De inesperado podría calificarse el regreso este viernes a la gran pantalla de Derek Zoolander, ese modelo descerebrado que Ben Stiller paría hace quince años en la que era su tercera cinta como realizador tras haber comenzado con ese análisis puntualmente lúcido de la generación X que fue 'Bocados de realidad' ('Reality Bites', 1994) y haber continuado con aquel vehículo puesto a los pies del histrionismo de Jim Carrey en la olvidable 'Un loco a domicilio' ('The Cable Guy', 1996).
Sin relación alguna con ninguna de ellas, 'Zoolander' (id, 2001) sirve a Stiller para demoler con todo el sarcasmo y la mala baba posible las idiosincrasias del mundo de la moda, y qué mejor manera de hacerlo que aprehenderse de ellas hasta tal punto que la hora y media de metraje sea un cúmulo en constante huida hacia adelante de sandeces, chorradas, humor de sal gorda y chistes de lo más burdo que, no obstante, no son capaces de ocultar la fina ironía que discurre de fondo.
'Zoolander', elocuente despropósito
Una ironía que se sirve de una historia imposible sobre un modelo masculino al que el cabeza de una firma de moda pretende usar para matar al presidente de un país asiático que quiere acabar con la esclavitud en su tierra —lo que pondría fin a su producción— y que, como puede observarse, ya muestra en su argumento un misil caústico como pocos hacia el abuso de las grandes firmas textiles de la mano de obra barata en el lejano oriente.
A tan elocuente disquisición se unen otras como el precio a pagar por la fama o la mala prensa que siempre tienen los modelos de no ser más que unos narcisistas superfluos incapaces de ver más allá del canon de belleza del momento. Un canon al que, obviamente, ni Stiller ni un hilarante Owen Wilson podrían pertenecer y que, de nuevo, refuerza con su presencia la idea de todo lo tremendamente absurdo que rodea al universo de la moda y los modelos.
Respaldada además con la aparición y complicidad de mucho actor conocido y famoso, es muy obvio que, por más que la cinta pudiera tacharse fácilmente como un tremendo e infumable despropósito, las intenciones de Stiller al firmar el guión son precisamente esas: dotar al conjunto de un halo de suma estupidez que, al mismo tiempo, deje clara sus intenciones críticas si el espectador es capaz de rascar y ver más allá de su chillona e histérica fachada.
Una fachada a la que acude en ayuda lo exagerado de todo el conjunto y lo conscientemente sobreactuado, no ya de Stiller o Wilson —que también— sino del "villano" de la función, el descacharrante Mugutu al que da vida Will Ferrell, la lugarteniente de éste interpretada por Milla Jovovich o la genial aparición de un paranoico David Duchovny en el que probablemente sea el mejor cameo de toda la cinta.
Dirigida con un pulso espléndido que en todo momento queda puesto al servicio de las puyas que van marcando el devenir de la acción —me quedaría con dos momentos, el de los tres amigos del protagonista en la gasolinera a lo Playboy y el del vídeo de presentación de Hansel, el modelo encarnado por Wilson— 'Zoolander' es una muestra bastante representativa de lo ecléctico del talante de Stiller como cineasta.
Un talante que le ha permitido ponerse al frente de productos tan diferentes como los dos citados inicialmente, éste del que hoy hablamos o esa espléndida inyección de optimismo que es 'La vida secreta de Walter Mitty' ('The Secret Life of Walter Mitty', Ben Stiller, 2013) y que, si bien no encuentra aquí su mejor exponente —eso está reservado por ahora a Walter Mitty—, lo hace parcialmente en una producción que es bastante más de lo que parece a simple vista.
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