'Detroit': un magistral puñetazo en el estómago

'Detroit': un magistral puñetazo en el estómago

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'Detroit': un magistral puñetazo en el estómago

Mentiría si dijese que no he querido llorar varias veces durante los 140 minutos que conforman el metraje de esta imprescindible clase magistral de cine en mayúsculas que es 'Detroit'. Mi cuerpo pedía a gritos liberar la tensión y el nudo en el estómago constantes que genera lo último de Kathryn Bigelow, pero este impecable ejercicio a medio camino entre el thriller, el drama judicial y la lección de historia imperecedera te agarra tan fuerte del cuello que no te permite respirar ni esgrimir una emoción tan sencilla ante el horror.

Y es que 'Detroit' te asfixia, te vapulea, te destroza los nervios y te hace volver a casa una vez se han encendido las luces de la sala de proyección con una mezcla de rabia contenida, congoja y un miedo palpitante al ver reflejados los eventos que muestra la cinta en los acontecimientos que están sacudiendo al mundo en pleno año 2017. No obstante, cabe remarcar que la temática no es suficiente para transmitir todas estas sensaciones, siendo su directora una pieza fundamental.

Horror casi documental

Bigelow sabe muy bien cómo hacer su trabajo, y comienza su relato introduciéndote de lleno en el conflicto racial que tuvo lugar a finales de los setenta en la ciudad que presta su nombre al título del filme. Una vez comprendes la situación, la realizadora te suelta a pie de calle para que experimentes el agobio, el desamparo y el peligro de sus protagonistas a flor de piel y sin ningún tipo de concesión.

El principal apoyo para lograr esta veracidad en las emociones es su impresionante trabajo de cámara. Con un estilo que colinda los terrenos del lenguaje documental, el director de fotografía Barry Ackroyd capta con atención hasta el más mínimo detalle con una agresiva cámara en mano capaz de capturar desde la furia colectiva de saqueos y manifestaciones a pie de calle hasta la más mínima mueca de dolor y sufrimiento al comprimir la acción entre cuatro paredes.

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Esta excepcional gestión de la imagen es sólo una de las pequeñas piezas que conforman el elemento fundamental de 'Detroit': su atmósfera. Envolviendo primeros planos, su juego de contraluces y una paleta de colores cruda y desaturada, con la banda sonora de un James Newton Howard casi invisible termina de bordar un largometraje que podría traducirse como un magistral puñetazo en la boca del estómago.

La mejor película en lo que va de año

'Detroit' es un insólito derroche de talento, implicación y maestría en el que cada uno de sus tres diferenciados actos brilla con luz propia. Desde las calles de la Ciudad del Motor a los juzgados de su reposado —e igualmente crispante— tercer acto, pasando por los angostos pasillos del motel Algiers, lo nuevo de Kahtryn Bigelow no se limita a dibujar a grandes rasgos sus secuencias. La sangre, el polvo, las heridas, la suciedad, el sudor... cada pequeño detalle está cuidado con el único propósito de retorcernos en la butaca y, a ser posible, abrir una pequeña senda a la concienciación.

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Son muchas las voces que claman que los anteriores filmes de la realizadora son superiores a este último; pero esa es una cuestión de preferencias, filias y fobias en la que no merece la pena entrar. Lo que si puedo —y debo— defender a capa y espada es que 'Detroit' es la mejor película de lo que llevamos de 2017: brillante en todos sus aspectos —desde la realización hasta sus sobrecogedoras interpretaciones— y tristemente necesaria en los tiempos que corren.

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