En las líneas de la entrada que dediqué hace una semana a 'Amanecer de los muertos' ('Dawn of the Dead', Zack Snyder, 2004) no sólo dejaba claro que el remake de la cinta de George A. Romero me parecía lo mejor que el "visionary director" había firmado a lo largo de su trayectoria —algo que su última incursión en la gran pantalla no ha hecho más que confirmar— sino que apuntaba a que, en el opuesto del espectro, se encontraba el filme que hoy ocupa nuestro tiempo.
Un 'Sucker Punch' (id, 2011) que me dejó a partes iguales confundido, indignado y fascinado la primera vez que la vi y que, desde entonces, en las tres revisiones que le he hecho —no preguntéis por qué, es historia para otro momento— contando con la que realicé hace unos días de cara a esta entrada, ha logrado que la confusión y la fascinación queden completamente aplastadas por la indignación ante lo infumable que no pocos defienden como un ejercicio cinematográfico de honestidad.
Puntadas sin hilo
Sé que no es precisa, pero como quiera que todos la entendemos, me váis a permitir que utilice la expresión "esta película no tiene guión", para dar una idea clara de uno de los problemas más graves y alarmantes que detenta 'Sucker Punch'. En su lugar, y puestos a acercarnos algo más a la realidad de lo que el libreto escrito por el propio Snyder ofrece, lo que encontramos es una colección de escenas "molonas" cosidas con un frágil y deshilachado hilo que se muestra incapaz de sostener las hora y cincuenta minutos de metraje.
Tan incapaz, que una vez Snyder pone las cartas sobre la mesa —más o menos a la media hora de proyección— y queda claro de qué diantres va a ir todo el asunto, al espectador no le queda otra que comenzar a desconectar cuantas más neuronas mejor —y a cuanta más velocidad mejor—, acomodarse en su butaca con un buen bol de palomitas y no pretender que la cinta vaya a ofrecerle algo más allá de las cuatro set-pieces sobre las que orbita el filme.
Inspirándose —¿descaradamente?— en 'Origen' ('Inception', Christopher Nolan, 2010), el recurso del sueño dentro del sueño no funciona aquí ni de lejos como sí lo hacía en la extraordinaria cinta de ciencia-ficción dirigida por el artífice del mejor Batman que se haya visto en la gran pantalla, y a la burda excusa que da pie al festival de efectos visuales que se orquesta para justificar el sesgo más llamativo de la producción, se le queda corto muy pronto el calificativo de esquelética.
De la misma forma —esquelético, escueto, sucinto o directamente inexistente, elijan ustedes— caben calificarse las "actuaciones" del elenco al completo, que se mueven entre los extremos de la sobreactuación y el hieratismo sin dejar lugar a apreciaciones intermedias, siendo ejemplos más representativos de uno y otro los personajes encarnados por Oscar Isaac y la imposible heroína a la que da vida —es un decir— Emily Browning.
'Sucker Punch', ámame u ódiame
Ahora bien, si llegado el momento, uno podría abstraerse lo suficiente como para ignorar la ausencia de guión y la podredumbre que campa a sus anchas en el terreno interpretativo para así intentar disfrutar sin más de la función, ahí está el elefante en una cacharrería que es la dirección de Zack Snyder para impedir cualquier posible acceso a un entretenimiento constante, coherente y cohesivo. Olvidense por completo de todo eso. Esto es Snyder "puro y duro" y, o lo amas desaforadamente, o lo detestas con frenesí. Poco lugar hay para las medias tintas.
Más cerca de la segunda opción que de la primera, aunque mi tendencia sea siempre hacia una posición mesurada, lo cierto es que me cuesta valorar de forma positiva una realización que intenta basar su efectividad en el abuso continuado del ralentí hasta en los momentos en que no se hace necesario —algo en lo que incurre, y no pocas veces, en su último filme— desvirtuando por completo lo que podría aportar la cámara lenta al convertirla en un elemento de exasperación.
Pero claro, cuando la narración a ritmo normal no se hace de forma prístina, es necesario recurrir a ese as debajo de la manga que es la mover la acción a menor velocidad para que así todos podamos aprehendernos de hasta el último detalle que el abotargado diseño de producción incluye en el enfrentamiento de Baby Doll con los samuráis gigantes, las tropas de zombis nazis, los orcos y dragones o los robots a bordo del tren de alta velocidad.
No niego que, por separado, dichas set-pieces sean de las que nos pondrían la adrenalina por las nubes —por no hablar de las hormonas, porque vaya la sutileza que se gasta Snyder con el fan service en la cinta— pero consideradas en conjunto, dada la cercanía de unas con otras, y superada la sorpresa que supone la primera, lo que en última instancia consiguen unidas a lo anodino del resto de la función es hastiar al espectador.
Y así, hastiados, fatigados y con ganas de no volver a acercarse nunca más a la producción —repito, no preguntéis, hay cosas que es mejor no saber— es como se queda éste redactor después de una última revisión que, y también lo dije el otro día, mi compañero Alberto definió tan elocuentemente como un ejercicio de onanismo. Yo aún diría más: a dos manos con triple tirabuzón y voltereta hacia atrás. Ahí queda eso.
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