No es que los ejecutivos de la Warner que aprobaron casi sin pensarlo la cuarta entrega de las aventuras del hombre murciélago dejándola en las ineptas manos de Joel Schumacher estén todavía lamentándolo, como apuntaba al final de la entrada correspondiente a 'Batman Forever' (id, Joel Schumacher, 1995), es que a cualquiera de los muchos cinéfilos incautos que acudimos allá por 1997 a ver la cinta que hoy nos ocupa, todavía nos quedan secuelas más o menos graves por haber asistido a una producción que se postula de forma aventajada, no sólo como una de las peores adaptaciones que se han hecho al cine de un personaje de cómic, sino como una de las peores superproducciones que han salido de esa maquinaria que es Hollywood.
Marcado a fuego en la memoria, poco importan los diecisiete años que han transcurrido desde su primer visionado para seguir sintiendo cercana la muy dolorosa experiencia de tener que aguantar 125 minutos de auténtica diarrea mental por parte del inefable Akiva Goldsman y visual de mano de un Schumacher que no sabía muy bien que diantres hacer con la cámara y se dedicó a menearla sin ton ni son, mareando al respetable más allá de lo que debería estar permitido por ley. El resultado de la conjunción de ambos "talentos" artísticos y una serie de factores que ahora desgranaremos provocó, ante todo, un rechazo masivo de la crítica y la cancelación inmediata de 'Batman Triumphant', la que debía haber sido quinta parte de la franquicia del superhéroe de DC.
Tanto se ha hablado en estos tres largos lustros de lo mucho que falla en 'Batman y Robin', que a esta entrega de Cómic en cine le va a resultar prácticamente imposible aportar datos relevantes sobre la producción o posicionarse desde una mirada que no se haga eco de esas voces que, desde muy temprano, tacharon a la producción de bodrio, infumable y lindezas por el estilo. Y es que desde que comienza hasta que termina, la cinta es un cúmulo de sinsentidos y decisiones erróneas en la práctica totalidad de los aspectos que rodean a un filme, ya estemos hablando de reparto, efectos visuales, edición, fotografía,, música o, por supuesto, los citados guión y realización.
Perfilando algo más lo que he afirmado más arriba acerca de éstos dos últimos, lo que Schumacher logra, en íntima comunión con un diseño de producción que hace de los epítetos excesivo y hortera la máxima a seguir, es hastiar al público transcurridos pocos minutos de proyección, ya sea por mano de esa dirección errática y ramplona que apuntaba, ya porque el sentido narrativo del filme brilla por su ausencia, confiando el cineasta en que las cuatro pamplinas del guión serán suficiente para animar la función. Una apreciación completamente errónea cuando uno considera el bochornoso libreto que firma Goldsman, plagado de diálogos de jardín de infancia, situaciones que no vienen a qué y, sobre todo, unos personajes reducidos a su mínima expresión.
Quizás sea esta última carencia la que aqueje de manera más acusada la cinta, perfilando Goldsman un corpúsculo de carácteres que cuando no bordean el ridículo se hacen fuertes en él: y si ya en 'Batman Forever' —y quizás en menor medida en 'Batman vuelve' ('Batman Returns', Tim Burton, 1992)— tanto Batman como Bruce Wayne se habían visto paulatinamente reducidos a su mínima expresión y este filme da continuidad a dicha práctica, dejando al personaje en el esqueleto de lo que podría ser; lo que se observa en Robin y la incorporación femenina a la familia de murciélagos, con una horrenda Alicia Silverstone, es tan nefasto como lo que atañe a los ¿tres? villanos de la función, unos Mr. Freeze, Poison Ivy y Bane que, más que nunca, hacen suya esa expresión de "personajes del tebeo".
Relegados a caricaturas obligadas a esputar frases que harían sonrojar hasta a mi hija de dos años y medio, tanto Arnold Schwarzenegger como Uma Thurman —dejaremos de lado, obviamente, esa mole descerebrada que es el desaprovechado villano que en los cómics rompía literalmente a Batman— se pasean por la acción como si la cosa no fuera con ellos, y las maneras interpretativas de ambos están llevadas a tales extremos, que las opciones de cómo tomarse lo que estamos viendo en pantalla pasan, sí o sí, por considerar todo el conjunto como una carísima —la cinta alcanzó los 140 millones de presupuesto, 25 de los cuáles fueron a parar a manos de Arnie— broma de pésimo gusto que, lamentablemente, no hace reir ni aún cuando así se lo propone.
Con esa fotografía de colores sobre-saturados o fluorescentes, los ya míticos pezones en los trajes de Batman y Robin, esos breves y esperpénticos insertos en los que vemos como los héroes se calzan sus indumentarias, un diseño de Gotham que hace del horror vacui su máxima y que queda lejos de la espectacularidad contenida que Anton Furst lograra para la primera entrega de la saga de 1989 y una banda sonora de Elliot Goldenthal a la que no le queda más remedio que hacerse eco del carácter excesivo de toda la producción, y ahoga las escenas con una ampulosidad sonora insoportable, terminan de rubricar este dantesco espectáculo que hundiría, al menos momentáneamente, las esperanzas de los amantes del cómic de poder volver a ver a un Batman digno en la gran pantalla.
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