Para muchos continúa siendo un enigma sobre el que teorizar y sacar conclusiones infundadas, y está claro que cada caso tiene sus particularidades, pero a estas alturas sería absurdo negar la existencia de lo que podríamos calificar como el mal endémico de las trilogías; una dolencia que hace harto complicado, que no imposible, encontrar un tríptico en el que todas sus partes mantengan un mismo nivel de calidad —de secuelas que mejoren a sus predecesoras, mejor ni hablamos—.
Esto hace que cada vez que se aproxima el estreno de una tercera entrega de una franquicia, y este ha sido el caso de 'Cómo entrenar a tu dragón 3', el camino hacia la sala de proyección esté dominado por el miedo al desastre y la decepción; especialmente cuando se trata de largometrajes precedidos por maravillas como las que Dreamworks gestó en los años 2010 y 2014.
Sorprendentemente, con lo que parece el cierre definitivo a la saga de Hipo y Desdentao, el estudio de animación ha dado a luz una auténtica proeza de la técnica y la narrativa audiovisual que logra sobreponerse a los pequeños fallos vistos en los filmes anteriores —y, por desgracia, aún presentes— para dar forma a la guinda en un pastel compuesto por tres piezas excepcionales.
Una amistad extraordinaria para una franquicia excepcional
Cuesta saber con exactitud si sería más justo y oportuno evaluar 'Cómo entrenar a tu dragón 3' como el cierre de un arco dramático desarrollado a lo largo de tres películas y unas cinco horas y media de duración o si, por el contrario, debería juzgársela como un producto individual, con sus tres actos y su estructura argumental propia.
Poniendo frente a frente ambas opciones, resulta evidente que la cinta funciona muchísimo mejor si tenemos en consideración todos los antecedentes presentados hasta el momento y que han ido forjando a lo largo de la década la entrañable relación del dúo protagonista. Una amistad que se eleva como el eje central de la trilogía y como principal responsable de que este gran climax constituya una de las producciones animadas más emotivas y sólidas que hayan podido disfrutarse durante los últimos años.
La experiencia de haber presenciado el crecimiento físico, mental y espiritual de Hipo y su montura alada, articulado con maestría por el realizador Dean DeBlois —que vuelve a firmar en solitario— resulta plenamente satisfactoria gracias a una clausura del ciclo del héroe espectacular, emocionante y tierna que toca el corazón del patio de butacas utilizando de nuevo como arma un repertorio de personajes dotados de un alma y encanto únicos.
Valorar el filme en solitario, desligándolo de sus dos precuelas, invita a reconocer una aventura igualmente notable y digna del mayor de los elogios. No obstante, la continuidad con episodios previos posee un peso específico esencial para disfrutar plenamente de una 'Cómo entrenar a tu dragón 3' que comete de nuevo los mismos "errores" —nótese el entrecomillado— que sus hermanas; siendo el primero de ellos un tratamiento demasiado superficial del antagonista, menos cuidado y con un background más difuso que el de cualquiera de los personajes secundarios habituales.
El otro gran pero que deja al largometraje a las puertas de la excelencia es la previsibilidad de su trama. Del mismo modo que ocurría en la primera y la segunda parte, la nueva 'Cómo entrenar a tu dragón' vuelve a sufrir lo arquetípico de un libreto en el que hay poco espacio para la sorpresa, y en el que se pueden predecir los derroteros que va a tomar desde los instantes iniciales; algo que, por otra parte, no es impedimento para disfrutar plenamente de todos y cada uno de los mágicos momentos que se suceden en el metraje, cada uno más intenso que el anterior.
Porque si hay algo que convierte 'Cómo entrenar a tu dragón 3' en la mejor entrega de la saga —seguida muy de cerca por la entrega de 2014—, esa es la sensación de crescendo constante que transmite. En esta ocasión Dreamworks alcanza su cénit visual con unas secuencias de acción espectaculares, ensombrecidas por ciertos pasajes —no entraré en detalle para que los disfrutéis plenamente— con unas cotas de sensibilidad inesperadas y que llegan a competir narrativamente con los momentos más románticos y celebrados de la Disney clásica.
Todo principio tiene un final, y por mucho que nos duela —contener las lágrimas durante el anticlímax es una misión imposible—, ha llegado la hora de despedirnos de un Hipo y Desdentado que han cerrado sus arcos del mejor modo imaginable. Pero, como decía Gandalf el Gris, no todas las lágrimas son amargas, porque este adiós lo hemos dado a través de una aventura animada tan extraordinaria como la férrea lealtad que une a sus protagonistas.
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