Todos conocemos a Drácula, por lo que la idea de que una película podría contarnos algo realmente nuevo sobre él sonaba a poco más que un intento desesperado por parte de Universal para llamar la atención del público sobre 'Drácula, la leyenda jamás contada' ('Dracula Untold', Gary Shore, 2014). Además, es el título con el que la productora inicia su intento de crear un universo cinematográfico protagonizado por los montruos del cine de terror clásico, tomando para ello como referencia lo conseguido por Marvel durante los últimos años.
Ambición no le faltaba a 'Drácula, la leyenda jamás contada', pero es insuficiente para crear una buena película si no tienes las ideas claras y, sobre todo, el talento para poder ejecutarlo. Eso es lo que sucede en el caso que nos ocupa, ya que esta revisión de los orígenes del vampiro más famoso de todos los tiempos es profundamente insatisfactoria, aunque no por ser el bodrio que algunos temían.
El batiburrillo de 'Drácula, la leyenda jamás contada'
No entiendo la moda que parece estar surgiendo en Hollywood de quitar la maldad a villanos memorables cuando ese precisamente es uno de los motivos por los que conquistaron al público. Bien reciente tenemos el lamentable caso de 'Maléfica' ('Maleficent', Robert Stromberg, 2014) y la historia jamás contada del Drácula de Luke Evans va un poco en esa dirección, pero coqueteando con la posibilidad de que el vampirismo sea una especie de superpoder oscuro y tomando prestadas algunas ideas de la visión de Batman de Christopher Nolan. Un cóctel extraño que no les sale bien.
Soy consciente de que Drácula es un vampiro singular, ese uno entre un millón que le ha permitido convertirse en un personaje legendario, pero esta mezcla de historia y mitología falla desde su propia idea de partida. ¿Que el vampirismo se cura si durante tres días consigues reprimir tu insaciable sed de sangre humana y a cambio puedes disfrutar de infinidad de poderes que te harían derrotar a prácticamente cualquier ejército? Muy peligroso, sobre todo si tu acercamiento al vampirismo en sí mismo resulta tan pobre y no va mucho más allá de la debilidad hacia la plata y el sol.
Con todo, hay una ocurrencia genial dentro de esa premisa tan problemática: El hacedor de monstruos, un temible vampiro jefe que es el responsable de todo al llegar a un maquiavélico acuerdo con el protagonista. Llama la atención que fuera un personaje que no aparecía originalmente en la película, ya que fue uno de los cambios más importantes cuando se grabaron varias escenas después de finalizar su rodaje -el otro cambio importante es su forzada escena final-. ¿Qué clase de explicación tenían antes para todo lo que sucede? Lo desconozco, pero dudo que sea mejor -o que tenga algún tipo de sentido-.
Flojo protagonista, secundarios para el olvido
Por desgracia, Luke Evans es un mal Drácula, no por su actuación, sino porque el guión de Matt Sazama y Burk Sharpless retuerce su figura para convertirlo en un antihéroe que sacrifica su propia felicidad por intentar conseguir la de su familia y sus súbditos. Esta alteración no es necesariamente negativa por sí misma, pero la cosa cambia si la forma de abordarla está repleta de lugares comunes que ni siquiera la entrega y el saber estar de Evans logran compensar. Y es que esa tortura romántica ya está muy vista y el intento de añadir la trascendencia de Nolan sabe aquí a grandilocuencia vacía
Lo peor de todo es que si Drácula nunca llega a resultar un ser apasionante, mejor no hablemos mucho del resto de personajes. Aquí es donde su ajustado metraje, principal responsable de que no se venga todo abajo antes de llegar a su final, se vuelve en su contra, ya que 'Drácula, la leyenda jamás contada' sacrifica el desarrollo de personajes para que la historia avance sin detenerse en nada más que en detalles puntuales sobre la esquemática lucha interna de su protagonista.
El resto poco importa, ya que Sarah Gadon queda reducida a ser la bella esposa del protagonista -aunque, visto lo visto, mejor que así, porque los diálogos que comparte con su marido son pura rutina y se encuentran entre lo peor de la función- y Dominic Cooper, especialista en aparecer en películas que podrían haber sido buenas y luego oscilan entre la decepción y el desastre, a mero villano necesario. ¿Dónde queda esa jugosa rivalidad porque antes eran poco menos que hermanos? Pues en un par de frases que son dejadas de lado con rapidez, convirtiendo así su obsesión en hacerse con el hijo en la ficción de Evans en una mera ocurrencia egomaníaca.
Visualmente fallida
Lo que sí me llamó positivamente la atención fueron los intentos del debutante Gary Shore por ofrecer un toque visual a determinadas escenas. El resultado nunca está especialmente logrado, pero al menos invita a tener esperanza en su futuro tras las cámaras. Eso sí, son detalles dentro de una puesta en escena bastante mediocre, tanto por lo confusa que llega a resultar durante algunas escenas de acción como por el erróneo acabado visual de la mayor parte del metraje. ¿A qué viene esa oscuridad excesiva que incluso quita definición a lo que sucede en pantalla? Que a falta de dinero no puede ser si es cierto que tuvo un presupuesto de 70 millones de dólares a su disposición.
Con todo, hay que tener en cuenta la fuerte presencia de los efectos generadores por ordenador, los cuales solamente logran tener algo de fuerza cuando se centra en las transformaciones de humano a murciélagos de Drácula, algo que sus responsables parecían tener claro, ya que difícilmente podían haberlo potenciando más en los carteles promocionales. Por lo demás da la sensación de querer aparentar ser más de lo que realmente puede ser, en especial durante su último acto, y eso acaba por volverse en su contra.
Soy consciente de que podría parecer que 'Drácula, la leyenda jamás contada' me ha parecido poco mejor que una tomadura de pelo teniendo en cuenta todo lo que he comentado en la crítica, pero curiosamente no es el caso. Además, el factor decisivo para ello no es ninguna de sus virtudes -que las tiene-, sino el simple hecho de que dura tan poquito y sus problemas nunca llegan a ser tan desesperantes que hasta tiene cierto absurdo encanto. Por decirlo de una forma más directa, simplemente no es tan mala.
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