'Godland' empieza con una mentira. Hlynur Pálmason se ha basado en siete fotografías encontradas en Islandia que suponen las primeras imágenes jamás tomadas del país, a partir de las cuales ha ideado una trama: ¿Quiénes son las personas de esas fotos? ¿Quién las sacó? ¿Cuál es el drama tras las mismas? Es un punto de partida muy interesante, demasiado bueno para ser verdad... porque es rotundamente falso. No será la única mentira de una película que quiere jugar con el espectador y sus expectativas, y desde el primer minuto decide no esconderse al respecto. El resultado es tan fascinante como agotador.
Foto matón
Como crítico es obligatorio que os hable del preciosismo, la inmensidad y la incomensurable belleza de las imágenes islandesas, unos planos que muestran la naturaleza como culmen de los sentidos, tan paradisíaca como peligrosa, tan bella como mortal. No hay una sola de las múltiples panorámicas de 'Godland' que no deje al espectador abrumado con la hermosura apabullante de unos parajes inexpugnables e imposibles de dominar. Es una de las experiencias visuales más increíbles del año con una magnífica dirección de fotografía. Sí. Pero.
'Godland' pone en alerta todos nuestros sentidos, sí, pero también exige que te armes de valor y paciencia si estabas esperando una película repleta de diálogos, giros dramáticos y personajes impactantes. Los hay, pero cocinados a un fuego lentísimo, casi exasperante en ocasiones: durante minutos y minutos la pausada película te obliga a comprender que el cine no siempre es necesariamente un arte narrativo, sino también visual. Y Pálmason ha creado pequeños lienzos en movimiento a los que quiere que prestes toda tu atención, reflexionando (o más bien haciendo reflexionar) sobre el poder de la imagen en el ecosistema audiovisual actual.
Pero no creáis que estáis ante dos horas y veinte minutos de videoarte en el que veremos a un sacerdote novicio llevando a sus espaldas una cámara fotográfica mientras intenta llevar la religión a los pueblos impíos: el personaje es muy interesante, repleto de matices, que lleva a unos últimos minutos donde abandona completamente el camino de Dios y se convierte en todo aquello que la película ha ido mostrando entre sombras: un ser mezquino, intratable, alejado de todo aquello que dice seguir y respetar.
Te rogamos, óyenos
Me voy a desmarcar un poco de la opinión crítica general sobre la película: es espectacular y sobrecogedora, sí, pero se queda muy lejos de la tensión y el nervio que el director supo mostrar en 'Un blanco, blanco día', donde consiguió dar a luz unas imágenes igualmente bellas, pero también impactantes, ayudándose del thriller para seguir adelante. El tono de 'Godland' no termina nunca de ser atractivo para el gran público (tampoco creo que quiera hacerlo), y cuando lo hace puede ser demasiado tarde para reengancharle.
Pero, como he dicho al principio, Pálmason entra al juego dispuesto a mentir y jugar con el espectador, aunque sea de forma prácticamente inconsciente. Durante dos horas va desenvolviendo un caramelo visual que, esparciéndose a lo largo de su metraje, se va tornando más y más amargo, convirtiendo a su protagonista, que se cree pío y bondadoso, en un ser abyecto y casi demoniaco que se rige exclusivamente por sus propios intereses. Ni cámara, ni siete fotos, ni iglesia: al final, lo que queda es lo terrenal. Como en la misma vida.
Si consigues entrar y quedarte fascinado por la propuesta de la película danesa te fascinará hasta los minutos finales, que tras pasar por una travesía de belleza y castigo laboriosa te premiará con un desenlace que da contexto a todo lo vivido con anterioridad. Puede que 'Godland' no sea una obra maestra, pero, desde luego, es un cada vez menos común ejemplo de cine contemplativo, solo que en esta ocasión envuelve en belleza y mentiras su aguijón venenoso hasta convertirse en una cinta que es capaz de picarte y crecer en el recuerdo.
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