‘Creed. La leyenda de Rocky’ (‘Creed’, Ryan Coogler, 2015) —¿a qué vendrá la nadería del subtítulo español?— es a la saga ‘Rocky’, en cuanto a intenciones se refiere, lo mismo que ‘Star Wars: El despertar de la fuerza’ (‘Star Wars: The Force Awakens’, J.J. Abrams, 2015) al film de George Lucas de 1977. Estamos ante otro de esos ejercicios de nostalgia cinéfila que hurgan en la infancia/juventud de muchos de nosotros. Prácticamente la creación de un nuevo género, que podría culminar con un Oscar a Sylvester Stallone por hacer, por séptima de vez, de Rocky Balboa.
Pero mientras el film de Abrams —ni tan malo ni tan bueno como se dice tan alegremente por ahí— pierde en comparación ante su máximo referente —que ya era un refrito de miles de cosas, pero mezcladas con genio—, el trabajo de Cooglar le hace sombra al film de John G. Avildsen, al que limpia de todas sus impurezas, intentando superar el más que ramplón populismo, y devuelve algo de dignidad al subgénero del boxeo, tan trivializado por Stallone en su saga.
A Coogler —firmante de la muy interesante ‘Fruitvale Station’ (íd., 2013), también con Michael B. Jordan— le costó lo suyo convencer a la estrella para que volviese a encarnar a su mítico personaje, sobre todo después de todo lo que había tenido que decir sobre él en ‘Rocky Balboa’ (íd., Sylvester Stallone, 2006). La espera ha merecido la pena, en cierto modo, y aunque Coogler no llega a la excelencia de films como ‘Marcado por el odio’ (‘Sombody There Up Likes Me’, Robert Wise, 1956) —el personaje central se llama Rocky Barbella, hagan sus propias deducciones— o ‘Toro salvaje’ (‘Raging Bull’ Martin Scorsese’, 1980), el film es altamente disfrutable.
En una primera ojeada la operación parece algo similar a ‘Rocky V’ (íd., John G. Avildsen, 1990), en la que el veterano boxeador dejaba atrás su años de gloria sobre el ring, dedicándose a entrenar. Esto es, una evolución lógica en una saga que ya daba muestras de cansancio y repetición desde su segundo título. Coogler ha aprovechado al máximo esa premisa, dejando en bandeja a Stallone el poder lucirse como nunca con su cansino personaje, sacando el máximo provecho del rostro del actor —atención a cómo lo encuadra el director dentro del plano, siempre con intenciones expresivas máximas—.
Y aunque el mensaje del film siga siendo el mismo, ramplón y superficial, de la primera entrega —cualquier paleto puede triunfar, sobre todo en un deporte totalmente idiota—, Coogler lo disfraza con una portentosa puesta en escena, en la que se advierten varias ideas de lo más interesante. Ideas que no hacen otra cosa que enriquecer esta especie de cambio de generación, de paso de testigo. ‘Creed. La leyenda de Rocky’ se alimenta de nostalgia y ofrece un vehículo totalmente “nuevo” al espectador joven de hoy día.
Coogler marca la diferencia
Así pues, en ese ejercicio, que se muestra a ratos vibrante y enloquecido, pero perfectamente controlado, llaman la atención algunas decisiones visuales, como aquella en la que Adonis Johnson —un Michael B. Jordan muy entregado y perfectamente creíble— mira el combate de Balboa con su padre, y Adonis practica los golpes de Rocky, como si estuviera peleando con su propio padre. Y así es, una lucha contra su propio origen, contra sí mismo, y por sí mismo, tal y como le dice Balboa en el decisivo combate final.
Quizá por esa decisión, la de la lucha contra sí mismo —una de las pocas verdades que se te revelan cuando te haces mayor—, la figura de su máximo rival no tiene la dedicación que sí muestran las otras películas de la serie —sobre todo la infumable cuarta entrega—, no vemos lo peligroso que puede llegar a ser, sólo vemos su cara de pocos amigos, y conocemos su título de campeón mundial. Lo que importa en ‘Creed, La leyenda de Rocky’ no es ese rival, sino el recuerdo de algo grande, de ser uno mismo aunque se tenga un apellido famoso, de hacerse valer, de la lucha diaria y constante.
¿Y quién mejor que el propio Balboa, o para el caso, Sylvester Stallone? Porque en cierto modo, el actor lucha contra su propio recuerdo, contra su condición de mito moderno, demostrando, en el otoño de su vida, que puede decir mucho más, y con más coherencia que nunca, que cuando se convirtió en ídolo de masas adolescentes. Por primera vez, Stallone y su personaje usan el cerebro y no los puños. Y gracias a la confianza de Coogler, convence a cualquiera.
La música es utilizada de forma muy efectiva, sobre todo cuando resuenan las notas de Bill Conti. El primer combate está filmado en un prodigioso plano secuencia, que tanto se llevan ahora; y se enfrenta visualmente al decisivo, filmado de forma clásica, prácticamente con el mismo montaje que el combate de la película del 76; Michael B. Jordan le pone más pasión que Stallone en su momento; y éste, mientras pone cara de triste, alegre o enfadado, se relame ante la nueva franquicia que nace viviendo de su pasado.
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