Soy consciente de que, en "boca mía", es un comienzo de afirmación que podrá sonar algo manío por cuanto creo haberlo vertido en más de una ocasión en el arranque de algunas de las entradas que han ido componiendo —y seguirán componiendo— el Cine en el salón, pero allá va: para aquellos que crecimos durante los años 80, nuestra cita diaria con 'Barrio Sésamo' era uno de los momentos más gratificantes del día, un momento que Coco, el caracol Perezgil, la Gallina Caponata y el monstruo de las galletas compartían, sí o sí, con ese otro inolvidable espacio televisivo de marionetas que era 'El show de los Teleñecos'.
Emitido durante los cinco años que transcurrieron entre 1976 y 1981, aquel surrealista show en el que la rana Gustavo hacía de maestro de ceremonias mantiene indeleble en el recuerdo del que esto suscribe muchos de los incontables instantes con los que fue trufando su historia, instantes que conforman parte del imaginario de mi infancia y de entre los que, por supuesto, cabría señalar aquél especial de 'La guerra de las galaxias' en el que Gonzo interpretaba de forma desopilante a Darth Vader y en el que aparecían Mark Hamill, Peter Mayhew o Anthony Daniels.
Huelga pues decir que el reencuentro hace tres años con estos importantes personajes de mis dos primeros lustros de vida supuso uno de los puntos álgidos, al menos a nivel personal, del cine de 2011, y aunque su tono abusara en muchos momentos de un exceso de nostalgia y dejara de lado en otros el carácter alocado que siempre se ha asociado a las creaciones de Jim Henson, lo cierto es que 'Los Muppets' (id, James Bobin, 2011) era un divertimento con escenas espléndidas que servía para retrotraernos a una época más despreocupada en la que nuestros días discurrían sin crisis ni problemas de llegar a fin de mes.
'El tour de los Muppets', y la magia se volatilizó
Con un taquillaje que casi dobló su inversión sólo en Estados Unidos, el anuncio por parte de Disney de una inevitable segunda entrega de las aventuras de Gustavo, Peggy, Gonzo y compañía en la gran pantalla ha pasado de ser un potencial motivo de regocijo por parte de aquellos que adoramos a estos trapos con ojos —los avances prometían un filme aún más divertido que su predecesor— a una realidad que incumple cuantas promesas podía albergar sobre el papel para ofrecer un espectáculo desangelado y carente de magia al que, y esto es lo más grave que podemos achacarle a la función, le cuesta mucho trabajo entretener.
Que una cinta protagonizada por los Teleñecos —o los Muppets, como ustedes prefieran— no entretenga es una falla del tamaño de la de California, máxime cuando, como decía, había en esta historia de robos y ranas Gustavo que no lo son, mucho a lo que asirse para haber hecho de 'El tour de los Muppets' ('Muppets Most Wanted', James Bobin, 2014) una cinta tan buena o mejor que la anterior. Pero no hay aquí voluntad de superación y sí mucha de reiterar fórmulas más que mascadas tanto en el show televisivo como en su antecesora.
Acomodada pues en que los mínimos esfuerzos que se realizan de cara a su guión vayan a ser perdonados en virtud del protagonismo de las marionetas y en la supuesta gracia que tienen los incontables cameos de estrellas actuales que pueblan el metraje hasta resultar agotadores, a lo pobre del conjunto vienen a sumarse sus agotadores números musicales, tan fuera de lugar en términos generales como la estrambótica y abochornante visión flamenca y "lolailo" que ofrece el filme cuando su trama lleva a los personajes a recalar en Madrid, algo que no ocurre —como era de esperar— al centrarse la acción en Berlín o Londres.
Anécdotas folclóricas al margen, el tedio que hace presa del espectador según avanzan las interminables dos horas de metraje desluce cualquier aspecto positivo que pudiera destacarse de esta disfuncional producción. Y es que cuando lo más reseñable de una película es el corto de la Pixar que la precede —y eso que es de esa 'Monstruos University' ('Monsters University', Dan Scanlon, 2013) que tan poquito me gustó— y algún mínimo momento suelto que ahora mismo no sería capaz de poner en pie, es que algo huele que apesta en este guiso mal cocinado que es una producción dolorosamente olvidable.
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