El mundo se está yendo por un enorme inodoro de cuya cisterna estamos tirando todos a la vez. Así de claro. Vivimos en unos tiempos en los que la conciencia global está ayudando poco o nada a que el planeta sea un lugar más digno para vivir: cada vez hay más pobreza, pero no sólo eso, sino que la riqueza cada vez está menos repartida, algo que la actual crisis está exacerbando hasta límites insoportables; la locura de los pocos que están en el poder mantiene en vilo al mundo entero en unos días en los que el régimen de Corea está dispuesto —una vez más— a llevar a la Tierra a otro holocausto nuclear; y en medio de todo esto encontramos una de las peores lacras de nuestra generación, la inmigración.
No recuerdo exactamente la fecha en la que llegó la primera patera a las costas de Tarifa, pero lo que no puedo olvidar es la indignación que sentí de ver como nuestros congéneres llegaban más muertos que vivos en unas condiciones infrahumanas. Han pasado muchos años desde entonces y los medios casi nunca se hacen eco ya de de las llegadas de inmigrantes en cayucos, parece que la población está cauterizada; es un problema, sí, pero tampoco es tan grave —aunque siga produciéndose a diario—. Gracias a Dios, sigue habiendo gente que necesita alzar la voz y gritar su indignación. Y gracias a Dios, algunas de estas personas hacen cine. Alfonso Cuarón es uno de ellos.
Aunque lleva haciendo cine desde 1983, no fue hasta 'La Pequeña Princesa' ('Little princess', 1995) que su nombre comenzó a sonar con fuerza. Desde entonces, Cuarón ha sabido cuajar un estilo muy personal ya sea en las cintas de las que también es guionista 'Y tu mamá también' (id, 2001), como en los encargos de grandes estudios, filmando la mejor entrega de Harry Potter, 'El Prisionero de Azkaban' ('Harry Potter and the prisoner from Azkaban', 2004). Aún teniendo en cuenta todo lo anterior poco podíamos imaginar que Cuarón fuera capaz de concretar una cinta tan llamada a la polémica como fue 'Hijos de los hombres' ('Children of men', 2006). Haciendo gala de un ácido y agudo sentido de la conciencia social mundial, Cuarón enarbola en el filme dos de las banderas más preocupantes de hoy en día: la guerra y la inmigración —en realidad enarbola unas cuantas más, como el adocenamiento de la sociedad actual, pero estas dos son lás más llamativas—.
Y lo hace a través de un género al que hasta el momento de rodar esta producción no se había acercado, el de la ciencia ficción de avance, un género que potencia sobremanera la fuerza que anida en su mensaje y gran realismo . Además, los dos frentes sobre los que el hilo de la acción hace hincapié son tan actuales, que ni siquiera el hecho de que estén exagerados —aunque no tanto como uno pudiera pensar— resta veracidad al relato. Como nota añadida, Cuarón realza el poder alegórico de su historia con el la premisa de partida que mueve la historia: el nacimiento de un niño tras 18 años de esterilidad mundial. Es tal la fuerza y el sentido que cobra el devenir del relato cuando la embarazada Kee hace acto de presencia que casi se diría que Cuarón se podría haber ahorrado los, por otra parte geniales, 30 primeros minutos.
A partir de ese momento, el mexicano insufla nueva vida a la historia y sobre todo a sus protagonistas. Como si de una moderna natividad biblíca se tratará, 'Hijos de los hombres' cuenta con su particular San José y su María. El primero busca la redención de su nihilista vida a través de la ayuda a lo que sin duda traerá nueva esperanza a los hombres; la segunda sólo quiere que su hijo nazca en libertad. Tras esta primera capa, el relato de las peripecias de ambos para conseguir su objetivo va desgranando muchas más realidades; el descubrimiento de cuales son será competencia, eso sí, de lo que cada espectador pueda aportar a la experiencia que supone su visionado.
Hasta aquí lo que el Cuarón guionista consigue. La virtud del realizador es que su tarea detrás del objetivo lidia duramente con su labor en el libreto por ser lo mejor de la cinta. El Cuarón director consigue con un espléndido trabajo meterse al público en el bolsillo tras el impactante comienzo. Con un sentido del ritmo impresionante, y usando —que no abusando de— una realización cuasi documental, el cineasta transmite desde un principio, y sin ningún tipo de problemas, esa sensación de verismo de la que venimos hablando. Y esto se hace palpable sobre todo en el momento en que la acción alcanza el que quizás sea su punto más álgido: cuando los protagonistas se adentran en Bexhill, un pueblo costero cercado por el ejército donde son hacinados, como si de un campo de concentración se tratara, los inmigrantes.
Es durante la parte de metraje que Cuarón centra allí donde mejor se refleja el espíritu crítico-alegórico del realizador mexicano. Lo primero lo podemos observar en la maestría tras las cámaras, y la impresionante labor de montaje, que llegan a un nivel tal que casi se podría afirmar que las escenas de batalla que tienen lugar en Bexhill son de las mejores que se habían podido ver en la gran pantalla desde que Scott estrenara 'Black hawk derribado' ('Black hawk down', 2001) cinco años antes. Lo segundo, y probablemente lo más estremecedor, es el que por méritos propios se termina convirtiendo en el gran momento de la cinta, demostrando como un simple sonido puede parar al mundo.
Pero todos los esfuerzos de Cuarón serían en balde si no estuvieran refrendados por la labor de un más que sólido reparto. Al frente del mismo, un Clive Owen que se come la pantalla. Su rostro refleja desde la apatía hasta la más absoluta indignación sin despeinarse sirviendo de contrapunto perfecto a la labor del resto de sus compañeros. A su lado, unos impresionantes Michael Caine —que da igual lo que haga con tal de verlo en la pantalla—, Chiwetel Eijofor, Julianne Moore y una novata Claire Hope Ashite,cuya inocente candidez a la hora de plasmar el personaje de Kee, pone el toque metafórico a la cruda realidad del relato.
'Hijos de los hombres' fue, y sigue siendo, siete años e incontables visionados después, una cinta tan magistral como necesaria. Su clara implicación en azotar conciencias y su inteligente forma de abordar la crítica nada velada de dos de los hechos más vergonzosos de la actualidad mundial la convierten en un rara avis dentro del cine de presupuesto, ese que siempre intenta evadir, de una forma u otra, la cruda realidad. No puedo más que aplaudir la arriesgada iniciativa que Cuarón tomó con este espléndido filme y esperar que, de cuando en cuando, otros cineastas sigan haciendo lo mismo. Si terminará sirviendo de algo, sólo el tiempo lo dirá.
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