Un enfermo bipolar (Bradley Cooper) recién salido de un hospital psquiátrico vuelve a casa con sus padres (Robert De Niro y Jacki Weaver) con el objetivo de reestablecer su matrimonio, y durante su recuperación conoce a una joven viuda (Jennifer Lawrence) con la que empezará a tomar clases de danza con el objetivo de que la ayude a recuperar su vida anterior.
En los treinta y cuarenta se hacían comedias de enredo en las que el matrimonio, una institución narrativa y un pilar cultural vital en casi todas las sociedades modernas, era cuestionado o sometido al régimen implacable de la ironía y sus cauces. Se hicieron en Estados Unidos y screwball comedies fue el nombre común para estas.
En los setenta llegó otro tipo de comedia, más íntima, en la que, al calor de los nuevos tiempos, los personajes no eran ya héroes, sino más bien hombres y mujeres con posibilidad de que estuvieran marchitos y las historias de amor no tenían ni siquiera por qué ser enteramente convencionales.
Hay algo de comedia clásica en 'El lado bueno de las cosas' (Silver Linings Playbook, 2012) en cuanto a la institución matrimonial y la família son los pilares bajo los que se construye su relato. De evocar a un director sería al primerizo Frank Capra, en especial 'Vive como quieras' (You can't take it with you, 1938). Pero también hay algo de Hal Ashby, de sus historias de amor no convencionales, de sus héroes rotos.
La alternativa a la comedia que se impuso a los noventa no fue tampoco demasiado alternativa: ambas eran versiones, variables en cuanto a grado de inteligencia, de relatos de personas con obstáculos amorosos y económicos que terminaban resultando en éxitos rotundos. Incluso, o más bien sobre todo, en el brillante Woody Allen había lo que un crítico norteamericano llamó "pornografía inmobiliaria" y se preguntaba uno dónde vivían y cómo aquellos eternamente forrados bohemios y burgueses neoyorquinos.
En cambio, esta película de David O'Russell propone lo contrario: héroes con obstáculos importantes para sus vidas, pero no demasiado apetecibles para la audiencia y nada envidiables. Propone algo distinto, en suma: que simpaticemos con los personajes y no que los deseemos. Es muy distinto querer ser el heroe a estar de lado del antihéroe, y Russell lo entiende bien. Mis compañeros Caviaro y Zorrilla ya aprecieron esta cercanía. No son tampoco personajes incoherentes con el universo de su director, quien pasó de enfermos del alma necesitados de filosofía a enfermos de fama machacados por el ring.
Bradley Cooper está excesivo, pero convincente, como el enfermo protagonista. Jennifer Lawrence tiene todo el escenario, incluso el guión, listo para sus talentos y para sus interpretaciones generalmente maduras y sorprendentes. Y Robert DeNiro y Chris Tucker brindan sus mejores composiciones en, al menos, una década al lado de la siempre notable Jacki Weaver.
Por otra parte, hay quien desprecia el final, al considerarlo un tanto traidor con lo antes narrado. Pero no creo que lo sea. Más bien responde a una manera en la que nos hemos acostumbrado a aceptar el final de este tipo de historias: como un final amargo, pesimista, negativo. Es cierto, la historia recurre a la suerte, pero ese no es un recurso ilegítimo, también nuestras vidas recurren a la suerte y no dejan de ser creíbles.
El final de esta historia - feliz o tragicómico, versión amable de lo propuesto en la anterior película de su director, 'The Fighter' (id, 2010) - invita a que consideremos la fragilidad de muchas vidas comunes a partir del peso de sus problemas. En su alivio, vemos unas vidas más seguras, aún estando alejados de la certeza económica, del ascenso social. Pero los personajes, por primera vez en la historia, se tienen los unos a los otros y aprenden a pasar el miedo juntos. No me parece una expectativa irracional para el futuro. No me parece que no sea ese el destino bajo el cual nacen las famílias.
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