareció que 'Cómo ser John Malkovich' ('Being John Malkovich', 1999) supiera sobrevivir a su originalísima premisa de partida —aunque hay que admitir que la escena de Malkovich dentro de su propia cabeza era antológica—, ni encontré en 'El ladrón de orquídeas' ('Adaptation', 2002) aquello que muchos allegados mío sí pudieron —o supieron— ver, y la magia que debería haber dimanado de 'Donde viven los monstruos' ('Where the Wild Things Are', 2009) no apareció por ninguna parte en la sala a la que acudí a visionarla.
Con tales experiencias previas, por más que el venir protagonizada por Joaquin Phoenix fuera un punto muy a favor de la producción, y aunque el avance del filme me había cautivado lo suficiente como para picar mi curiosidad, lo que esperaba de 'Her' (id, 2013) era otra excéntrica elucubración del cineasta y guionista que exigiera del espectador un complejo procesamiento posterior para poder aprehenderse de lo que en ella se planteaba. En su lugar, empero, me he encontrado con una elocuente disertación acerca del individuo contemporáneo, la soledad, la necesidad del ser humano de compartir sus inquietudes y sentimientos y, por supuesto, aunque creo que es un interés parcial de Jonze, una crítica nada desdeñable a los "peligros" del maridaje entre la tecnología y la rápida evolución que están sufriendo las redes sociales y lo que ambas comportan en la disolución de la identidad.
Todo ello y mucho más es lo que el espectador que acuda a su cine más cercano a ver 'Her' va a poder encontrarse, y si algo tuviera que destacar de ese mucho más que completa la fascinante proposición cinematográfica que es el presente título, tendría que hacer referencia irremisible a dos terrenos artísticos en los que el filme se desmarca por méritos propios: sus interpretaciones y la dirección —que no el guión, al menos no del todo, como veremos después— de un Jonze en pleno estado de gracia que transmite una energía positiva de tal entidad que resulta complicado no contagiarse de ella a lo largo de las dos horas de metraje.
En lo que a los primeros respecta, y admitiendo de nuevo mis simpatías hacia un Joaquin Phoenix que siempre me ha parecido un actor espléndido —y para muestra dos botones: el de la escena del parricidio de 'Gladiator' (id, Ridley Scott, 2000) o el momento en que su personaje ve el video brasileño en 'Señales' ('Signs', M. Night Shyamalan, 2002)—, he de reconocer que lo que el intérprete pone en juego aquí supera con mucho lo que hasta ahora le había podido ver: la ternura que inspira su personaje sólo tiene parangón con la honda tristeza que expresa su rostro en los momentos iniciales de la acción y la inmensa felicidad que éstos reflejan hacia la mitad de la proyección, cargando el actor en solitario con gran parte del peso de la duración de la cinta y demostrando que tiene sobradas capacidades para lo que quieran "echar sobre él".
A su lado, y destacando la variedad femenina que implican tanto Rooney Mara, como una vitalista Olivia Wilde o, sobre todo, una Amy Adams completamente desmaquillada que se aleja sobremanera de la sensualidad extrema que le vimos hace unas semanas en 'La gran estafa americana' ('American Hustle', David O'Russell, 2013), si hay alguien que merece todos los elogios del que esto suscribe esa es Scarlett Johansson, una actriz que nunca me ha parecido algo más que un bello florero pero que aquí despliega con su voz —y sólo con su voz— un abanico de emociones que sirven de perfecto contrapunto a la contención que sirve de patrón a Phoenix.
La química generada entre los modos interpretativos de uno y las diversas y muy logradas tesituras vocales de la otra son aprovechadas por Jonze para servir de pilar a una dirección que, como decía antes, se erige como valor fundamental que apreciar de entre los muchos estímulos que genera 'Her': haciéndose eco visual de la gran variedad de estados emocionales por los que pasa su personaje principal, y apoyándose en una soberbia labor fotográfica del suizo Hoyte Van Hoytema —un director de fotografía que ya dejo muestras más que evidentes de su talento en la versión "original" de 'Déjame entrar' ('Låt den rätte komma in', Thomas Alfredsson, 2008)—, que saca un partido asombroso a la precisa labor de vestuario y de los entornos por los que se mueve la acción, Jonze plantea un trabajo que, sin servir de demérito a todo lo que le hemos visto hasta la fecha, se posiciona como lo mejor que ha rodado el cineasta.
Para finalizar, y por poner una minúscula pega a tanto despliegue de buen hacer y genialidad artística, quizás —y sólo quizás— le achacaría a la cinta que, después de lo mucho que el guión trabaja para hacer creíble tanto ese futuro no muy lejano que se dibuja ante nuestros ojos —y que es plausible hasta límites que dan cierto vértigo— como las brillantes formas en las que se fusionan la vertiente de ciencia-ficción de la cinta con la dramática, se deje llevar por lo "esperable" de sus últimos minutos. Ahora bien, que nadie se equivoque pensando que lo que éstos ponen en juego arruina la función o se establecen como un punto de ruptura con lo planteado hasta entonces, ya que son consecución más que lógica de todo lo que se plantea con anterioridad pero, al menos a un servidor, le habría gustado asistir a una conclusión algo menos complaciente y más arriesgada. Con todo, una sorpresa que sobrepasa lo grato y se eleva como uno de los mejores filmes que he tenido la oportunidad de ver en lo que llevamos de 2014.
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