En la memoria de todo cinéfilo hay un puñado de películas que fueron decisivas para que el séptimo arte ocupase un lugar primordial en su existencia. Además, lo más probable es que la pasión por muchas de ellas sea compartida con no pocos amantes del cine, existiendo una especie de consenso oficioso sobre la importancia capital que determinados títulos han tenido. También es obvio, por mucho que a algunos les cueste aceptarlo, que no existe película alguna con la capacidad de maravillar a todo el mundo, por lo que perder el tiempo en discusiones al respecto no podría ser más improductivo.
Soy perfectamente consciente de que hasta cierto punto el discutir si una película es buena o mala puede llegar a ser divertido, pero lo realmente importante es lo que nosotros mismos hayamos disfrutado con ella. Por mi parte, soy el primero que defiende la capacidad de entretener como una de las claves para que un largometraje pueda gustarme, pero hay un número reducido de películas que trascienden esa categoría y sustituyen el simple entretenimiento por hacerte sentir una fascinación tal hacia lo que sucede en pantalla que el resto de cosas a tu alrededor prácticamente dejan de existir. ‘Gravity’ (Alfonso Cuarón, 2013) es una de ellas.
’Gravity’, una experiencia inolvidable
No ha sido necesario que ‘Gravity’ llegue a estrenarse comercialmente en país alguno para que las expectativas de los cinéfilos hacia ella se disparen tanto que sería un milagro que uno no acabase decepcionado de una forma u otra. Al menos eso era lo que temía, pero ni 15 minutos fueron necesarios para ser plenamente consciente de que tenía ante mí una película que no solamente iba a provocar la rendición de público y crítica, sino que estaba destinada a marcar época, tanto a nivel visual como sensitivo.
‘Gravity’ comienza con un muy publicitado —falso— plano secuencia que difícilmente podría funcionar mejor para todo lo que busca conseguir Alfonso Cuarón con él. Sin apenas esfuerzo logra que nos familiaricemos y encariñemos con los protagonistas del relato, pero al mismo tiempo nos deslumbra visualmente sin por ello dejar de prestar atención al más mínimo detalle de su impecable reconstrucción espacial. Todo ello evitando la sensación de ser un mero ejercicio de virtuosismo de puesta en escena, sino una fluida introducción de todo lo que está por llegar.
A duras penas se me ocurre algún actor de su misma edad en Hollywood que pueda cumplir tan bien la función que desempeña George Clooney en ‘Gravity’. Él es el oxígeno que necesitamos para poder respirar y la esperanza que nos hace confiar en que podamos superar una situación difícil, consiguiendo todo esto a través de una actitud entrañable y cercana en la que sobresale su tendencia a recordar grandes momentos de su pasado, esos mismos que muchas veces son lo único que nos salva de tirar la toalla y mandarlo todo a la porra.
Emociones a flor de piel
No obstante, la auténtica protagonista emocional es una Sandra Bullock que realiza un titánico despliegue físico y psicológico sólo al alcance de auténticos virtuosos de la interpretación. Cuarón no duda en exprimirlo para que nuestra inmersión en la historia sea tan profunda que aceptemos pasar por alto pequeños detalles del guión escrito junto a su hijo Jonás en los que se toma pequeñas licencias, ya sea para potenciar el lado más espectacular de ‘Gravity’ —el, por otro lado, efectivo momento extintor— o porque son cosas que tienen que suceder para que la historia siga progresando con una precisión milimétrica.
Ni tan siquiera 90 minutos dura ‘Gravity’, pero su visionado te llega a tocar tan dentro de ti que es como si hubieras recibido una información que requería de fácilmente 30 o 45 minutos adicionales. Muchos hubieran apostado por ello mediante la utilización de flashbacks del pasado traumático del personaje de Sandra Bullock o simplemente alargando más de la cuenta los instantes con mayor capacidad para impactar visualmente a los espectadores —las luchas contras los restos espaciales que amenazan con acabar con la vida de los protagonistas—, pero Cuarón no cede a la tentación y a cambio se ve recompensado con un inusual ritmo vertiginoso, pero en el que al mismo tiempo hay espacio para momentos más íntimos, con simbolismos constantes, pero llegando a ellos con una naturalidad y visceralidad tal que cualquier alternativa parece inviable.
Alfonso Cuarón ya nos había regalado una magnífica película titulada ‘Hijos de los hombres’ (‘Children of Men’, 2006), cinta con la que ‘Gravity’ comparte varias constantes vitales, pero todas ellas han sido pulidas y mejoradas, demostrando también tener la capacidad para ofrecernos el relato espacial más fascinante de toda la historia del cine. Para ello ha contado con un equipo de primera que nos ha permitido sentir literalmente que estamos flotando en el espacio, completamente indefensos ante la infinidad de peligros que nos acechan.
Básico para ello resulta el trabajo fotográfico de Emmanuel Lubezki, quien ya había demostrado un gran talento visual —y un arsenal muy amplio y variado— en todas sus colaboraciones previas con Cuarón, ya que la minuciosa reconstrucción del insondable espacio exterior es algo que se traslada al espectador, mientras que el añadido del 3D funciona aquí no como una forma de elevar el lado más espectacular de ‘Gravity’ —que lo tiene y es absolutamente impecable, aunque quizá lo sea aún más en formato IMAX, pero no tuve la oportunidad de verla así—, sino otra forma de potenciar la necesaria sensación de que estamos allí con Sandra Bullock. Ya es cosa de Cuarón que abandonemos esa equidistancia y nos convirtamos directamente en Ryan Stone, suframos con ella —la angustia que transmite hace que hasta se te entrecorte la respiración— y sus pequeñas victorias se conviertan en motivo de júbilo para nosotros, y vaya si lo consigue.
La gran mayoría de veces siento que la banda sonora de una película no es más que un añadido más para crear tensión o dramatismo intentando esquivar al máximo posible su naturaleza como mero artificio. Hay películas que lo consiguen y otras que logran crear una sincronía tan perfecta con determinadas escenas que acaban pasando a la historia. En ‘Gravity’ se consigue que todo encaje como un traje hecho a medida, pero es en el tramo final cuando la música compuesta por Steven Price alcanza tal grado de mimetismo e integración con lo que sucede en pantalla —atención sobre todo a este tema— que no tengo dudas en atribuirle gran parte del mérito de que estuviese literalmente con la piel de gallina durante los minutos finales.
Hay películas que te entran por los ojos, otras por el cerebro y algunas que te tocan el corazón. ‘Gravity’ es el perfecto ejemplo de que se pueden conseguir las tres cosas y de paso dejarte con la boca abierta y echado tan hacia delante en tu butaca por la tensión que un ligero empujón te haría caerte de bruces. No es que estemos solamente ante la mejor película de 2013 y de los últimos años, sino ante una obra de arte llamada a hacer historia y a conseguir que la pasión de muchos cinéfilos primerizos crezca hasta tal punto que ya nunca podrán dejar de ver películas con la esperanza de volver a encontrar otra con la capacidad para provocarles las mismas sensaciones que ‘Gravity’.
Nunca creí que en menos de una semana fuese a disfrutar de dos joyas de tal calibre como el desenlace de ‘Breaking Bad’, que ya antes del mismo se había convertido en una de las mejores series de televisión de todos los tiempos, y lo que a partir de hoy podréis ver todos en vuestro cine más cercano. ‘Gravity’ es una de esas películas que justifican el hecho de que el cine sea considerado un arte. No es perfecta, pero tampoco le hace falta.
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