El piloto de ‘Drácula’ es un auténtico regalo de año nuevo para los fans del vampiro cinematográfico más prolífico del cine. Como hicieran con ‘Sherlock’ (2010-) Mark Gatiss y Steven Moffat, el mito nacido de la gran novela de terror gótico de Bram Stoker se reinventa de forma sorprendente, provocadora e inteligente. Siguiendo el patrón del texto hasta cierto punto, el guion juega pronto a romper las reglas lanzándose sin red.
Quien espere una adaptación funcional y sacra saldrá escaldado. Gatiss y Moffat proponen una lectura del primer acto de la novela, con Harker visitando el castillo de Hungría que en principio parece seguir la plantilla, pero pronto comienza a alterarse hasta convertirse en una remezcla libre llena de atrevimiento, cambios y vueltas de tuerca a situaciones y pasajes del texto original, de manera que sirven de homenaje autoconsciente mientras presentan lo ya conocido de forma sorprendente y fresca.
Un Drácula terrorífico, divertido y sadiano
Relatado a base de flashbacks, el periplo de Harker se asemeja al estilo epistolar del texto original, recuperando la distancia necesaria para dar un carácter más legendario al vampiro. En realidad, todo es una carta de presentación para indagar en el núcleo del episodio y de la serie en general: la recreación de Drácula como un monstruo válido para el año 2020, un personaje inclasificable que bebe tanto de su origen literario como de muchas de las versiones vistas en pantalla.
Claes Bang ofrece el que es, posiblemente el mejor vampiro desde Gary Oldman, llegando incluso a superarlo como representación del mal absoluto. Donde el conde de Coppola sufría su condena y vivía martirizado por el estigma de su tragedia, el de Gatiss/Moffat disfruta de su existencia vampírica, de su visión de la vida propia de un superhombre, despreciando a sus víctimas como comida. Su forma de actuar es la de una bestia, pero al mismo tiempo es atractivo, sexual y muy, muy divertido.
Probablemente sea el punto que más conflicto pueda introducir en los puristas. El uso del humor —negro, macabro e incluso grotesco— puede echar para atrás a los fans del conde. No había habido ninguna versión, o al menos no de comedia, con tantas frases llenas de ironía y flema británica en la lengua de un transilvano. Podría decirse que a veces funciona como una especie de Freddy Krueger, con sus one liners en medio o después de un acto atroz y violento.
Terror gótico en estado puro
Bang, consigue encarnar a un ser de la noche con el porte de Christopher Lee, la lengua punzante de Louis Jourdan y el magnetismo sexual de Frank Langella. Es, realmente, un gran Conde Drácula. Además, el piloto no trata de renegar de las reglas tradicionales de los vampiros sino que las reinventa y juega con ellas, tratando de preguntarse por qué funcionan de forma dogmática, dando lugar a interesantes diálogos que exploran los fundamentos de la ficción con chupasangres.
Pero Gatiss y Moffat conocen la iconografía de la Hammer y despliegan todo un manto de atmósfera gótica y recursos del cine de terror, quizá en ocasiones abusando de algunos sustos de volumen, pero sin olvidar los aspectos más físicos y decrépitos de la mitología del vampiro. Muertos, ghouls, transformaciones, animales, víctimas de anatomías corruptas y metamorfosis conscientes de la importancia del látex, el pringue y la sangre tangibles. ‘Drácula’ es una pieza de horror puro y duro.
Elegancia victoriana y carne putrefacta, provocación sexual y desafío religioso, este vampiro quiere ganarse el nombre de Príncipe de las tinieblas y funciona como el mismísimo demonio, asociando más que nunca al Conde con el ocultismo y el cine satánico. Toda su presencia se percibe como el mal rodeando y mancillando las reglas de los vivos. Si no se tuerce en el resto de capítulos, estaríamos hablando de la mejor ficción sobre la obra de Bram Stoker desde la de Francis Ford Coppola.
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