Paramount había quedado tan satisfecha con el trabajo que Leonard Nimoy había realizado al timón de la tercera película de su franquicia galáctica que, incluso antes de que 'Star Trek III: en busca de Spock' ('Star Trek III: the search for Spock', 1984) se estrenara en salas comerciales, y antes por supuesto de saber si la cinta iba o no a ser un éxito —que lo fue, logrando 86 millones de recaudación para los 16 de inversión—, la major decidió ofrecer la cuarta entrega de la saga al actor otorgándole mayor libertad para poder llevar a cabo "su visión".
Con un William Shatner reticente a volver a encarnar a James T.Kirk, Nimoy y Harve Bennet, el productor y guionista de la segunda y tercera películas, se pusieron a trabajar sobre la base de un posible no retorno del actor, trayendo de vuelta a la mesa aquella historia sobre la Academia Espacial con la que Gene Roddenberry había coqueteado casi dos décadas antes cuando comenzó a sopesar la posibilidad de llevar a la gran pantalla su creación.
Pero como no hay reticencia en el cine que un buen cheque no arregle, Paramount terminó convenciendo a Shatner para que volviera a enfundarse el uniforme de almirante, decidiendo Nimoy y Bennet (atención spoilers) optar por una historia de viajes en el tiempo en la que la tripulación del Enterprise, ahora sin su mítica nave, viajara a nuestro presente. Curiosamente, una idea que también había pasado por la cabeza del creador de la serie de cara a la segunda parte de la saga antes de que la major lo relegara al cargo de consultor ejecutivo.
Las intenciones de Nimoy para con el cuarto filme de 'Star Trek' eran bastante claras: fuera cuál fuera la historia que finalmente terminara siendo rodada, no sería una con un villano claro y al uso, pretendiendo Nimoy usar como pretexto el viaje en el tiempo para plantear una suerte de crítica medioambiental con la cinta. Tras desechar un primer tratamiento del guión y contactar temporalmente con Daniel J. Petrie —el guionista de 'Superdetective en Hollywood' ('Beverly Hills cop', Martin Brest, 1984)—, la labor de escribir el libreto de la cinta recaería en Nicholas Meyer, un realizador que, dado su bagaje, se alzaba como la opción idónea para tratar el material con la "credibilidad" que éste necesitaba.
Compartiendo autoría con Harve Bennet, que se encargaría de la parte futura de la acción, es indudable que el gran carisma que desprende esta cinta, y lo que en su momento ayudó a convertirla en la entrega más taquillera de toda la saga hasta que llegó el reboot de J.J. Abrams, es el natural sentido del humor y el rítmico fluir de la narración que el metraje adquiere cuando Kirk, Spock, Bones, Sulu, Chejov, Uhura y Scotty viajan a 1986.
Hasta ese momento, el filme ha retomado la acción poco tiempo después de lo que veíamos al final de 'Star Trek III', con el grupo en Vulcano decidiendo si afrontar o no el inevitable castigo que les espera de manos de la Federación. Pero ésta tiene otros problemas más acuciantes: una sonda se dirige inexorable hacia la Tierra dejando sin energía a todo aquello que se encuentra a su paso y amenazando, llegada a nuestro planeta, con arrasar los mares.
Las obvias reminiscencias a 'Star Trek, la película' ('Star Trek, the movie', Robert Wise, 1979), son pronto trascendidas en el momento en que Meyer se hace cargo de la historia: a partir del instante en que la cultura del siglo XXIII choca de frente con las idiosincrasias de finales del s.XX, 'Star Trek IV' comienza a desplegar un humor que funciona sin estridencias por la yuxtaposición de las personalidades de los tripulantes del Enterprise con situaciones para las que, irónicamente, no están preparados.
Las metáforas floridas que Spock no maneja del todo bien —de nuevo Nimoy, lo mejor del filme—, la medicina inquisitoria de los hospitales de la época, ordenadores que no responden a la voz y hay que usar con "pintorescos teclados" o el shock que le produce a un policía que un ruso le pregunte por los buques nucleares en plena Guerra Fría son muestras inequívocas de lo que la cinta ofrece en su salto al pasado, poniéndose la dirección de Nimoy en todo este tramo al servicio de lo que el guión de Meyer va dictando, no haciendo gala en ningún momento su labor tras el objetivo de gran personalidad.
Con las típicas sonoridades de Leonard Rosenmann acompañando la acción —una partitura que tiene algún atisbo de originalidad pero que, en su gran mayoría, suena a todo lo que compuso este músico— y unos efectos visuales que dan un salto cualitativo considerable con respecto a lo que vimos en la tercera parte, 'Star Trek IV. Misión: salvar la Tierra' cierra un ciclo de la saga galáctica que, sin que pudiéramos saberlo entonces, marcaría el principio del fin de la aparición de Shatner, Nimoy y compañía en la gran pantalla: un año después del presente filme empezaría en la televisión 'Star Trek, la nueva generación' ('Star Trek: the next generation', 1987-1994), y la puerta se abría hacia la sucesión...
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