David Lynch: 'Una historia verdadera', el tullido errante

David Lynch: 'Una historia verdadera', el tullido errante
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Tres años después de ‘Carretera perdida’, David Lynch presentaba en Cannes una nueva película, de pequeñísimo presupuesto (que fue comprada para su distribución por la Disney, nombre al que nunca hubiéramos unido con el director de ‘Corazón salvaje’, ¿no es cierto?) y basada en la historia real del ya por entonces fallecido Alvin Straight. De hecho, el título original de la película es ‘La historia de Straight’, pero una vez más los distribuidores españoles demuestran su escaso tino en el uso de los títulos, y nos dan ‘Una historia verdadera’, sosa y extraña elección para esta insólita “road-movie”, en la que un anciano de 73 años, conduciendo un cortacésped a lo largo de cuatrocientos kilómetros, acude, en el ocaso de su vida, a ver al hermano con el que no se habla desde una década.

Excepcional obra maestra de David Lynch, probablemente el más bello y conmovedor relato por él dirigido, superando incluso a ‘El hombre elefante’ o por lo menos igual de grandioso que aquel inolvidable drama. Tras su tenebrosa trilogía formada por ‘Terciopelo azul’, ‘Corazón salvaje’ y ‘Carretera perdida’, Lynch nos da un respiro, regresando a la luz de sus primeras realizaciones, despojándose de toda retórica visual, entregándose con pasión a la historia de un hombre común embarcado en un indescriptible viaje físico, moral y espiritual.

Creo que los que aducen, con la falta de argumentos habitual, que esta película es una maravilla precisamente porque se aleja del estilo Lynch, o que simplemente no tiene nada que ver con su filmografía anterior, no han reflexionado lo suficiente, ni han prestado atención a la trayectoria del director oriundo de Montana. En mi opinión, ‘The Straight Story’ (abandonemos, por favor, el título español) es tan Lynch como cualquier otra de las suyas, está unida por los mismos elementos y la misma mirada, y el propio Alvin, en su testadurez, en su singularidad, no se aleja demasiado del Jeffrey de ‘Terciopelo azul’ o del Fred de ‘Carretera perdida’, seres extraviados, solitarios, que crean su propia realidad (como el propio Lynch) gracias a su imaginación y su coraje, perdiendo así el contacto con la falsa realidad que les rodea y que ha dejado de importarles.

Caín y Abel se reencuentran

Este largometraje se filmó cuatro años después de que el verdadero Alvin Straight ejecutara su loca idea de visitar a su hermano conduciendo su cortacésped, y dos años después de su muerte. Richard Fansworth (veterano actor de 80 años, que había participado en numerosos westerns, tanto de cine como de televisión, y nominado al Oscar al mejor secundario por ‘Llega un jinete libre y salvaje’ (Pakula, 1978)), interpretó a Straight después de que se le diagnosticara un cáncer de huesos terminal, y sufrió fuertes dolores durante todo el rodaje, lo que convierte en hazaña un trabajo que ya de por sí es extraordinario, el papel de su vida. A su lado, la formidable Sissy Spacek borda otro precioso papel como la hija tartamuda de Alvin. Hace pocas películas esta magnífica actriz, pero siempre aporta su gran talento.

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Rodando en orden cronológico, el equipo de rodaje trazó el mismo recorrido que el de Straight, punto por punto, y llegó a conocer a muchos de los que se encontraron con Alvin durante su trayecto. El diseñador de producción Jack Fisk (que ha participado en pocas películas, pero es una leyenda de su oficio, pues entre ellas se cuenta la filmografía completa de Terrence Malick) y el no menos legendario operador Freddie Francis (fallecido hace tres años, que aquí firmó su último trabajo como director de fotografía) parecen impregnarse de la ascética voluntad de estilo de Lynch, y ponen sus mejores esfuerzos en la extrema sencillez y verdad conmocionadora que encuentra el director en cada secuencia.

A su vez, Angelo Badalamenti, nos regala una joya de banda sonora, cuya placidez y elegancia resultan indescriptibles e imprescindibles para seguir la ruta de redención total de un personaje fascinante, un antiguamente orgulloso veterano de la II Guerra Mundial convertido ahora en despojo humano, en un anciano terminal incapaz de tenerse en pie dos minutos sin la ayuda de dos muletas, en un hombre acosado por los recuerdos fantasmales de la guerra y de la relación con un hermano al que amaba, pero al que la vanidad, la ira, el alcohol y los miles de obstáculos sentimentales que se sitúan muchas veces entre dos hermanos, ha alejado de sí. Ahora que ambos están en el final de sus respectivas vidas, Alvin toma la decisión, íntima y para muchos incomprensible, de visitarle él solo, que no puede conducir un coche, porque ese viaje significa muchas cosas.

Significa, para empezar, tragarse su orgullo y asumir de una vez que el cuerpo se le cae a pedazos y que la muerte llama a la puerta. Significa un acto de humildad que su hermano reconocerá como tal y por el que, espera y desea, le perdone y comparta con él sus últimos días. Además, por la lentitud del vehículo, puede prepararse anímicamente para el reencuentro, y tratándose de un hombre que ha viajado toda su vida, es el último viaje y con él, vuelve a sentirse parte del hombre que fue. El modo en que Lynch narra, sin desfallecer jamás de ritmo, una historia que en otras manos podría haber resultado aburrida o reiterativa, es uno de los vuelos líricos más importantes de las últimas décadas, y certifica a un gran cineasta con un gran corazón.

Conclusiones

En su octava película, Lynch toca el techo de los maestros. Cierra así una década apasionante, en la que conoció la fama internacional, el prestigio con el que muchos cineastas sólo pueden soñar, un masivo éxito televisivo, pero también el fracaso más doloroso (para olvidar su ‘Fuego camina conmigo’). Todo ello desde la libertad creativa y personal absoluta, sin la menor concesión, convirtiéndose así en un gigante de su oficio, en un hombre admirado y cuestionado a partes iguales. En la siguiente década sólo filmaría dos largometrajes, que son, respectivamente, dos enormes pasos hacia la anarquía narrativa total, en una lucha consigo mismo para liberarse de todas las ataduras formales existentes. Pero de eso ya hablaremos.

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Post Data Inevitable: Un año después de presentar la película, harto de los dolores extremos de su enfermedad, Richard Fansworth, en su rancho de New Mexico, se pegó un tiro. Tristísimo final para un gran intérprete. Descanse en paz.

Especial David Lynch en Blogdecine

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