El excéntrico presentador británico David Frost (Michael Sheen) está trabajando en la televisión australiana cuando da con la idea, más o menos arriesgada, de entrevistar al recién dimitido presidente Richard Nixon (Frank Langella) con tal de lograr que verbalice y reconozca los errores y las infamias cometidas durante el escándalo de Watergate cuyas repercusiones hicieron temblar al sistema democrático estadounidense.
El tema de esta película de Ron Howard, escrita a partir de su libreto teatral por la inteligencia bienvenida de Peter Morgan, es el periodismo o, mejor dicho, una de sus variantes. El periodismo tiene también entre sus formas más comunes la entrevista. Pero es un formato claramente limitado.
Pudimos ver hace tiempo en España, y es muy posible que haya que recordarlo con frecuencia debido a la desmemoria, a veces voluntaria, de los límites de la entrevista que, como enseña Arcadi Espada, son los límites de la interpelación. El periodista Iñaki Gabilondo frente a Felipe González. El asunto: los GAL. El límite estaba en sus preguntas y sobre el reconocimiento, más o menos evidente, de lo que se decidió y cometió finalmente.
Así que esta película, en la que caben ecos más o menos esperables de 'Todos los hombres del presidente' (All the president's men, 1976) por el asunto tratado y de 'Algunos hombres buenos' (A few good men, 1992) por los quiebros que da el héroe para lograr las palabras cargadas de verdad de su antagonista, devuelve un valor a la entrevista periodística: hay que lograr las palabras, puesto que aunque se tengan los hechos son las palabras las que conceden un reconocimiento, no tanto de una conciencia individual sino de lo que esa conciencia ha hecho a los demás. No es una búsqueda religiosa, es un mecanismo democrático: el poder se valida en tanto a que interlocutor sincero de sus acciones. Y, como en toda democracia, el buen periodismo es la que activa esos movimientos y esos discursos.
Pero David Frost, quien se considera antes un actor o un intérprete que un periodista, necesitará ayuda. A la interpretación, francamente inspirada, de un Michael Sheen en estado absoluto de disfrute cómico, lo que hace que las simpatías del espectador estén con las fanfarronerías de su Frost, contrasta la seria, absolutamente dominada de un Nixon llevado con galas sombrías por Frank Langella.
El trabajo de los secundarios es esencialmente masculino, puesto que la belleza decorativa de Rebecca Hall no cumple otra función que la de parecer glamourosa e ir de escena en escena como su personaje va de gala en gala. Ningún problema con eso; Kevin Bacon ejerce de asesor y alentador del presidente Nixon mientras que Sam Rockwell, en un registro insólitamente normal, lidera al grupo de periodistas que están convencidos de la labor que debe ejercer Frost respecto al fraudulento político.
'El Desafío: Frost contra Nixon' (Frost Vs. Nixon, 2008) fue dirigida por un Ron Howard bastante menos aburrido que en sus últimos intentos, dinámico, discreto, sin grandes alardes estilísticos pese a que aquí emplee recursos dinámicos del documental y de cierto cine setentero, no alcanza las sutilezas y las distancias de muchos grandes realizadores de los setenta, como Alan J. Pakula.
No es un problema, porque este es cine de palabras y de actores, de espacios y de ahogamientos, de confesiones y en su estructura predecible, sus intérpretes y su guionista salen bien victoriosos. Y nosotros, apreciamos, de nuevo, el poder de una declaración, más necesaria que nunca en tiempos de mezquindad y mentiras y otros derribos. Mientras que coinciden mis opiniones con las ya expuestas por Alberto Abuín, mi compañero Caviaro se mostró tibio ante la película.
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