La industria cinematográfica española esperaba con cierto escepticismo el estreno de ‘Escape’, el 31 de octubre de 2024, ya que supone el regreso de un Rodrigo Cortés algo perdido en los libros y los podcasts a su verdadera matriz de ideas originales, las que planteaba en ‘Concursante’ y apenas ha ido replicando en el resto de su carrera. También está el reclamo, claro, de que viene producida por el legendario Martin Scorsese, al que le han podido interesar los retorcidos recodos de la psicología humana que plantea la historia.
Mario Casas encarna a N., un hombre que lucha contra su confusión interior y el deseo de apartarse del mundo. Abrumado por la carga de la elección constante en la vida, busca consuelo en el confinamiento de los muros de una prisión, embarcándose en un viaje que sigue un proceso inverso de las estipulaciones de la ley y la moral con las que funciona el mundo, tejiendo una historia de desesperación para encontrar la paz rompiendo ideas preconcebidas, para luchar por su derecho de entrar en la cárcel.
Ni un thriller, ni una tragicomedia, ni un drama
Al actor le acompañan nombres estelares como Anna Castillo, Guillermo Toledo, Blanca Portillo, José Sacristán , Juanjo Puigcorbé, Albert Pla o Josep Maria Pou, algunos en apariciones encapsuladas, pequeños satélites en el viaje de N. que va componiéndose de distintos pasajes y situaciones bajo la misma premisa, una narración inversa del cine carcelario que funciona como drama, pero que se nutre del humor de situaciones insólitas, por el tesón de su personaje en conseguir algo que no tiene ningún sentido.
Esto hace que el lienzo quede tan en blanco que caben doscientas películas diferentes, pero Rodrigo Cortés tiene clara la suya, que se plantea a base de situaciones que creemos que irán por un lado, pero no llegan a causa de la cabezonería de su protagonista. Por ello, ‘Escape’ desafía cualquier expectativa que tengamos con una comedia absurda española, porque ninguno de sus personajes contesta como si fuera una película de humor costumbrista al uso, sino que muestra al director en estado puro, lo que es algo inusual.
¿Por qué? Porque el autor de ‘Verbolario’ tampoco tiene tantas películas que sigan la lógica kafkiana de sus inicios, de hecho, un par de las que ha dirigido no tienen absolutamente nada que ver con lo que consideramos “una película de Rodrigo Cortés”, que se encuentra de forma pura en esta, ya que tira de una idea, la situación a contracorriente de la lógica, y el personaje encerrado en una prisión burocrática, pese a que en ‘Buried’ fuera una barrera más física. Lo que sí tienen en común es una absoluta obsesión por una narración que se va desarrollando sobre sí misma despreciando cualquier tropo esperable.
La trampa administrativa
Sin que le haga falta tener un estilo formal especialmente impresionante, probablemente esta sea la mejor película rodada de su filmografía, e incluso la que tiene mejores actuaciones, pero todas esas convenciones que aplicamos a la hora de decodificar las bondades de una película no aplican demasiado porque a ratos incluso parece un experimento. No por alguna escena de sueño febril, como una extraña Jota aragonesa que informa de un pasado más feliz para el personaje, sino porque su compromiso con la premisa llega a hacer redundancias que incluso son irritantes para el espectador.
Pero en el fondo es la propia naturaleza de la película lograr que la repetición de situaciones funciones como una claustrofobia psicológica verdadera, ya que transmite los límites reales de la sociedad como la conocemos para el individuo, llegando a parecer en ocasiones una versión castiza de ‘El proceso’ de Kafka, donde los vericuetos de la salud mental, la religión y las normas del estado parecen estar pensados en un solo sentido, planteando una cárcel virtual que nunca habíamos visto y se nos revela en la odisea de N.
Una búsqueda que da sentido al adjetivo de lo “quijotesco”, porque realmente se parece a la tenacidad tronada del personaje de Cervantes, y porque en ‘Escape’ también hay mucho de literatura española, no solo por adaptar la novela de Enrique Rubio, sino porque hay en su situación surrealista un espíritu que no encaja con las cuadriculas del cine de entretenimiento habitual, sino con la abstracción de Valle-Inclán y otros autores con los que seguramente el director se identifique más que con directores de moda, dados sus propios trabajos en prosa y periodismo en cápsulas, dejando claros, por fin, sus verdaderos estilemas de autor.
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