El 15 de diciembre de 1966 se terminaría convirtiendo en una fecha que marcaría el futuro inmediato de los estudios. Ese aciago día, Walt Disney, el visionario creador de la compañía e impulsor de los largometrajes que nos habían llegado desde 1938, fallecía víctima de un cáncer de pulmón. Se abría a partir de su desaparición un período de casi veinte años en los que la ausencia del timón creativo del artista se dejaría notar hasta cotas dolorosas, descendiendo la calidad del "producto Disney" hasta límites que el "tío Walt" no habría permitido de haber seguido con vida.
Ya hemos visto en las últimas semanas muestras tempranas de lo que la falta de supervisión del máximo responsable de la compañía había supuesto de cara a las producciones que siguieron a ese último gran ejemplo de animación que fue 'La bella durmiente' ('Sleeping Beauty', Clyde Geronimi, 1959), una situación que había remitido en parte con la estrecha implicación que Walt Disney consideró oportuna tener para con la producción de 'El libro de la selva' ('The Jungle Book', Wolfgang Reitherman, 1967) pero que a partir de aquí conocerá un repunte irrefrenable.
Unos fondos de impresión
Tanta llegaría a ser la desorientación de la compañía con la desaparición de su creador que, a la hora de comenzar la producción del que sería el primer filme sin su presencia, los responsables del estudio decidieron no arriesgar y apostaron por rescatar un proyecto que ya había contado, a principios de los sesenta, con el beneplácito de Walt Disney: pensado inicialmente como una película para televisión que se emitiría en dos partes —y que habría contado con Boris Karloff en el papel de Edgar— 'Los aristogatos' ('The Aristocats', Wolfgang Reitherman, 1970) terminó yendo a parar al cajón a la espera de que se finalizará la adaptación de libro de Kipling.
Toda vez ésta se estrenó y saldó con el éxito que comentábamos la semana pasada, la maquinaria de los estudios se puso en marcha, y hasta 250 artistas se implicaron en los cuatro años de producción que ocupó la creación de una cinta que juega en ligas bien diferentes según a aquello a lo que atendamos. Así, si a lo que nos referimos es a sus 900 fondos, los epítetos a emplear para calificar el trabajo de los animadores pasan por brillantes y espectaculares, encontrando el filme en éste semblante una labor impoluta y de un detallismo asombroso —atención a los interiores de la casa de Madame, impresionantes.
Ahora bien, dejando de lado la belleza indiscutible de los fondos, cuando lo que toca es analizar la animación de los personajes o fijarnos en aquello que compete al guión firmado por ¡¡catorce manos!!, las impresiones que deja esta alocada historia son bien diferentes. Para empezar, el abuso de la Xerografía en la definición de los protagonistas lleva aquí los dibujos a una suciedad alarmante a la que nada ayuda la repetición de movimientos que podemos observar en demasiadas secuencias a lo largo y ancho del metraje.
'Los aristogatos' y sus muchos préstamos
Y si este sería un detalle que, hasta cierto punto —y sin considerar el extenso bagaje de la compañía— podría pasarse por alto, lo que resulta imperdonable es que el libreto de 'Los aristogatos' no sea más que un refrito de lo que habíamos podido ver en 'La Dama y el Vagabundo' ('Lady and the Tramp', Clyde Geronimi, Wilfred Jackson y Hamilton Luske, 1955), '101 dálmatas' ('101 Dalmatians', Clyde Geronimi, Hamilton Luske y Wolfgang Reitherman, 1961) y, hasta cierto punto, 'El libro de la selva'.
Los préstamos con respecto a las dos primeras son de un evidente que asusta, y si de la primera retoma la historia de amor entre un animal de clase alta y uno de la calle, sustituyendo a los perros originales por una elegante minina y un gato arrabalero, de la segunda lo que se copia con descaro es la trama del secuestro de los animales y el remedo del personaje de Cruella que es el mayordomo Edgar. Como podréis imaginar, poco importa lo divertido o no que puedan resultar algunas secuencias —aquella que implica a Edgar y a los dos perros es genial— cuando todo huele a ya cocinado previamente.
De la misma forma, la canción más reconocible de todo el filme 'Everybody Wants to Be a Cat' reutiliza las formas musicales que ya escucháramos en la historia de Mogwli y, aunque sea muy pegadiza, acusa el mismo talante de refrito que el libreto, dejando una mediocre impresión sobre una cinta que, sí, se pasa en un suspiro como casi siempre ha sido norma en las producciones de la Disney pero que, en virtud de sus muchas carencias, queda irremediablemente englobada en el nutrido grupo de títulos de la Disney que se sitúa a mucha distancia de los mejores filmes de la productora.
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