‘Guy and Madeleine on a Park Bench’ es la ópera prima de Damien Chazelle. Un film poco conocido al que no se le ha dado la merecida publicidad, esa tendenciosa herramienta que es capaz de minar la cultura ocultando obras que merecen mayor reconocimiento. Algo parecido le sucedió a Stefano Sollima cuando estrenó entre nosotros ‘Suburra’ (íd., 2015), muchos pensaron que era su primer film. En la era de la tecnología es la época de la desinformación.
Encontrar el film tampoco es fácil. Existe una copia en Youtube subtitulada al castellano, incluidas las canciones —como debe ser—, pero variando el formato original en el que se filmó, el 1:85, con el que Chazelle realiza otro de sus queridos juegos sobre el cine en sí, evocando los inicios. A eso hay que sumar su ya conocido amor por el jazz, aunque las muestras de sus films sean demasiado asequibles, como destinadas a gente que desconoce por completo el estilo musical que nos dio leyendas como Charlie Parker o Bill Evans.
‘Guy and Madeleine on a Park Bench’ semeja por momentos una especie de borrador de la película que va a arrasar en la próxima ceremonia de los Oscars —estamos hablando de la que podría ser la cuarta película con más Oscars de la historia… —. Las desventuras de un músico de jazz, un trompetista, mientras busca el éxito y tiene dos encuentros amorosos bastante importantes durante esa soñada búsqueda del éxito. Un borrador que se diferencia sobre todo en lo formal.
Si tanto en ‘Whiplash’ (íd., 2014) como en su tercera película Chazelle parece pasárselo en grande con el formato scope y los numerosos plano-secuencia, apoyando además sus discurso sobre el arte y el sacrificio, en su primera película optó por un formalismo totalmente en las antípodas. Las referencias clásicas de los musicales pueden ser las mismas —hay dos instantes aquí con los personajes bailando como en una de esas clásicas referencias—, pero la cámara evoca a puros autores estadounidenses y europeos.
El inicio del discurso de Chazelle
Jean-Luc Godard en algunos de sus primeros films, una referencia que personalmente me rechina más que me agrada —creo que Godard es, afortunadamente, inimitable—, los documentales de Jean Rouch, aunque probablemente la referencia más clara sea la del John Cassavetes y su ópera prima. ‘Shadows’, o ‘Sombras’, que narra, a ritmo de improvisaciones de jazz supervisadas por el gran Charles Mingus, historias de amor interraciales en el New York de los años cincuenta.
Dejando a un lado lo mucho que parece importarle a Chazelle el decir al mundo que le encanta el jazz, ‘Guy and Madeleine on a Park Bench’ puede pecar de falta de crescendo dramático, incluso de bajones de ritmo, algo preocupante en un film de 82 minutos de duración. Chazelle parece haber querido construir una historia narrada como si de un tema de jazz se tratase, intentando mezclar sueños —los números musicales— y realismo. Una cámara, que se acerca demasiado a los personajes, y sin embargo, éstos no quedan perfectamente definidos más allá del cliché.
Con todo, supone un debut arriesgado e interesante. Una pieza cinéfila y melómana que es el primer ladrillo colocado en el discurso de un cineasta que aún no ha terminado de exponer su alegato. Una reflexión sobre el arte y las diferentes formas de acercarse a él, de experimentarlo, de saborearlo en toda su esencia, a un precio mucho mayor del que todos soñamos. Está claro que a Chazelle le preocupa el precio a pagar por perseguir sueños que se desvirtúan cuando el éxito llama a tu puerta, y ese no es otro que el amor.
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