'El llanero solitario' ('The Lone Ranger', Gore Verbinski, 2013) parece haber estado maldita desde su primer día de filmación. Diversos problemas antes, durante y después de la producción hicieron que varias, demasiada, malas lenguas, pusiesen el grito en el cielo haciendo creer a media humanidad, supongo que aquella que no piensa por sí misma, que la película es mala a rabiar. Así se tradujo al otro lado del charco, donde la película no obtuvo en su estreno las cifras esperadas ni muchísimo menos, aunque en otros sitios como España fue un éxito de taquilla y también donde las primeras voces críticas se levantaron en su defensa. Tema a parte sería aquellos que, en un afán de ir a contracorriente sólo porque sí, la juzgan como si se tratase del segundo advenimiento de Cristo, y no sé porque pongo ese símil cuando soy felizmente ateo.
Lo cierto es que el hecho de estar escrita por los temibles Justin Hayes, Ted Elliott y Terry Ross —estos dos últimos con 'Aladdin' (id, Ron Clemens, John Musker, 1992) como única prueba en su currículo de que pueden hacer algo bien— no hacía presagiar algo bueno. Tampoco el hecho de que detrás de las cámaras se encontrase Gore Verbinski, un director que jamás se ha arriesgado de verdad y que en algunos casos, como por ejemplo las muy aburridas segunda y tercera entregas de los famosos piratas del caribe, con tendencia al exceso más irritante. Tras rendir con cierto sentimiento un homenaje al western en 'Rango' (id, 2010), su mejor trabajo y por el que se llevó un Oscar, parece que le quedaron ganas de seguir en el género, y ha orquestado junto a su buen amigo Jerry Bruckheimer —enemigo del cine más que productor— este megaproyecto que adapta el famoso serial de radio. El resultado es ante todo un film entretenido, en el que además se puede ver lo mejor y lo peor que una película puede poseer.
(From here to the end, Spoilers) El señor Bruckheimer está convencido de que 'El llanero solitario' correrá la suerte de muchas películas masacradas durante su estreno —ejemplos: 'La noche del cazador' ('The Night of the Hunter', Charles Laughton, 1955) o 'Blade Runner' (id, Ridley Scott, 1982)— y años más tarde, con la perspectiva del tiempo, puestas en su justo lugar y elevadas a la categoría de culto. El caso es que para un servidor la película posee una primera hora estupenda, en la que asistimos a lo que casi es un puro western de factura clásica que se codea también con la mirada desmitificadora y polvorienta que empezó a vivir el western en los años 60. Una más que acertada presentación de personajes en los que brilla con luz propia el encarnado por un más que acertado James Bagde Dale. Todo lo que concierne a Dan Reid (Dale) es lo más interesante de una película que, a partir del emotivo fallecimiento del mismo empieza a desmadrarse hasta límites insospechados con un clímax que roza lo absurdo y en el que la suspensión de la incredulidad es equivalente a un milagro.
La película encierra en su trama la venganza de un indio llamado Tonto a quien interpreta Johnny Depp, uno de los principales reclamos taquilleros del film, y que en realidad no es más que la enésima variación del personaje de Jack Sparrow, una de las cimas de sus interpretaciones y también su talón de Aquiles —parece que el actor sólo se encuentra cómodo dando vida al mismo tipo de personaje una y otra vez—. Y dicha venganza no es más que una variante de la narrada en la colosal 'Hasta que llegó su hora' ('C'era una volta il West', Sergio Leone, 1968), cambiando la armónica por un reloj que evidentemente será entregado al villano de turno —un Tom Wilkinson algo desganado— para que este recuerde a quién se está vengando de él. Hasta la música de un Hans Zimmer que se copia a sí mismo todo el rato evoca los acordes de Ennio Morricone en más de una ocasión, quiero pensar como homenaje. El resto es una historia de amor demasiado tópica, un ferrocarril que avanza a pasos agigantados en el nuevo mundo —otra vez Leone—, y un abogado que desea por todos los medios hacer cumplir la ley sin necesidad de usar armas, algo que recuerda a cierta obra maestra de John Ford, a quien el film no puede evitar homenajear con rodaje en Monument Valley incluido.
A pesar de que la película versa sobre el mítico personaje que todos conocemos desde niños es evidente que mucha de la acción está centrada en las andanzas de un Johnny Depp que en lugar de ser coherente y asumir su condición de secundario parece el protagonista principal. Una pena cuando Arnie Hammer demuestra tener dotes para la comedia y algo más. Con todo su compenetración con Depp es casi perfecta, mucho más que con cualquier otro miembro del reparto, donde nos podemos encontrar con Ruth Wilson, la maravillosa Alice Morgan de la estupenda serie 'Luther' (2010-2013), que aquí topa con un personaje demasiado tópico; Barry Pepper, rozando el histrionismo, y Helena Bonham Carter en un rol muy olvidable. También un muy bien caracterizado William Fichtner, por quien sobresalen los detalles más gores del film y cuyo personaje parece va a dar más juego.
Con todo y a pesar de ese tramo final que prácticamente es anti-cine —me refiero, cómo no, a esa persecución de trenes más aparatosa y ridícula que espectacular y en la que el exceso es la norma—, 'El llanero solitario' resulta entretenida, sus casi dos horas y media no pesan tanto como cabría esperar y eso que cambios de ritmo los hay a patadas. Posee además un acierto de puesta en escena colosal. Hablo del niño vestido de vaquero en el museo en el que habla con el indio (Tonto), y en el que Verbinski no puede ser más claro: un espectador —un niño, el público mayoritario al que está dirigido el film— oye narrar a un indio —¿ficticio, real?— una historia apasionante en un escenario que parece un teatro mezclado con lo que también podría ser una pantalla de cine, alusión a la 3D incluida. Sólo por ese detalle, de claro carácter nostálgico, con la emoción muy bien medida, ya merece la pena ver la película.
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