Cine en el salón: 'Masters del Universo', Cannon no tenía ¡el poder!

Finalizamos este pequeño recorrido que hemos hecho por lo más "selecto" de la filmografía de la Cannon, y lo hacemos con uno de los tres filmes que supusieron el principio del fin de la productora que Menahem Golan y Yoram Globus habían levantado para comerse Hollywood y terminaron desmontando a la chita callando cuando Hollywood se los merendó sin piedad y el fisco dio buena cuenta de la creativa contabilidad sobre la que los primos habían montado el negocio, utilizando para ello la misma trampa que derrumbaría a la Enron tres décadas después: apuntando supuestos beneficios futuros sobre sus películas para inflar el valor de la compañía.

Como decía, 'Masters del universo' ('Masters of the universe', Gary Goddard, 1987) formaba parte del órdago de la Cannon para poder sobrevivir al desplome del castillo de naipes que se le venía encima. Para empezar, tenemos 'Yo, el halcón' ('Over the top', Menahem Golan, 1986), un remedo de 'Rocky' (id, John G. Avildsen, 1975) que sustituía el ring por bares de carretera y el boxeo por concursos de pulsos para contar una historia de superación-padre-hijo escrita por Stallone y dirigida, es un decir, por el propio Golan en una decisión que tenía mucho que ver con el interés del cineasta y productor por lograr recuperarse del mazazo que había supuesto no ser el único que financiara el éxito que supuso 'Cobra, el brazo fuerte de la ley' ('Cobra', George Pan Cosmatos, 1986).

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Habiendo firmado con Stallone un contrato por el que la estrella se embolsó una "salvajada" de dinero, los fondos para poner en pie la producción se quedaron en una ridiculez que obligó a los "Go-Go-boys" a incurrir en impagos a todos los implicados en el filme, llegando a afirmar un ejecutivo de la compañía que los primos "tenían reputación en la ciudad de no pagar las facturas. (…) Nunca he trabajado en un lugar en el que la gente tuviera mayor falta de respeto por los directivos de la compañía".

Del segundo peldaño en este descenso a los infiernos de la Cannon, cuarta entrega de las aventuras de cierto superhombre de un desaparecido y lejano planeta, me guardo los comentarios para otro momento. Y así llegamos a 'Masters del universo' un filme que, con casi un lustro de retraso, pretendía obtener pingües beneficios de la línea de juguetes con la que Mattel se había hecho de oro en 1982 —una línea de juguetes que, inicialmente, había estado pensada para acompañar el lanzamiento de 'Conan, el bárbaro' ('Conan, the barbarian', John Millius, 1982) pero que tuvieron que remodelar al ver los muy violentos resultados del filme—.

Con la moda de los plagios de Conan más que trascendida —y qué os voy a contar de la de He-man, Skeletor y compañía— Cannon volvía a demostrar que lo suyo siempre fue jugar a la ruleta rusa con el dinero, suicidándose un poquito a cada nueva producción en la que se veían envueltos. Pensada inicialmente para volver a contar con el protagonismo de Stallone, hasta que éste se desentendió del más que seguro berenjenal en el que Golan y Globus se iban a meter, 'Masters del universo' terminaría teniendo por protagonista a Dolph Lundgren, el Ivan Drago que se las había hecho pasar canutas a Rocky en la entrega más fascistoide de toda la saga del boxeador, completándose el reparto con la adición del respetable Frank Langella como Darth Vader Skeletor, Billy Barty como Yoda el alivio cómico del filme y una jovencísima Courtney Cox en la piel de la joven terráquea que ayudará a nuestros héroes.

Porque, claro está, el presupuesto de la cinta, de unos generosos 22 millones de dólares, no daba para mucho y ante la imposibilidad de rodar el guión inicialmente previsto, que transcurría por completo en Eternia e incluía a Orko —ese duendecillo volador de los dibujos animados que, por motivos obvios, fue sustituido por el horrible Gwildor—, se decidió tomar por el camino fácil de toda producción de fantasía con limitados medios, traer la acción a la Tierra y al tiempo presente, un error que la cinta terminaría pagando caro.

Aún con una Eternia materializada en unos desiertos que parecen sacados de cualquier capítulo de 'Star trek', los mejores momentos del bochornoso espectáculo que es 'Masters del universo' son aquellos que transcurren en el fantástico mundo en el que viven He-Man, Skeletor, Man-at-arms y compañía y el momento en que el héroe de melena rubia y sus amigos son transportados a un pequeño pueblo de California supone un duro revés para una película que, desde entonces, sólo irá de mal en peor.

Con la alargada sombra de 'La guerra de las galaxias' ('Star wars', George Lucas, 1977) planeando por encima de todo el metraje, las referencias a la saga creada por George Lucas son tan evidentes como vergonzosas, encontrando su punto álgido ya en las obvias similitudes entre personajes que he dejado entrever más arriba, ya en la exagerada partitura de Bill Conti, con un tema principal de descarada "inspiración" en aquellos que componía John Williams para las aventuras de Luke, Han y Leia o para la majestuosa marcha que acompañaba a 'Superman' (id, Richard Donner, 1978).

De dirección plana y anodina hasta el hastío —es la única película que dirigiría Gary Goddard, especialista en crear atracciones para los diversos parques de la Universal—, 'Masters del universo' hace gala de sus peores momentos en unas interpretaciones que van desde lo pétreo de Lundgren o lo afectado de Langella a lo poco creíble de Cox o lo histriónico e insoportable de James Tolkan —este último repitiendo punto por punto lo que ya le habíamos visto en 'Regreso al futuro' ('Back to the future', Robert Zemeckis, 1985) el año anterior— por no hablar de la caterva de horrendos secundarios ocultos bajo gruesas capas de maquillaje que conforman a los mercenarios contratados para capturar al musculoso héroe —¿he comentado ya lo de la sombra de 'Star wars', verdad?—.

Rematada la faena por un guión que parece estar chillando constantemente "¡Soy épico!...¡en serio!" para ver si alguien le hace caso, y del que otras manos más hábiles y menos dispuestas a dilapidar el dinero habrían sacado más partido, 'Masters del universo' iba a tener una secuela que, obviamente, nunca llegó a rodarse —y cuyo guión se utilizó para ese esperpento que fue 'Cyborg' (id, Albert Pyun, 1989)—, siendo este fallido filme el epitafio perfecto de una compañía que terminó sus días haciendo películas sobre la lambada. Pero eso, como suele decirse, es otra historia.

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