Aunque creamos que el cine ha hablado ya de todo lo que se puede hablar, siempre hay aristas en las que nos sorprende, pequeños vericuetos, detalles y momentos tan reales como humanos a los que no ha prestado la atención debida. En 'Los hijos de los otros', la película inaugural del Festival de Sevilla, nos acercamos a la perspectiva de la madre de rebote, la mujer que siente auténtico amor maternal por el hijo de su pareja, sus dudas, desazones vitales y la amargura que sentirse la madre de una niña que ya tiene una.
Que se vaya de casa
Para hablar de un tema que todos entendemos a la primera pero que nos cuesta identificar de forma cinematográfica (al final, estos personajes siempre son secundarios o comparsas de la aventura protagonista), Rebecca Zlotowski narra con pulso firme pero termina girando demasiado hacia el melodrama, evitando solo por los pelos (y muchas veces bordeando) el convertirse en una película de cine de tarde.
Y lo consigue gracias a una interpretación fabulosa de Virginie Effira, estoica, controlando sus sentimientos y solo mostrándolos cuando debe. Una de las mejores interpretaciones del año, que exuda amor, nostalgia y tristeza: simplemente fabulosa. Su personaje, Rachel, vive una doble tragedia. Por un lado, el ginecólogo le informa de que no podrá ser madre a pesar de que ella quiere. Por otro, la hija de su novio no parece terminar de aceptarla en la familia. El problema de la película es que a este díptico materno frustrante no para de añadirle subtramas.
Una madre con cáncer, su hermana embarazada, visitas a la tumba, un alumno al que ve posibilidades, otro profesor al que ella gusta... En su cariño al personaje y sus ganas de hacerle tridimensional y cercano, 'Los hijos de otros' termina por contarnos demasiado sobre él y alargando de más una película que sabe perfectamente que tiene su mayor fuerza en la relación entre Rachel y la pequeña Leila. El resto es ruido de fondo.
Le dice la hija a la madre
La propia película sabe que se está centrando tanto en la maternidad como única forma de disfrutar de la vida que siente que debe excusarse llegado el momento y poner en palabras de su protagonista la frase "No creo que una mujer tenga que ser madre para estar completa, yo estoy orgullosa de formar parte del colectivo que no tiene hijos". Una manera de hablar con el público e intentar excusarse por un guion que, dentro de su contención, prima demasiado su dolor y su desazón por ser una madre de rebote, casi hasta convertirse en una obsesión.
'Los hijos de otros' acierta, y mucho, a la hora de mostrar el amor que la propia Rachel no puede impedir sentir: su relación con Ali primero y Leila después se siente real en todo momento, una absoluta belleza en la que el amor y el cariño traspasa la pantalla. Por eso, cuando el guion hace trampas y en la película pintan bastos sin que Rachel haga nada para impedirlo o quejarse, se siente tan raro, tan antinatural: en otra película quizá lo habríamos comprado, pero definitivamente no en esta en la que el personaje principal ha demostrado que no acepta las reglas impuestas fácilmente.
La falsa felicidad que irradia la cinta durante su tramo medio siempre tiene un lado salvajemente triste: por más que Rachel se encariñe de la hija de Ali, y viceversa, sabe que siempre va a ser "Rachel" y nunca "mamá". La película se encarga de que lo entendamos mediante diferentes visitas al ginecólogo que nos recuerdan que su posibilidad de ser madre es cada vez más pequeña, una innecesaria cuenta atrás que parece que hace crecer la tensión y apuntalar al personaje, pero en realidad solo viene a subrayar la tesis central de la película haciéndola un poco repetitiva.
La profesora enrollada
'Los hijos de otros' es, ante todo, agradable, quizá como fruto de su propia contención. Nadie llora hasta desgañitarse, ni hace locuras por amor, ni rapta a una niña cuando no ve más posibilidades: todo tiene un tinte de realismo que a veces es anticinematográfico, pero es el tono que necesita. Rachel, como mezcla de mujer empoderada y sumisa ante la situación imposible de su novio, se deja llevar por un Ali que, en última instancia, toma las decisiones -a veces equivocadas- sobre su hija, sin salirse nunca del camino.
Algo que entronca directamente con su faceta como profesora, donde sí se atreve a romper las normas si cree que es beneficioso. Ene sta trama, la película se centra en uno de los estudiantes más inútiles, con Rachel tratando de que tenga un futuro. Incluso aunque al final sirva como premio de consolación y epílogo, esta subtrama no se siente natural ni aporta tanto como la directora cree sobre un personaje al que conocemos mejor por las frustraciones intuidas que por los diálogos que pronuncia. Rachel es un personaje fabuloso viviendo una situación que el cine no ha contado en una película que, tristemente, no es notable.
Al final, 'Los hijos de otros' desperdicia un poco su estupendo material de base y en su afán por hacerlo creíble, termina por desdibujar a un personaje que merecía más, pero cuya frialdad (incluso en el amor) juega en su contra. Es una buena película hecha con artesanía y cariño con un personaje central soberbio, pero cuya improbable sumisión hacia el personaje masculino juega en contra de ese realismo que quiere alcanzar.
Pese a todo, merece la pena darle un tiento: lo peor que puede pasar es que también os enamoréis de Leila, uno de los pocos personajes infantiles del cine tratado como de verdad es un niño, con sus dibujos, sus perrenques, sus frases inoportunas, sus clases de judo... Y sus peticiones nocturnas de ver a mamá y que esa señora se vaya de casa.
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