Queríamos hacer este tipo de comedias a las que nos tenían acostumbrados Frank Capra y Preston Sturges, con aquellas irritantes femme fatales que conseguían imponerse al inocente y cándido protagonista. Identificamos a Meg con Barbara Stanwick y a Hércules con James Stewart o Henry Fonda en el cuerpo de Arnold Schwarzenegger. Era nuestra oportunidad de crear este tipo de relaciones con personajes reales. Queríamos que el público reconociera esos guiños.
Con estas palabras tan esclarecedoras, trataba Ron Clements de sentar las bases de lo que, en última instancia, debería haber caracterizado de forma mayoritaria a 'Hércules' ('Hercules', Ron Clements y John Musker, 1997), trigésimo quinta producción animada de la Disney y una cinta que, como fuera habitual en el devenir de los estudios durante la década de los noventa, intentaba romper con todo el recorrido anterior de la productora para, consiguiéndolo en el terreno visual, no ser capaz de trascender la somera iteración de sus trillados arquetipos en lo que se refiere a argumento y personajes.
Un hecho éste último que sus dos últimas cintas habían puesto de relieve en formas más o menos alarmantes y que esta tercera incursión en la gran pantalla de la pareja que nos trajo la magistral 'La sirenita' ('The Little Mermaid', 1989) y la espléndida 'Aladdín' ('Aladdin', 1992), sólo serviría para evidenciar aún más por mucho que las intenciones de sus responsables fueran, como podemos apreciar más arriba, acercarse a los patrones de la comedia de la edad de oro del cine estadounidense. Una intención que, salvo ciertos apuntes, se quedó en eso, en intención.
Mitología batida y bien agitada
Pero antes de pasar a rascar sobre la superficie del trabajo que novecientos animadores llevaron a cabo durante cuatro años para lograr poner en pie la cinta, y como ya hicierámos la semana pasada con 'El jorobado de Notre Dame' ('The Hunchback of Notre Dame', Kirk Wise y Gary Trousdale, 1996), fijemos nuestra atención inicial en el cóctel multirreferencial que termina siendo esta muy irregular aproximación al héroe mitológico por excelencia que es el hijo bastardo de Zeus, ese semidiós que separó Europa de África y que, en las doce manos de los seis guionistas que figuran acreditados en la producción de 'Hércules', termina por convertirse en una de las cualidades menos conseguidas de la cinta.
Y aquí no queda más remedio que hacer una reflexión similar a la que ya realizábamos hace siete días para con la libre y muy ligera "adaptación" que se hacía de la obra de Víctor Hugo: ¿para qué diantres meterse en camisa de once varas eligiendo como figura central de un filme destinado a los más pequeños a un personaje cuya historia es de todo menos "apta para todos los públicos"? La respuesta, imposible de determinar, sólo sirve para cuestionarse desde la distancia algunas de las decisiones que se tomaron en la Disney durante buena parte de la década de los noventa, esas que, a la postre, llevarían a la compañía a arrastrarse por el fango a principios de este siglo.
Pretender aquí pues encontrar similitudes entre el fortachón algo memo que es el Hércules de Disney y el Heracles de la mitología griega es, como poco, de ilusos: no sólo el guión descafeína por completo la leyenda de un personaje de clara vocación homicida cuyas proezas sexuales darían para el argumento de una cinta X sino que, haciendo gala de una capacidad aglutinadora sin par, el libreto coge elementos de otros puntos cardinales de la mitología clásica para incorporarlos sin vergüenza alguna al relato que aquí se nos traslada.
Así, por ejemplo, en el transcurso de la cinta encontramos a Pegaso, el Minotauro o la Górgona, todos ellos pertenecientes a leyendas que nada tienen que ver con el semidiós —el primero y la tercera corresponden a la de Perseo, el segundo a la de Teseo—; o, peor aún, a un Filoctetes que, de héroe de Tesalia que participó en las guerras Troyanas, pasa aquí a ser convertido en un sátiro instructor de héroes que, junto a los dos ineptos ayudantes de Hades, sirve de alivio cómico de la cinta e, in extremis, de Pepito Grillo del protagonista de la acción.
'Hércules', con personalidad
Insertados de forma más o menos ajustada en la trama, todos esos elementos dispares que confluyen en 'Hércules' sirven para poner de relieve, junto a otros muchos detalles del metraje, el carácter de parodia ocurrente y excéntrica de la mitología griega salpicada de hilarantes anacronismos, que termina conformando la personalidad de una cinta que destaca, ante todo, por lo diferente de su animación: separándose de forma consciente de las redondeces típicas de la Disney y tirándole los tejos al trazo anguloso y estilizado del artista británico Gerald Scarfe, es 'Hércules' la producción con la que la compañía más arriesgó en el terreno visual durante la década de los noventa.
Muestras de ello las encontramos por doquier a lo largo de los 90 minutos de duración en todos y cada uno de los personajes que pululan por la pantalla, ya estemos hablando de Hércules, de esa Megara de fuerte personalidad y determinación cuyas curvas y brazos en jarra la acercan a una vasija griega, del magnífico y verborreico villano que es aquí Hades —atención especial merece aquí el trabajo de voz que realiza James Woods en la versión original, sin duda alguna, lo mejor de la cinta— o de los muchos secundarios que aparecen aquí y allá en esos escépticos habitantes de Tebas que se convierten en fervientes admiradores del mediático héroe.
A este último respecto, y entroncando con esos hilarantes anacronismos que comentaba más arriba, es el número musical 'Zero to Hero' el que mejor representa el eclético talante del que hace gala esta producción animada: parodia descarada de la mercadotecnia habitual que suele rodear a la presentación de cualquier título de la compañía, la rítmica canción compuesta por Alan Menken —al que volvió a escapársele el Oscar, en este caso en favor del 'My Heart Will Go On' de James Horner cantado por Celine Dion— es muestra inequívoca de que, más allá de la inevitable moralina asociada a las películas de la casa, 'Hércules' no pretende ser más que un mero divertimento.
Y a fe mía que, salvando todo aquello que se arraiga con insistencia en reiterar modelos y enseñanzas —la de turno es que la medida de un héroe verdadero no es su fuerza física—, lo consigue: gracias al polifacético Hades, que se lleva las mejores frases del guión, a las sandeces de humor físico de los ineptos Presa y Pánico, a lo irresistiblemente cautivador de Megara, a lo épico del tramo final de la acción y a un humor que, cuando así lo quiere, alude al sector más adulto de la platea, resulta evidente que 'Hércules' posee un poco de todo para aludir a un público la mar de heterogéneo.
Si a eso sumamos lo variado de sus tonadillas, entre las que destacan las que se ponen en boca de unas Musas sospechosamente parecidas al coro afroamericano que acompañaba a Seymour en el musical de 'La pequeña tienda de los horrores', y lo conciso de su duración —en un año en el que Hayao Miyazaki demostraba con autoridad que dos horas no son nada para una cinta animada, la Disney seguía insistiendo en lo formulaico de sus noventa minutos—, no creo que se yerre mucho al afirmar que, sin alcanzar la brillantez del pasado reciente, 'Hércules' es una propuesta muy divertida que, curiosamente, se asemeja por su alocada personalidad a la de ciertos personajes de la Warner Bros.
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