Tenía muchas ganas de ver ‘Cruzando el límite’, el debut en la dirección del director de fotografía Xavi Giménez, pues el inicio de la página oficial me había hecho creer que se trataría de un trepidante thriller psicológico. Y es que, si algo se puede sacar de una película como la que nos ocupa es un mosaico de imágenes aparente. Pero vayamos por partes.
‘Cruzando el límite’ habla de adolescentes con muy mal comportamiento, que maltratan psicológica o físicamente a sus padres. En este bando encontramos a Marcel Borràs, Irene Escolar y Adam Jeziersky. Por otra parte están los padres, sufridores en casa, Adolfo Fernández, Carlos Kaniowski, Cristina Dilla y Alba Ferrara. Estos desesperados progenitores deciden internar a sus hijos en una institución que proclama que efectuará una cura psicológica sobre los chavales. El internado está regentado por Fermí Reixach y Fernando Guillén Cuervo.
Si bien la historia, resumida en una sinopsis, parece que podría dar pie a una interesante reflexión sobre ensayos psicológicos o sobre la sociedad de hoy en día, el acercamiento a la premisa elimina cualquier atisbo de certeza en lo retratado. La ausencia de veracidad siquiera para un relato distópico, sumada a un raquítico desarrollo argumental, nos dejan ante un vacío y molesto ejercicio de lucimiento estético de su realizador. Lo que se conduce en esa institución no son experimentos, las torturas bien podrían estar improvisadas. No hay profundización en los métodos de modificación de conducta ni tampoco existe la más mínima base científica para que, como ocurría en films como ‘El experimento’ o ‘I de Ícaro’, se pueda observar una atrocidad, ya sea real, ya sea ficticia, pero capaz de extrapolar una realidad.
Los tormentos son mostrados con ansias de exagerar, pero la crítica que podría subyacer se escapa, debido a un final que aparenta congraciarse con el castigo empleado, además de a una falta de punto de vista que impide reflejar con intención reivindicativa los hechos. Así, el engrandecimiento de los sufrimientos obedece solo a una intencionalidad estética que busca y, si no busca, consigue, transmitir el dolor más allá de la pantalla. Música, imágenes y efectos se cuelan para que desde la butaca se pueda sentir el martirio como lo sienten los jóvenes encerrados.
Durante los minutos previos a títulos de crédito, innecesarios por completo, ya nos encontramos con la primera en la frente: un beso con lengua rodado en plano detalle, donde la música se detiene y la velocidad se ralentiza para más adelante dar paso a sobreimpresiones —imágenes superpuestas— de los pedazos de carne que hacen imaginar tests de Rorschach de color rosado. De esta forma se presenta todo el film: secuencias de montaje musical, ralentís, congelados, flashbacks sin sentido narrativo… Generalmente detesto las críticas que achacan a una película una estética videoclipera, pues suele argüirse simplemente por el ritmo frenético del montaje. Sin embargo, aquí es el epíteto que se me antoja más adecuado pues, si bien de ritmo ‘Cruzando el límite’ no anda nada bien, la gratuidad de sus elecciones estéticas, la preeminencia de la música, así como la prioridad otorgada a lo visual ante el contenido nos hablan claramente de este formato de creación audiovisual.
Al director poco parece importarle lo que se está contando, muy ocupado en sus planos y montajes, como decía. A pesar de ello, realiza un subrayado burdo y efectista de cada uno de los conceptos que, lejos de ayudar a la narración, se despega todavía más de lo relatado. Los diálogos escupen sin disimulo consignas obvias y mensajes sin tratar. Todo está sobredimensionado, desde la interpretación de cualquiera de los actores, incluso de aquellos que, como Adolfo Fernández, en otras ocasiones han estado magníficos; hasta las observaciones supuestamente insidiosas de aspectos de la sociedad: el baile de disfraces de los padres, el comportamiento de los vigilantes del centro, la displicencia de los niños en los primeros minutos…
Giménez trata de emular a ‘La naranja mecánica’ y de realizar una película dura, difícil de ver, incómoda... En efecto, todas estas sensaciones están conseguidas, pero no gracias a haber sabido introducir con acierto un dedo en alguna de las muchas llagas que tienen nuestros días, sino porque su producto es pretencioso, grandilocuente y roza el ridículo. El contenido acaba por no tener ni pies ni cabeza y el continente solo puede tomarse en pequeñas dosis a modo de spot publicitario, trailer o videoclip.
Espero que el responsable de la fotografía de ‘Los sin nombre’, ‘Darkness’, ‘El maquinista’, ‘Frágiles’, ‘Ágora’, ‘El camino de los ingleses’ y tantas otras no abandone esta faceta de iluminador que tan grandiosos resultados nos ha regalado y continúe ejerciendo con la misma puntería esta difícil y necesaria labor. Esperaba mucho de su incursión en la dirección y no es con desahogo que escribo estas duras líneas, sino con rabia y tristeza, aunque sin abandonar el anhelo de que una próxima aventura en este cargo dé frutos más equilibrados.
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