A la vista del filme con el que se había estrenado en la gran pantalla tres años antes, y del que seguiría al que hoy nos ocupa tres años después, nadie podría afirmar de forma categórica que el nombre de Edward Zwick terminaría asociado al tipo de cine de corte épico —larger-than-life que dirían los yanquis— en el que se incluyen la gran mayoría de las producciones en las que ha el realizador estadounidense ha intervenido en los últimos veinticinco años desde que la extinta Tri-Star lo pusiera al frente de este relato de la Guerra de Secesión que es 'Tiempos de gloria' ('Glory', 1989).
Como decía, y salvo un par de incursiones posteriores en el terreno de la comedia —'Dos chicas en la carretera' ('Leaving Normal', 1992) y la reciente 'Amor y otras drogas' ('Love & Other Drugs', 2010)— la trayectoria de Zwick ha venido jalonada por seis títulos que ponen de manifiesto la extrema habilidad que éste ostenta a la hora de poner en imágenes historias de esas llamadas a remover sentimientos en el espectador. Y esto es algo que algo que evidencian de muy diversas formas tanto el dramatismo de corte culebrónico de 'Leyendas de pasión' ('Legends of the Fall', 1994) como la poética de gran presupuesto de 'El último samurái' ('The Last Samurai', 2003).
Una película de actores
Más cerca de la segunda que de la primera, y con una contención que irá diluyéndose con el paso de los años, es quizás 'Tiempos de gloria' junto a la citada cinta protagonizada por Tom Cruise lo mejor que Edward Zwick ha rodado hasta la fecha, estableciendo con ambos filmes de corte histórico una semblanza muy precisa de lo que a él le gusta rodar: historias focalizadas en un pequeño grupo que, a través del tesón y el afán de superación y supervivencia, harán frente a adversidades de esas que lograrían amilanar hasta al más atrevido de los mortales.
Y si dicho esquema dicta, con mayor o menor intensidad, lo que podemos ver por ejemplo en 'Diamante de sangre' ('Blood Diamond', 2006) o 'Resistencia' ('Defiance', 2008), es muy evidente que en el relato de la primera compañía del ejército de Estados Unidos formada por afroamericanos libres, aquello en lo que se vuelca el espléndidamente bien construido guión de Kevin Jarre es en insuflar un halo de grandeza sin par a la ya grandilocuente gesta de unos hombres que lucharon por hacerse un hueco en la historia de su país mientras luchaban por esa libertad que un buen día el hombre blanco decidió arrebatarle a su raza.
Película de personajes en la que toda la acción bélica queda relegada al momento inicial y final del metraje, que todo el núcleo centra de 'Tiempos de gloria' no funcionaría como lo hace de haber contado con un reparto diferente es algo acerca de lo caben muy pocas discusiones. Al margen de aquello que atañe a Morgan Freeman, que da igual lo que haga —o hiciera hace casi tres décadas— siempre ha estado genial, o a ese Denzel Washington que se alzó con su primer Oscar gracias a un personaje que parece confeccionado a su medida, si hay un miembro del reparto que merece gestos de elogio, y sorpresa, ese es Matthew Broderick.
El joven actor, que había comenzado su andadura profesional seis años antes y que, hasta entonces, sólo había incurrido en papeles del marcado talante cómico del Gaston de 'Lady Halcón' ('Ladyhawke', Richard Donner, 1985) o el Ferris Bueller de 'Todo en un día' ('Ferris Bueller's Day Off', John Hughes, 1986) explora aquí matices completamente diferentes a los que se le habían visto hasta entonces y, haciéndose eco de la contención que gobierna la precisa labor de Zwick tras las cámaras, ofrece una actuación en la piel del Coronel Shaw que bien cabría señalar como uno de los momentos más álgidos de su trayectoria.
'Tiempos de gloria', espléndida hija de su década
Que toda la cinta quede marcada por la citada contención que a mi entender trasluce de la puesta en escena de Zwick no quiere decir que 'Tiempos de gloria' huya de tratar de emocionar y arrancar alguna que otra lágrima del espectador. Y si en última instancia lo consigue —y lo consigue— es verbigracia a la maravillosa partitura que James Horner componía en la que sin duda fue su década más fecunda, aquella de la que podemos extraer sus mejores partituras —con permiso de 'Braveheart' (id, Mel Gibson, 1995)— y de las que la belleza del tema principal de 'Tiempos de gloria' es superlativo ejemplo.
Nominada a cinco Oscars, ganadora de tres y de más de una decena de premios en total, huelga decir que 'Tiempos de gloria' es otro ejemplo más, y uno especialmente brillante, de la atemporalidad de la que hacen gala tantas y tantas producciones nacidas de esa madre sin par que fue la década de los ochenta. Sí, lo sé, mi insistencia ante la grandeza del cine que se hacía en aquellos años comienza a ser cansina, pero para aquellos que crecimos en aquellos años, es muy probable que nunca vuelva a haber nada en la gran pantalla que iguale a lo que pudimos vivir entonces.
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