A pesar de la dificultad que entraña la sensación táctil en la experiencia cinematográfica, el reclamo de la percepción háptica, de un cine cuya voluntad es el imposible deseo de ser tocado, es el motor fundamental de '¿Dónde está mi cuerpo?', la ganadora de la Semana de la Crítica de Cannes y del Festival de Annecy. La primera película de Jérémy Clapin, basada en una novela de Guillaume Laurant, se expresa a través de la memoria sensorial con una inusual protagonista: una mano.
Y aunque en ciertos momentos del metraje el relato peca de la misma pátina de ligereza ñoña que abundaba en 'Amélie', escrita también por el propio Laurant, '¿Dónde está mi cuerpo?' -disponible ya en Netflix- hace uso firme de una construcción sonora centrada en la expresión de las texturas táctiles para desdibujar el romance, ensamblando así la odisea de una mano empeñada en volver a encajarse su brazo.
En paralelo y en blanco y negro, el filme presenta atisbos de la trágica vida del antiguo dueño del miembro, mientras que los eventos que le llevaron a quedarse manco se muestran en color. Así, la fragmentación del relato aligera la carga conceptual de la película, que viaja del romance al drama pasando hasta también por la angustiosa lucha por la supervivencia en los episodios de huida y búsqueda de la protagonista.
Gracias a su brillante trabajo sobre el punto de vista, '¿Dónde está mi cuerpo?' pone el foco en la experiencia táctil, construyendo las texturas primero con su composición sonora pero también con su realista animación y su preciso estudio anatómico. Combinando CGI y animación tradicional, el trazo rugoso y firme realza el silueteado de sus personajes, animales y partes del cuerpo, al tiempo que los fondos muestran un París gris y selvático, al menos para su protagonista.
Oído y tacto, siempre de la mano
La cinta arranca con un sonido de violoncello y una anécdota del pasado de Naoufel, el joven protagonista, intentando atrapar una mosca con sus propias manos. La escena, en riguroso blanco y negro, destaca por la rugosidad de su composición sonora, haciendo hincapié a todos los estímulos auditivos con los que el joven decodifica el mundo de su alrededor.
En paralelo, la mano perdida, como si fuera un cervatillo recién nacido, intenta incorporarse sobre sus propios dedos tras huir de la nevera que la conserva, aprendiendo a manejarse a contrarreloj en un mundo hostil. Y al igual que el pequeño Naoufel, el miembro comienza una exploración táctil que le lleva a conocer el ambiente que le rodea a través de lo tocado, a comprender, al igual que su dueño, el mundo a través de los sentidos.
Al tiempo que la mano recorre París en busca de su dueño, debe adaptarse a un mundo a la vez fascinante y terrorífico, mientras con pequeños destellos recuerda fragmentos de una vida pasada: el sonido al teclear el piano, la dificultad de atrapar a una mosca, la sensación del tacto de la arena… La trágica odisea tiene en paralelo la aparentemente feliz vida del pequeño Naoufel, que lleva siempre consigo su fiel grabadora y aprende sobre lo que le rodea gracias a su micrófono.
Pero, al igual que la dificultad que su mano enfrenta, el protagonista deja de un plumazo todo sueño infantil tras un trágico accidente. El joven, desplazado y huérfano, termina convirtiéndose en un repartidor de una pizzería en la capital francesa, abandonando todo recuerdo que pueda refrescar la memoria de su doloroso pasado y toda opción a un futuro diferente hasta que conoce a Gabrielle, una joven bibliotecaria de la que queda rápidamente prendado.
'¿Dónde está mi cuerpo?': Un gran salto al vacío
La bibliotecaria es sobrina de un carpintero que contrata a Naoufel como ayudante, dando al joven una nueva perspectiva vital y táctil. Al estar el punto de vista centrado en su mano, actos tan simples como medir, serrar o lijar se convierten en nuevas formas de entendimiento, de aprendizaje, al tiempo que todas estas acciones reclaman la importancia de lo manual, sea artesanal, como el trabajo con la madera, o artística, como tocar el piano.
Y aunque el filme hace especial hincapié en la dificultad de alcanzar ensoñaciones infantiles truncadas por la vida, también está en su esencia la importancia de la adaptación, de la búsqueda de nuevas metas en un contexto salvaje.
En ese sentido, resuena hacia el desenlace una de las escenas que protagonizan los cercenados: la propia mano y el sueño de ser astronauta. La mano debe sobrevolar una carretera inundada de coches agarrada a un paraguas, pues al otro lado vislumbra su lugar de destino. Aterrorizada, busca consuelo en esas fantasía, que la anima a lanzarse, a enfrentarse al miedo a la nada.
Golpeada por un coche, la mano, sin soltar nunca su paraguas-caídas, comienza a girar hasta que las luces se difuminan y se convierten en una noche estrellada desde la que el astronauta saluda hasta que el miembro consigue seguir su dirección. Encierra esta escena la singular valía de '¿Dónde está mi cuerpo?': la importancia de saltar al vacío en busca de los sueños perdidos.
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