La primera fase del Universo Cinematográfico Marvel había tocado a su fin. Y lo había hecho, como vimos anteayer, alcanzando unas cotas que tanto a nivel de crítica como de público se habían saldado de forma inigualable: todo el mundo hablaba maravillas de 'Los Vengadores' ('The Avengers', Joss Whedon, 2012) y eso se terminaba traduciendo en convertir a la cinta en la más taquillera que Disney haya estrenado a lo largo de toda su historia.
Ahora bien, tan magnífica traca abría de forma inmediata una pregunta: ¿sería Marvel capaz de superar la hazaña y, al menos, ofrecernos productos que estuvieran a la altura de las circunstancias? La respuesta, en la forma de una tercera y una segunda parte, nos llevaría a los seguidores y cinéfilos a preguntarnos, a lo largo de todo el 2013, si lo de la película de Whedon no había sido bien un espejismo, bien una maravillosa casualidad tan única como irrepetible.
En primer lugar, a finales de abril, los estudios nos hacían llegar 'Iron Man 3' (id, Shane Black, 2013), un filme sobre el que a todo lo que dije en el momento de su estreno sumaría un necesario adendo: si bien mantengo que lo de cierto personaje interpretado por Ben Kingsley es una metedura de pata de órdago, he de admitir que, en un segundo visionado —y asumido ya el giro que toman los acontecimientos de cara al último acto— la propuesta de Black gana muchísimos enteros. No llega a estar a la altura de la primera parte, pero se queda a poca distancia.
Pero no nos despitemos. 'Iron Man 3' dejaba un regusto amargo, para qué vamos a engañarnos, y lo que servidor esperaba de este 'Thor: El mundo oscuro' ('Thor: The Dark World', Alan Taylor, 2013) que hoy nos ocupa es que, en primer lugar, sirviera para mejorar las pobres y limitadas apreciaciones que ya había podido hacer de su inmediata predecesora y, en segundo, que un filme que prometía —y mucho— hacernos olvidar los sinsabores de los peores tramos de la cinta de Branagh, también eliminara en parte los que se derivaban de la tercera entrega de las aventuras de Tony Stark.
'Thor: El mundo oscuro', ni lo uno, ni lo otro
Precedida por la espléndida nueva fanfarria de Marvel compuesta ex-profeso por la que es la mejor aportación hasta la fecha de Brian Tyler al universo musical de las cintas de La Casa de las Ideas —su partitura para esta segunda entrega de las aventuras del dios nórdico es tan espectacular como vacía— 'Thor: El mundo oscuro' comienza apostando fuerte con un prólogo en el que se nos pone en situación ante la amenaza a la que va a tener que enfrentarse el "rubiales", ese elfo oscuro llamado Malekith que, como todo elfo oscuro que se precie, quiere dominar el universo.
Acompañado de la voz en off de Odín, y seguido de una breve escena en la que se da cuenta de las consecuencias que tiene para Loki el haber instigado la invasión Chitauri a la Tierra, es en la siguiente donde la cinta comienza a desvelar lo poco que vamos a poder encontrar de mano de un Alan Taylor que rueda la batalla que envuelve a Thor, Sif, Fandrall, Vollstag y Hogun como si de un teatrillo se tratara, careciendo la misma de todo interés y desvelando que la elección del cineasta no parece haber sido mucho más acertada que la de Branagh.
A partir de ahí, 'Thor: El mundo oscuro' se convierte en una montaña rusa —una con muchos más valles que cimas— en la que poco se puede destacar por más que, aprendida la lección de la primera entrega, el equilibrio entre las acciones que se desarrollan en Asgard y aquellas que tienen lugar en nuestro planeta se decante muchísimo más por las primeras, un hecho que hubiera sido de agradecer en su predecesora pero que aquí evidencia, ante todo, el paupérrimo maridaje que Christopher Yost, Christopher Markus y Stephen McFeely logran conseguir entre ambos extremos.
Así, ni lo que transcurre en Asgard y aledaños es, paradójicamente, tan interesante como lo que transpiraba en 'Thor' (id, Kenneth Branagh, 2010), ni lo que corresponde a la Tierra consigue levantar el interés, máxime cuando mucho de lo que acaece aquí se pone en manos del esperpéntico tándem formado por Stellan Skarsgård y Kate Dennings, que ya por lo ridículo de uno o por la limitada comicidad de la otra, dista mucho de ostentar la entidad suficiente para soportar el peso que en ellos se deposita.
Tampoco funciona, por motivos diferentes, aquello que corresponde a Chris Hemsworth y a una Natalie Portman que nunca ha estado tan fuera de lugar como en este filme y, en última instancia, el único interés en cuanto a personajes se refiere, recae de nuevo en un Tom Hiddlestone que se merienda al que se le ponga por delante, llámese éste Anthony Hopkins, o ese desaprovechadísimo personaje que es el villano encarnado por Christopher Ecclestone.
Decía el otro día en el último párrafo de la entrada correspondiente a 'Thor' que 'Thor: El mundo oscuro' "dentro del discurrir del Universo Cinematográfico Marvel es, al menos hasta que la segunda entrega de 'Los Vengadores' o ese Ragnarok que veremos en 2017 digan algo, un filme completamente prescindible", y lo es porque nada de lo transpira durante su metraje parece estar revestido de futura relevancia salvo el plano final y el obligado epílogo que ya fue utilizado en 'Guardianes de la galaxia' ('Guardians of the Galaxy', James Gunn, 2014).
Con todo, y por no finalizar con tonalidades amargas, hay que admitir que eso sí, con menor intensidad que 'Iron Man 3', esta cinta gana en un segundo visionado cuando uno ya sabe qué puede esperarse de ella, ignora de forma consciente las muchas estupideces que salpican el metraje —lo del teléfono móvil provocó una carcajada generalizada en el cine—, se deja llevar por un último acto que funciona con cierta holgura y termina siendo consciente de que, a poco que quieran superarse dentro de dos años, 'Thor: Ragnarok' podrá alzarse por fin como lo que los fans esperamos de una cinta del dios del trueno.
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