Hace poco en un encuentro con el escritor Guillermo Arriaga, en el que soltó unas cuantas perlas que podrían provocar el típico desgarro de vestiduras, éste dijo que Los Beatles eran un grupo de pijos tocando, argumentando la poca conexión con la realidad, con la vida —y en el caso de Arriaga, testigo de una muy dura vida—, algo de lo que el arte siempre debe ser un reflejo. No estaba diciendo con eso que el mítico grupo fuera malo, que es lo que algunos habrán entendido. Es sencillamente una cuestión de inquietudes.
Algo parecido me ha pasado a mí con la revisión de ‘Gente corriente’ (‘Ordinary People’, Robert Redford, 1980), y que la recientemente desaparecida Mary Tyler Moore consideraba como una de las cumbres de su carrera artística. El film se hizo con cuatro Oscars aquel año: película, director, actor secundario y mejor guion adaptado. El mismo año que ‘Toro salvaje’ (‘Raging Bull’, Martin Scorsese, 1980) se hacía con las estatuillas a mejor actor principal y montaje.
En Hollywood el gremio de los actores es el que más peso tiene a la hora de votar en los Oscars. Robert Redford era un actor muy querido y respetado. Su salto a la dirección fue visto con buenos ojos por sus compañeros de profesión, que no dudaron en regalarle a Redford una de las noches de su vida. Viendo las películas de aquel año, a mí me resulta exagerado, una injusticia de cara a otros títulos, pero ¿en qué año en los Oscars, desde su primera entrega en 1929 no ha habido una injusticia?
La moda manda
1980, el año de un Scorsese tocando el cielo y entrando con su cámara en la incomodidad de un hogar americano. El año del mejor Brian DePalma con su mayor carta de amor a Alfred Hitchcock. El año el que John Hurt llevó quilos de maquillaje a las órdenes de David Lynch. El año de la mejor entrega de Star Wars. El año de Jack Nicholson abriendo una puerta a hachazos. El año de los Blues Brothers. El año de Michael Cimino arruinando a la United Artists. El año del mejor Supermán.
La suerte de Redford se vio además influenciada muy positivamente por el éxito de ‘Kramer contra Kramer’ (‘Kramer vs. Kramer, Robert Benton, 1979), la triunfadora del año anterior con no pocos puntos de contacto con ‘Gente corriente’. Así pues el rubio director se estrenó en la dirección con un film, según él, de tintes autobiográficos y que además se sumaba a la moda en aquella temporada de dramas familiares. También la moda “ponga un psiquiatra en su vida” tuvo mucho que ver. La clase media alta estadounidense estaba maravillada con dichos profesionales de la mente humana.
De hecho las secuencias entre el psiquiatra —un entregado Judd Hirsch sustituyendo al inicialmente previsto Gene Hackman— y el joven atormentado al que da vida Timothy Hutton se encuentran entre lo mejor de la película. Las mismas sirvieron de inspiración, y se nota bastante, a ‘El indomable Will Hunting’ (‘Good Will Hunting, Gus Van Sant, 1997), película con ciertas similitudes a la presente, incluso bastante superior en cuanto a retratar a un muchacho con una inteligencia superior, pero con un trauma del pasado.
La torpeza de Redford
Timothy Hutton, cuyo Oscar por cierto es también bastante inmerecido por mucho que se tratase de un actor novel y los dejase a todos con la boca abierta, no da vida a un superdotado incomprendido. Da vida a un hijo de papá al que le atribuye un profundo trauma por la muerte de su hermano en alta mar obsesionado con que pudo salvarle; le rodean un padre muy comprensivo (Donald Sutherland) y una madre que no quiere ni mirarle (Mary Tyler Moore). Freud estaría encantado.
Redford siempre fue un director que va a lo seguro, trate el tema que trate en sus películas. Jamás ha arriesgado en su puesta en escena, y aquí comete errores de novato. Esos flashbacks, con el plano tan cerrado en los personajes, o el momento footing de Sutherland mientras su cabeza se llena de diálogos pasados para a continuación caerse, rechinan bastante en un conjunto al que la labor en el montaje de Jeff Kanew —no nominado— afecta bastante.
‘Gente corriente’ no es especialmente aburrida, es especialmente cansina y falsa, además de tendenciosa. Su mirada sobre problemas reales está realizada con distancia, lejos del suelo y de la calle de a pie, donde hay verdaderos problemas y la condescendencia se convierte en delito. Para colmo se trata de una película en la que los personajes femeninos son despreciados en cierta medida. La labor de Tyler Moore es excepcional, sugiere sin mostrar, pero el guion la aparta finalmente sin que importen lo más mínimo su opinión y sentimientos.
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