"Luz verde para la tercera parte", eso fue lo que la Paramount le dijo a Harve Bennett al día siguiente de estrenarse 'Star Trek II: la ira de Khan' ('Star Trek II: the wrath of Khan', Nicholas Meyer, 1982), dando así continuidad a la elección del guionista y productor de la casa que había sustituido a Gene Roddenberry tras el fiasco que la gestión del creador de la serie había supuesto para la primera entrega de la saga y confiando de forma prematura en un trabajo que con la tercera entrega llegaría al punto intermedio del arco argumental que cerraría 'Star Trek IV: misión salvar la Tierra' ('Star Trek IV: the voyage home', Leonard Nimoy, 1986).
Con Nicholas Meyer renunciando a la posibilidad de volver a dirigir tras haber tenido fuertes desavenencias con los responsables de la major debido a los cambios que habían introducido en el final de la segunda parte, la tarea de conducir a buen puerto su directa continuación fue a parar a un Leonard Nimoy que se mostró tremendamente entusiasta con las posibilidades que le otorgaría la historia a la hora de encontrar nuevas facetas del personaje de Spock.
(Spoilers ahead) Porque, claro está, la puerta que la segunda parte dejaba abierta para un regreso del mítico vulcaniano era la que Bennett iba a cruzar de cara al guión de esta tercera, abundando así en la exploración de los temas bíblicos que ya se habían iniciado con la creación del Génesis y la muerte de Spock al final de 'La ira de Khan' y que aquí encontrarían continuación en el evidente motivo de su resurrección.
Desafortunadamente, por muy buenas que fueran las intenciones de Nimoy y Bennett en la búsqueda de ideas para la historia, y por mucho empeño que pusieran ambos en reforzar el carácter operístico de la trama, queriendo acercar así aún más al público las emociones de la tripulación del Enterprise, la teatralidad que ya acusaba 'Star Trek II' se aumenta de forma exponencial de cara a una secuela que, no obstante, está completamente desvaída del sentido de lo dramático con el que sí contaba su antecesora —al menos en su tramo final—.
Pálido remedo del esqueleto de la segunda parte, 'Star Trek III' acusa carencias graves que hacen de ella un temprano aviso acerca de los horrendos niveles a los que descenderá la saga trekkie con posteriores entregas. Para empezar tenemos al villano de la función, un klingon interpretado con desgana por Christopher Lloyd que nada tiene que ver con el carismático Khan al que Ricardo Montalbán le ponía ganas —y pecho desnudo— en la anterior cinta, resultando sus motivaciones tan típicas como risibles, y su inclusión en la trama un desesperado esfuerzo por tratar de aportar algo de acción a una cinta cuyos intereses van claramente dirigidos en otra dirección.
Por no repetirme con respecto a lo que ya he afirmado en las anteriores entregas de este especial, dejaré de lado incidir de nuevo en lo acartonado de las interpretaciones del reparto, obviaré los comentarios acerca de la regular dirección de Nimoy —que se diferencia muy poco de lo que Meyer había llevado a cabo en la segunda parte— , y tampoco hurgaré en la anodina y continuista partitura de James Horner, para así centrar el discurso de lo que resta de artículo en los dos acontecimientos de "impacto" que animan, o deberían haber animado la función de cara a evitar que ésta se convirtiera en el duro y aburrido tránsito que termina siendo.
El primero de ellos, que se filtró a pesar de las fuertes medidas de seguridad que rodearon al rodaje, es el que envuelve la destrucción del Enterprise, un momento que debería haber estado revestido de una mayor relevancia pero que queda diluido por lo inane del conjunto y el poco interés que el relato pone en imprimir cierta espectacularidad a la única secuencia de acción con la que cuenta el metraje. Pero la explosión de la nave no es ni mucho menos tan lamentable como la defunción de David, el hijo de Kirk que habíamos conocido en 'La ira de Khan' y que, con un protagonismo casi testimonial, muere aquí asesinado por un klingon en una escena completamente falta del trágico carácter que debería haber comportado.
Con estos dos ejemplos como bandera, lo aséptico de todo el metraje supone el mayor lastre de una producción que no obstante funciono sorprendentemente bien en taquilla —87 millones de recaudación para los 16 de inversión— y que serviría a Paramount de perfecta excusa para continuar las aventuras del Enterprise en la gran pantalla con una cuarta parte que, en su singularidad, podría ser considerada como la mejor en la que intervino el reparto original de la serie.
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