Cómic en cine: 'Ghost in the Shell', de Mamoru Oshii

Lo comenté la semana pasada cuando este especial hacía escala en 'Crying Freeman' (id, Christophe Gans, 1995): el desembarco del manga en occidente desde finales de los ochenta y, de forma más masiva, a principios de los noventa, supuso una revolución que la maquinaria cinematográfica estadounidense todavía no ha digerido hasta el punto de incorporarla a su funcionamiento normal. A fin de cuentas, y por mucho éxito que pueda tener en un público determinado, los mecanismos y el tipo de historias que manejan los mangas más populares suelen quedar lejos de los gustos del público general y resulta hasta cierto punto comprensible que Hollywood no se haya hecho mucho eco de un mercado que en el país del sol naciente mueve miles de millones de beneficios.

Tanto es así, que a cualquiera que se acerque de nuevas ya al manga, ya al anime, puede darle un ataque de pánico ante la vastedad de la oferta que puede encontrarse venida desde Japón, con cientos de pequeños tomos en sentido de lectura oriental inundando las estanterías de cualquier librería especializada que se precie, y un número igual o mayor de OVA's editados en nuestro país —y en Europa— en los últimos veinte años.

'Ghost in the Shell', el manga

Y si la semana pasada comenzábamos este mismo párrafo hablando del desembarco del manga en España en el año de la Exposición Universal y las Olimpiadas de Barcelona, hoy debemos hacerlo saltando doce meses en el tiempo y situándonos en 1993, momento en el que aparece por primera vez en nuestro país, de la mano de Planeta DeAgostini, la primera edición en ocho volúmenes formato comic-book de 48 páginas de la que por aquél entonces vino en llamarse 'Patrulla Especial Ghost', una serie creada por Masamune Shirow entre mayo de 1989 y noviembre de 1990 que ha conocido desde entonces tantas lecturas como vanos han sido los intentos de buscar un sentido lógico o un hilo argumental a lo planteado por el mangaka.

Recopilado años más tarde en el tomo unitario que hoy se puede encontrar en cualquier librería especializada, 'Ghost in the Shell' es, probablemente, el epítome del cómic complejo y rebuscado que funciona a dos niveles bien diferenciados: el meramente visual y aquél que atañe al discurrir de su trama y a las intenciones aglutinadoras de su autor de todo tipo de referencias sobre religión, filosofía, ética, robótica y tecnología en general.

En el primero, no cabe duda de que Shirow conoce pocos iguales tanto a la hora de diseñar maquinaria bélica y "cachivaches extraños" como a la de pasar de un trazo contenido y completamente serio a uno suelto y despreocupado destinado a plasmar de forma gráfica el particular humor del autor. Con páginas a color que hacen que a uno se le desencaje la mandíbula —algo que la segunda parte consigue con aún mayor facilidad— donde 'Ghost in the Shell' no perdona es en el obscurantismo de su mensaje y en la dificultad que el lector medio va a encontrar, sí o sí, en la comprensión de aquello en torno a lo que gira la historia. El salto que se produce entre emisor y receptor es tan brutal que todavía hoy, veinte años más tarde —y, como decía, varias lecturas de por medio—, trato de buscarle sentido a este singular puntal del cómic nipón.

'Ghost in the Shell', inaprensibles veleidades

Mi intuición me decía que esta historia acerca de un mundo futurista era portadora de un mensaje de plena actualidad para el mundo del presente (...) Hay muy pocas películas, incluso fuera de Hollywood, que representen de forma clara la influencia y el poder de los ordenadores. Pensé que este tema sería mucho más efectivo si se representara mediante animación. Mamoru Oshii

Los casi veinte años que separaban el momento actual de la primera y única vez que había visto 'Ghost in the Shell' ('Kôkaku Kidôtai', Mamoru Oshii, 1995) habían supuesto, sobre todo, que me olvidara por completo de las desiguales sensaciones que la cinta me había transmitido en su momento cuando, buscando un vehículo que lograra aclarar las incontables dudas que se habían derivado de la lectura del manga, choqué de frente con una producción cinematográfica que, más o menos de igual manera que su contrapartida impresa, funcionaba a dos niveles muy diferentes: el visual y el argumental.

Perdido como digo en los resquicios de mi memoria, y reciente de nuevo la enésima re-lectura del manga —que, aunque en menor escala, se tornaba en otro ejercicio en frustración— este segundo visionado de la cinta de Oshii revela que el tiempo y la madurez de éste redactor no han jugado en favor de la percepción que se tiene de un filme que, como ya comentaba mi compañero Pablo en la crítica a la carta que le hizo hace casi un año, arranca y termina de forma brillante pero atesora un tramo intermedio que se lo pone bastante difícil al espectador.

Ya sea en la versión original, o en esa 2.0 que altera algunas secuencias para pasarlas a tecnología de animación digital —pero que nada añade al discurso del filme más allá de su incuestionable espectacularidad— el comienzo de 'Ghost in the Shell' es un dechado de virtudes narrativas y una apuesta firme por parte de Oshii y de los responsables de la animación de la cinta tanto de ser fieles al espíritu del manga de Shirow como de postularse en un producto que pueda entenderse de forma diferente al cómic, planteando sus propias inquietudes y llevando la trama por derroteros que coquetean aquí y allá con lo que se puede leer en las páginas aviñetadas.

Pero, como advertía, trascendido el arranque y la presentación de Motoko Kusanagi —impresionantes esos créditos iniciales que tanto hablan de lo estéril del mundo hacia el que nos dirigimos— la cinta se pierde en su verborrea, y ni la enérgica dirección de Oshii, ni el atractivo planteamiento visual de la cinta son capaces de suplir las carencias de un guión que se posiciona de frente al espectador para hablarle desde una posición de desigualdad en la que mucho del contenido del mensaje termina por evaporarse en el éter antes de que podamos si quiera percibir qué diantres se nos quiere contar.

Y es este detalle —más que detalle quizás hubiera que hablar de traspiés— el que hace que se desconecte de forma automática de los vericuetos intelectualoides por los que discurre la historia y se finalice el visionado disfrutando de lo excitante del acabado visual del filme, de su espléndida banda sonora, uno de los mejores trabajos de Kenji Kawai junto al que realizó para 'Siete Espadas' ('Qi Jian', Tsui Hark, 2005), y no "echando mucha cuenta" a la cháchara que espetan los personajes. Lástima de oportunidad desaprovechada.

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