Es algo descorazonador ver cómo ‘Misántropo’, un apasionante thriller de crimen y suspense dirigido por el argentino Damián Szifron, pasa por la cartelera como un fantasma en un inicio de año en el que no es que sobren los grandes estrenos precisamente. Protagonizado por Shailene Woodley, Ben Mendelsohn, Jovan Adepo y Ralph Ineson, su paso por la taquilla en Estados Unidos no ha sido tampoco muy destacable, quizá porque tiene algo de caballo de Troya en su origen.
La trama se centra en una joven y talentosa policía de Baltimore que se encuentra de frente con un caso abrumador cuando un francotirador empieza a matar a personas al azar en diferentes fiestas en las azoteas en plena nochevieja, usando los fuegos artificiales como cobertura. Una secuencia de desconcertante intensidad en la que mueren 29 personas y se empiezan a recopilar posibles sospechosos empezando por la gente que sale del edificio desde donde se disparó, un inicio que transmite una frialdad y desesperanza que no va a disminuir a lo largo del filme.
El FBI se hace cargo de la investigación y empiezan a surgir dudas sobre las medidas a tomar para encontrar al asesino, la cooperación o no con los medios de comunicación y una serie de pasos que se exponen de forma muy analítica. Pero el motor principal de la protagonista es la búsqueda desesperada de respuestas. El seguimiento de pruebas que no conducen a ninguna parte, la presión a la policía por el gobierno y el miedo arraigado que se extiende entre la población por el pánico a nuevos atentados lleva a un infierno burocrático que hace olvidar la verdadera motivación psicológica tras el atentado.
Comentario social y violencia
Los actores hacen un buen trabajo en sus respectivos papeles, destacando especialmente Woodley como Eleanor, una mujer atormentada, que sufre de un autoodio que paga consigo misma, lo que hace que sea la única que puede ponerse en la mente del perpetrador. Mendelsohn, excelso como siempre, encarna al agente Lammark, un veterano del FBI que ve en Eleanor un potencial extraordinario pero también un riesgo, y ambos forman un triángulo con el tirador desarrollando perspectivas y puntos de vista sobre la sociedad que conectan con la forma de pensar de este.
La película es el debut en inglés de Szifron, que llevaba casi una década sin dirigir desde ‘Relatos Salvajes’, cuando fuera nominada al Oscar a la mejor película extranjera en 2015. El título original de la película era ‘Misanthrope’, pero se cambió al genérico ‘To Catch a Killer’ para el mercado estadounidense, aunque en España se ha mantenido el relevante original. El director demuestra maestría para crear escenas de suspense y cuenta con una fotografía y un diseño de sonido impresionantes, que crean un ambiente tenso y atmosférico a un nivel que apenas hemos visto en thrillers de este tipo en los últimos años.
Una puesta en escena rica en panorámicos y distancias que dan valor a la profundidad de campo y las distancias, que junto a su tono oscuro y tenso recuerda a las mejores películas de Fincher. La ambientación en Baltimore da un toque realista y sombrío al relato, acentuado por la música de Carter Burwell que acompaña la atmósfera opresiva y angustiante. Pero donde encontramos una diferencia en lo que solemos ver desde producciones USA es que Szifron no se corta a la hora de retratar los males que aquejan su sociedad emferma, desde las granjas industriales y la negligencia medioambiental, las cicatrices del Covid en los más vulnerables los prejuicios de todo tipo, los estragos del racismo y la falta de tolerancia, la americanización de otros países y un consumismo desmedido.
Retrato de una sociedad indiferente y fría
Todos estos temas pasan cada vez más a primer plano a medida que avanza la película, lo que empuja al asesino cada vez más a un espacio aparentemente secundario, pero una lectura global del largometraje conecta sus temas con las motivaciones, como si fuera una nueva encarnación de unabomber, frente a la gélida indiferencia colectiva y el reflejo de un individualismo exacerbado cada vez más palpable en todo el mundo.
‘Misántropo’ es tan implacable en su representación de la violencia como en su fuerza narrativa, con algunas escenas magistrales como la pieza central en el centro comercial. Quizá peca de ambiciosa en su disección de las crisis sociales, delegando las convenciones del thriller policíaco en su mordaz retrato de un sistema intoxicado de intereses personales, donde la protección de la población común es cada vez más utópica.
Pero con sus inconsistencias, debidas a un marco dimensionado casi para acoger la duración de toda una miniserie, Szifron ofrece mucho cine en su convincente mirada al abismo social tardocapitalista a través de texturas densas y frías, un puzzle que se va resolviendo con un regusto profundamente triste, donde la resolución de un caso esconde un retrato de un mundo en la que la empatía se ha marchitado, produciendo monstruos moldeados por una legislación armamentística que retroalimenta la desconfianza, el miedo constante y la paranoia de una nación rota.
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