He visto 'Neon Genesis Evangelion' buscando saldar una deuda pendiente con el anime, y he encontrado una obra maestra reconvertida en obsesión

Pese a haber disfrutado de crío con leyendas televisivas como ‘Saint Seiya’, ‘Dragon Ball Z’, ‘Slayers’, ‘Ranma ½’ o ‘Ruroni Kenshin’ —por poner unos cuantos ejemplos—, y más adelante con la obra y milagros cinematográficos de autores de la talla de Satoshi Kon —jamás olvidaré la primera vez que vi ‘Perfect Blue’, Katsuhiro Otomo o Mamoru Oshii, he de reconocer que siempre he tenido una gran deuda pendiente con el anime; ya sea en su forma de serie de televisión o de largometraje.

A estas alturas de la vida, como podéis imaginar, mi lista de visionados futuros es kilométrica, y está repleta de producciones consideradas esenciales como la que nos ocupa; pero hace cosa de un mes, aprovechando que está disponible al completo en Netflix, decidí empezar a tachar títulos comenzando por arriba del todo. Ahora, casi cinco semanas después, puedo proclamar con orgullo que al fin he visto ‘Neon Genesis Evangelion’.

Aprovechando mi descubrimiento —más bien revelación— tardío, he decidido juntar unas cuantas líneas para reivindicar por enésima vez la joya de Hideaki Anno desde el punto de vista de un iniciado en la materia. Y es que los extraordinarios 26 (+2) episodios de ‘Neon Genesis Evangelion’ se han traducido en una experiencia casi catártica tanto a nivel personal como en lo que respecta a mi relación con el lenguaje, forma y fondo del medio audiovisual. Un punto de no retorno al que sólo pueden conducirte las grandes obras maestras.

Descubriendo el cielo

En pleno año 2021, prácticamente un cuarto de siglo después del cierre definitivo de ‘Neon Genesis Evangelion’ con ‘The End of Evangelion’, es prácticamente imposible exponer algo que no haya sido escrito anteriormente una y mil veces; así que lo único que queda es ensalzar las virtudes y elementos clave del anime canalizándolas a través de mi relación con él y con unos valores formales y narrativos que considero, en este momento, inigualables.

Mi primera toma de contacto con la serie, a través de sus dos capítulos iniciales, titulados ‘El ataque del ángel’ y ‘Un techo desconocido’, fue suficiente para caer rendido y quedar completamente atrapado ante lo que prometía ser una deconstrucción del género kaiju-eiga y los de mechas bajo la forma de un shōnen tan denso como espectacular. Sin duda, no tenía ni idea de lo que estaba a punto de venírseme encima, pero celebro haber ignorado la tentación de devorarla de un par de sentadas para terminar paladeándola poco a poco.

Si hay algo que me ha fascinado de ‘Neon Genesis Evangelion’, y que me ha mantenido pegado a la pantalla —o pensando en ella cuando no estaba viéndola, lo cual llevaba mucho tiempo sin ocurrirme—, es el modo en que dosifica la información. Anno prescinde de sobreexplicaciones, subrayados y subtramas infinitas y opta por la síntesis y la economía narrativa para reducir claves dramáticas y argumentales a simples detalles en acciones o diálogos.

Esto podría haber sido fácilmente contraproducente, invitando a la desconexión frente al caos, la incomprensión y el bombardeo de conceptos sin ningún tipo de tregua, pero, en mi caso, puso a mil revoluciones mi cerebro episodio tras episodio mientras intentaba desentrañar los secretos ocultos tras la naturaleza de los EVA y sus conexiones con los pilotos, la estructura y relación de SEELE y NERV, el origen de los Ángeles o los entresijos del Plan de Complementación Humana; pequeños fragmentos de un lore gigantesco.

El alma de 'Evangelion'

En medio de esta maraña de simbología religiosa, criaturas imposibles, Apocalipsis en proceso y batallas encarnizadas se encuentran las que son, sin duda, las verdaderas almas de ‘Evangelion’. Me estoy refiriendo, por supuesto, a unos personajes redondos, que hacen gala de unas dinámicas y tratamientos brillantes; que abarcan desde las grandes estrellas de la función hasta a encantadores secundarios relegados a un segundo término como Maya o Makoto.

Todos ellos, en un extraordinario ejercicio coral, actúan como catalizadores de las complejas tesis que encierra la producción; de un poderosísimo calado psicológico y filosófico, y que no titubean a la hora de sumergirse en las pantanosas aguas del trauma, el abandono, la depresión, el auto-aislamiento como barrera de prevención ante el dolor, la dependencia emocional o las inevitables consecuencias de las relaciones paterno y materno-filiales —o la ausencia de ellas— sobre la psique de los hijos.

Esta amalgama de discursos, desarrollados paulatinamente y cuyo análisis pormenorizado podría derivar en un ensayo de cientos y cientos de páginas, culmina en los súbitos episodios 25 y 26 emitidos originalmente con los títulos de ‘Un mundo que se acaba’ y ‘La bestia que pedía amor a gritos desde el centro del mundo’, que cerraron aparentemente el arco de Shinji Ikari con un extraño, anticlimático y enigmático —y, pese a todo, disfrutable— ejercicio de introspección.

No obstante, la gran traca final de ‘Neon Genesis Evangelion’ llegó tras el excepcional resumen ‘Death (True)²’ —el trabajo de montaje es realmente impresionante— de la mano de los dos actos finales y un epílogo condensados en ‘The End of Evangelion’: unos ‘Air/Love is Destructive’, ‘Sincerely Yours’ y ‘One More Final: I Need You’ devastadores que no sólo lanzaron los últimos detalles para dar cohesión al mundo de Hideaki Anno, sino que también me golpearon emocionalmente, me hicieron gritar varias veces al televisor, me obligaron a contener el aliento y dieron punto y final a un viaje de una intensidad que veo difícil volver a experimentar.

Punto de no retorno

Redondeando lo que, bajo mi punto de vista, ya es perfecto, se encuentra un tratamiento formal impoluto ya no sólo en referente a la animación y el diseño de producción —ambos descomunales tanto cuando se entregan a la acción más brutal como en los pasajes más íntimos y oníricos—, sino en lo relacionado con la dirección de todos y cada uno de los realizadores implicados en el proyecto.

El modo en que se juega con las leyes tradicionales del encuadre, con la cadencia del montaje, con una planificación que no teme en reducir una escena a un plano detalle, o con un ritmo que decelera la acción hasta convertir unos segundos en una eternidad que te deja con el corazón en un puño —el último encuentro entre Shinji y Kaworu es sobrecogedor—, es sólo el broche de oro para una muestra de auténtica gloria audiovisual.

El posvisionado de ‘Neon Genesis Evangelion’, que llevo reposando unos cuantos días, está confirmando que todas estas sensaciones no han sido fruto de un calentón puntual, sino consecuencia de la tremenda calidad de un anime que me ha calado hondo hasta convertirse prácticamente en una obsesión. Una clase magistral de guión, dirección, montaje, worldbuilding y construcción de personajes que me va a acompañar durante mucho, mucho tiempo.

Por suerte, aún me queda por ver qué me ofrecen las cuatro películas del ‘Rebuild’, pero tengo la extraña —y horrible— sensación de que, en lo que respecta a mi relación con el anime, 'Evangelion' se ha convertido en un punto de no retorno, y nada de lo que vea a partir de ahora va a conseguir superarla, ni rellenar el hueco que me ha dejado despedir a Shinji, Rei, Asuka, Misato y compañía.

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