Hubo una época en la que el cine español era muy dado a imitar fórmulas que habían demostrado su eficacia comercial en otros países. En lo que aquí nos interesa, el caso más relevante fue el acercamiento al giallo durante los primeros años de la década de los 70 con cintas como las estimables ‘Los ojos azules de la muñeca rota’ (Carlos Aured, 1973) y ‘La última señora Anderson’ (Eugenio Martín, 1971) o títulos menos conseguidos como ‘El asesino está entre los trece’ (Javier Aguirre, 1973) o ‘El pez de los ojos de oro’ (Pedro Luis Ramírez, 1973). Eso sí, los segundos abundaron mucho más que los primeros incluso cuando era una producción mayoritariamente italiana con una participación minoritaria de alguna compañía española.
Más dificultades hubo para replicar el éxito del slasher, ya que el cine español de género estaba en claro declive y sólo las aportaciones de José Ramón Larraz y otros títulos esporádicos como la muy exitosa ‘Mil gritos tiene la noche’ (Juan Piquer Simón, 1982) mantuvieron esa tradición. Sin embargo, el resurgir del mismo motivado por el bombazo de ‘Scream’ (id, Wes Craven, 1996) avaló la aparición algo tardía de obras como ‘El arte de morir’ (Álvaro Fernández Armero, 2000), ‘Tuno negro’ (Pedro L. Barbero y Vicente J. Martín, 2001), ‘School Killer’ (Carlos Gil, 2001), ‘La monja’ (Luis de la Madrid, 2005) o ‘La central’ (Francisc Giró, 2006). Todas ellas con una calidad bastante escasa, en especial en el caso de ‘La central’, pero ‘Afterparty’ compite con ella por deméritos propios a la hora de determinar cuál es el peor slasher español de todos los tiempos.
Curiosa premisa, pésima ejecución
El arranque de ‘Afterparty’ es bastante curioso, ya que en su prólogo nos sitúa en el típico bosque oscuro en el que el asesino enmascarado de turno siembra el terror cargándose a todo con el que se encuentra. Sin embargo, la cosa da un giro de 180 grados cuando descubrimos que todo forma parte de una ficción televisiva en la que participa el protagonista de ‘Afterparty’. Apodado ‘El Capi’, no tardamos en conocer que es un ligón que se tira a toda chica que se pone a tiro y que está a punto de abandonar ‘Campamento sangriento’, título de la serie —y también de una famosa saga slasher de los años 80—, para dar el salto a Hollywood. Sus más bajos instintos le hacen acudir a una fiesta desenfrenada, donde se montará el caos a la mañana siguiente cuando alguien usando el mismo disfraz que el asesino de ‘Campamento sangriento’ empieza sembrar el terror.
No es que sea una premisa tan original como pueda parecer, pero sí que se aleja de los tópicos más rancios del subgénero, algo que de poco sirve si lo desarrollas tan mal como se hace en ‘Afterparty’. Dirigida y escrita —con la colaboración de Fernando Sancristóbal en este segundo apartado— por el debutante Miguel Larraya, hombre curtido en la televisión y con varios cortometrajes en su haber, estamos ante una película que no sabe ir más allá del relativo ingenio de su punto de partida, aunque no sería justo culpar de todos los males a Larraya, ya que ‘Afterparty’ es un fracaso absoluto en todos los frentes.
El anodino acabado visual de ‘Afterparty’ y la ausencia de asesinatos durante unos 20-30 minutos lleva al espectador al borde de la desesperación, ya que resulta dudoso que un amante del slasher pueda sentir algún interés en ver a adolescentes de juerga, sin olvidarnos del ridículo intento de conseguir empatía con un personaje aleatorio cuando éste critica las tácticas del protagonista. Todo ello se debe a la necesidad de conocer a los personajes que nos acompañarán cuando se desate el caos, pero la sensación que queda es de relleno sin inspiración alguna y alargado más de la cuenta. Y no me olvido de los parones en la trama para hacer una crítica nada aguda a la hipocresía de las fans locas de gente como ‘El Capi’ —¿quizá una parodia de todo el revuelvo que hubo en su momento alrededor de ‘El Duque’ de ‘Sin tetas no hay paraíso’ (2008-2009)?—.
Los mecánicos diálogos ideados por Larraya y Sancristóbal ya son suficiente impedimento para que los actores puedan lucirse, pero es la alarmante falta de naturalidad de éstos, algo especialmente patente en el caso de alguna de las chicas, la que impide por completo que uno pueda entrar en lo que se le está contando. Por otro lado, de poco sirve que sean tan generosos a la hora de mostrar la anatomía de sus protagonistas femeninas, pero se opte siempre que sea posible por el fuera de campo para mostrarnos los crímenes, cuando éstos deberían suponer el punto culminante si exceptuamos la fuerza imprescindible que debería tener su tramo final. Por desgracia, si ya era bastante floja hasta entonces, ‘Afterparty’ cae de lleno en lo absurdo, risible y bochornoso cuando toca aclarar lo que realmente está sucediendo.
El vergonzoso desenlace de ‘Afterparty’
No son pocos los slashers que recurren a explicaciones disparatadas cuando llega el momento del cierre, pero, por regla general, al menos tienden a demostrar convicción en lo que hacen. En ‘Afterparty’ se agiganta la falta de naturalidad de los protagonistas —sólo se salva parcialmente Luis Fernández— y se apuesta por una explicación tan absurda como ausente de credibilidad. Es entonces cuando ‘Afterparty’ da lo peor de sí misma y uno observa atónito como 20 minutos parecen ser dos horas ante la inutilidad de lo que tiene ante sí.
Cierto es que la justificación empleada ya había sido utilizada con anterioridad en otros slashers, dejando siempre una profunda sensación de insatisfacción en mi persona, pero es que aquí ésta queda reducida a un giro “sorpresa” que no tarda en derivar en más de lo mismo, pero peor. El psicópata se revela como una argucia intrascendente y la concatenación de los hechos que van sucediéndose carece de fluidez, ritmo o sencillamente posibilidad alguna de poder tomártelo en serio por lo excesivamente azaroso de varias soluciones argumentales para llegar al desenlace deseado. Vergonzoso.
El lamentable guión, las actuaciones de saldo, la falta de atractivo visual tanto en el conjunto como en las escenas de las muertes —normalmente la cima de este tipo de cintas—, una dirección vulgar y más propia de una anodina tv movie que de un largometraje para cine y el hecho de resultar una experiencia soporífera cuando ni siquiera llega a los 80 minutos de metraje convierten a ‘Afterparty’ en uno de los peores slashers que haya visto —y no han sido precisamente pocos—, aunque, eso sí, ligeramente mejor que ese aborto cinematográfico conocido como ‘La central’. Triste consuelo, lo sé.
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