Poseedor de una filmografía singular que se ha movido por muy diferentes géneros, el irlandés Neil Jordan lograba con 'En compañía de lobos' ('The company of wolves', 1984) el temprano pináculo de una carrera que después encontraría sus otros puntos álgidos en la terna formada por la espléndida 'Juego de lágrimas' ('The crying game', 1995), la injustamente denostada 'Entrevista con el vampiro' ('Interview with the vampire', 1994) y la excelente 'El fin del romance' ('The end of the affair', 1999); cintas todas que, junto al resto de su producción, hacen gala de la personal forma de entender el cine que atesora el realizador.
La onírica magia que se desprende de las imágenes de 'En compañía de lobos' —y que después volveremos a verle, aunque en menor medida, en la adaptación de la novela de Anne Rice— es lo que, a la postre, convierte a este filme en el fascinante y soberbio ejercicio cinematográfico que continua siendo casi treinta años después de su estreno; un ejercicio que, en virtud de toda una serie de atemporales valores, ha sabido resistir con estoicidad el paso de los años.
El más llamativo de ellos, y el que queda grabado a fuego en la memoria cinematográfica del espectador es, sin lugar a dudas, el asombroso diseño de producción que Anton Furst —el que, cinco años más tarde se encargaría de 'Batman' (id, Tim Burton, 1989)— logra para la cinta con unos medios muy limitados y una imaginación desbordante a la hora de gestionarlos.
Contando con un exiguo presupuesto de 410.000 libras —unos 650.000 dólares según el cambio actual— para Furst y Jordan no fue sencillo poder conseguir el importantísimo aspecto visual del filme y ambos, en conjunción con dos artistas conceptuales, trabajaron sobremanera en la pre-producción de la cinta, dibujando cientos de storyboards encaminados a conseguir un "sentido ampliado de la realidad" según palabras del propio cineasta.
Construido con "doce árboles", ese bosque en el que nunca penetra la luz es el protagonista principal del trabajo de Furst y el equipo de diseño de producción, siendo éstos responsables en buena parte de dotar a 'En compañía de lobos' de la espectacular atmósfera que preña a la cinta ya desde su comienzo, con ese can corriendo por el citado bosque hacia una casa envuelta en brumas que parece salida de una ensoñación de Poe.
Fundamentales a la hora de vertebrar la historia, los sueños con los que Jordan y Angela Carter adaptan el relato de ésta última son protagonistas de este juego de Matrioskas que el espectador va descubriendo conforme avanza el metraje: una joven duerme inquieta en su cama y sueña con otra vida en la que su irritante hermana acaba de morir y su abuela —espléndida Angela Lansbury— la alecciona mediante cuentos sobre los peligros de la vida adulta. Unos cuentos que, visualizados por Jordan, adquieren singular relevancia en la bellísima metáfora sobre la sexualidad y el tránsito de la juventud a la madurez que es 'En compañía de lobos'.
Con la segunda subyacente a lo largo de toda la cinta, es en la primera donde el filme carga más las tintas, sobre todo en lo que a la componente humana más básica que representan los hombres lobo se refiere: los juegos sexuales a lo largo del metraje darían para todo un compendio de anotaciones que, de seguro, extraerían freudianas interpretaciones de los rojizos y carnosos labios de su protagonista, de esa caperuza roja que la abuela teje para su nieta, de las historias que la anciana cuenta a la joven y que ésta transmite después a su madre y al cazador/hombre lobo, o del inocente coqueteo que la particular Caperucita Roja del filme hace con el insolente joven del pueblo.
Ambas componentes del filme quedan, eso sí, rodeadas por igual mediante el mágico hálito con el que Jordan caracteriza a la narración —magnífico resulta, como siempre en el cineasta, el uso de la cámara lenta— en precisa conjunción con la hipnótica banda sonora de George Fenton, las más que correctas interpretaciones de todo el elenco, y la espléndida labor del equipo de efectos visuales a la hora de dar con las originales transformaciones de humano en hombre lobo.
Con la clara referencia al cuento de Perrault, y otras menos evidentes dispersas a lo largo del filme —¿alguien más ve en la secuencia de la joven huyendo de los lobos a un remedo de la Alicia de Carroll?— la puesta al día de la iconografía de los cuentos que el realizador enhebra aquí resulta muchísimo más atractiva que cualquiera de los olvidables intentos que hemos tenido que aguantar últimamente en filmes como 'Caperucita roja' ('Red riding hood', Catherine Hardwicke, 2011) o 'Blancanieves y la leyenda del cazador' ('Snowhite and the hunstman', Rupert Sanders, 2012), demostrando Jordan en su bisoñez —éste era su segundo filme— que grandes presupuestos y perdurabilidad no siempre van de la mano.
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