Poco proclive a que sus cintas den cabida a tiempos muertos o terminen acumulando una duración que no sea la estrictamente necesaria para contar la historia, el arranque de 'La mosca' ('The Fly', David Cronenberg, 1986) es toda una declaración de principios con respecto a lo que veremos en la que servidor considera la obra cumbre del cineasta canadiense: de forma directa, y casi sin darnos tiempo a reaccionar, los créditos a los que Howard Shore acompaña con su magnífico, potente y trágico tema inicial dan paso a una conversación in media res entre los personajes de Jeff Goldblum y Geena Davis, vértices fundamentales alrededor de los cuales gira este ejemplar filme.
Dejando claro en su discurso que tiene entre manos algo que "cambiará el mundo tal y como lo conocemos", la mezcla de inmodestia, soberbia y timidez que refleja de forma soberbiaasombrosa Golddblum en su encarnación de Seth Brundle contrasta con el escepticismo con el que lo mira la periodista a la que da vida Davis, que aún así, en un lapso muy breve de tiempo, acompañará al científico a su laboratorio para asistir atónita al funcionamiento de las cápsulas de teletransportación. Y todo esto en poco más de cinco minutos que son un dechado de concisión narrativa y que, como digo, dejan bien sentadas las bases para lo que comenzará a desarrollarse a continuación.
Trágica casualidad
Remake de la cinta clásica dirigida en 1958 por Kurt Neumann que a su vez se basaba en el relato corto escrito por George Langelaan, 'La mosca' de Cronenberg comenzó su andadura a principios de los ochenta cuando uno de los co-productores del filme contactó con el guionista Charles Edward Pogue para que escribiera un tratamiento de la historia original que, si bien en primera instancia se acercó bastante a lo que se había visto en el clásico tres décadas antes, terminó virando hacia la idea de que la transformación de hombre en mosca fuera de forma paulatina y no el proceso casi instantáneo que se desprendía del filme de Neumann.
Pero el borrador de Pogue no caló como debiera en los ejecutivos de la Fox, que aceptó distribuir el filme siempre y cuando productores y guionista encontraran otra fuente de financiación. Hallada ésta en Mel Brooks, y con la intención de que Cronenberg fuera el director encargado de llevar a cabo el proyecto, la implicación del canadiense en el vano intento de Dino DeLaurentiis de poner en pie la adaptación del 'We Can Remember It for Your Wholesale' de Philip K.Dick —el relato que serviría de cimiento a la fabulosa 'Desafío total' ('Total Recall', Paul Verhoeven, 1990)— forzó a que los productores contactaran con el británico Robert Bierman.
Pero una trágica casualidad —el fallecimiento accidental de la hija de Bierman— se unió al desinterés de DeLaurentiis por la cinta que terminaría protagonizando Arnold Schwarzenegger. Un desinterés que mucho tuvo que ver con el batacazo que 'Dune' (id, David Lynch, 1985) se dio en la taquilla estadounidense y que dejó vía libre al cineasta canadiense para aceptar la propuesta de Brooks y Stuart Cornfeld —el otro productor— y comenzar el proceso de reescritura del guión de Pogue a fin de llevarlo a un terreno que, incuestionablemente, es 100% Cronenberg.
'La mosca', locos por la carne
Como decía al comienzo, sentadas las bases del ritmo imparable de noventa y cinco minutos de proyección que, al igual que el comienzo, son toda una lección de economía narrativa continuada, en lo que Cronenberg transforma el libreto de Pogue —con el que guarda muchísimas concomitancias a pesar de la masiva re-escritura que de él hizo— es en un vehículo para seguir explorando sus obsesiones alrededor del sexo y de la nueva carne —esa de la que hablábamos hace unas semanas con motivo de su 'Videodrome' (id, 1983) y que tanta importancia tiene en su cine.
Una nueva carne que aquí lo es más que nunca visualizada como queda en el doloroso y desagradable proceso de metamorfosis que sufre el personaje de Goldblum: a pesar de caracterizarse por los muchos y muy identificables tics de un actor que está aquí mejor que nunca, la paulatina degradación a la que Cronenberg somete al personaje de Seth Brundle es observada desde fuera con partes iguales de repulsión y misericordia. Una combinación a la que la cinta suma el amor que siente por el brillante científico la Verónica encarnada por Davis y que encuentra precisamente en ese añadido la única falla de un filme que podría haber sido perfecto.
Y es que a la hora de asumir el comportamiento de la periodista, el salto que Cronenberg exige por parte del espectador es tan grande y se sustenta sobre tantas lagunas que, en última instancia, resulta imposible de ejecutar, y los momentos en los que la acción se centra en la protagonista femenina —y en ese obsesivo y ridículo personaje que es el Stathis interpretado por Joe Getz— el filme desciende varios enteros que lo alejan de la superlativa maestría que demuestra en el resto del metraje.
Una maestría que perdió por el camino una de sus más truculentas escenas —el intento de Brundle-mosca de fusionar al babuino con un gato— y que no obstante nos deja innumerables momentos para el asombro derivados tanto de la espectacular labor que realizan en el maquillaje los oscarizados Chris Walas y Stephan Dupuis como de, sobre todo, la espléndida dirección y el constante sentido de la tensión que Cronenberg imprime al metraje y que queda expuesto de forma magistral durante ese clímax de alucine en el que tanto se apoya el resto del espectáculo y que, rubricado de nuevo por la carga dramática del score de Shore, deja completamente demolido al espectador.
Dicha demolición, aumentada sobremanera por la fascinación continuada que hemos ido sintiendo por cómo se nos traslada la metamorfosis exterior e interior de Brundle —sobre todo ésta última, atención al diálogo sobre la política de los insectos— es la que servidor considera el mayor logro de un filme soberbio que logra sobreponerse a sus obvios problemas y se alza, ya lo avanzaba en el primer párrafo, como el mejor filme de una trayectoria que, jalonada por grandes títulos, debería abandonar sus derroteros actuales y recuperar algo del pulso que tuvo antaño.
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