A lo largo de las décadas, la ciencia-ficción literaria ha contado con nombres fundamentales que le han servido de impulso fundamental para insistir en ofrecer a la humanidad esa mirada hacia adelante con la que prender la imaginación de millones de lectores. Y si antes de la década de los ochenta entre dichos "padres" del género tendríamos que contar a Julio Verne, Aldous Huxley, H.G.Wells, Edgar Rice Burroughs, Ray Bradbury, Isaac Asimov, Philip K.Dick o Arthur C.Clarke, durante aquellos "maravillosos años" uno de los autores de mayor calado en la ci-fi fue William Gibson.
Padre del cyberpunk y progenitor del término ciberespacio que popularizaría sobremanera su fundamental 'Neuromante' —una de las pocas novelas del género que se ha hecho acreditora de un Hugo, un Nébula y un Philip K.Dick, los tres premios más importantes relativos a la ciencia-ficción literaria—, fue no obstante en un cuento escrito en 1981 llamado 'Johnny Mnemonic' donde Gibson introduciría por primera vez conceptos que se adelantaban algo más de una década a lo que internet comenzaría a ofrecer a sus usuarios desde mediados de los noventa.
Dos orillas, dos filmes diferentes
Desafortunadamente, y salvo unas notas algo dispersas hacia el apasionante y complejo universo construido por Gibson tanto en 'Neuromante' como en sus dos connotaciones, lo que la adaptación de 'Johnny Mnemonic' (id, Robert Longo, 1995) ofrece al amante del género que pudiera acercarse hoy a ella algo desprevenido —cosa casi imposible con la cantidad de información que circula por la red, pero oye, posible a fin de cuentas— es tan pobre y de tan escueto calado que mejor dedicarse a asuntos más interesantes que acercarse a tan poco agraciada producción.
Una cinta que inicialmente había sido pensada por el escritor y su productor como un filme de pequeño presupuesto —éste hablaba de un monto de financiación de un millón y medio de dólares— pero que terminó escalando posiciones cuando, paradójicamente, ambos fallaron en encontrar a alguien que estuviera dispuesto a respaldar tan modesta cantidad pero sí dieron con quien no tuvo reparos en desembolsar los 26 millones que terminó suponiendo para las arcas de Sony (sic).
Previo a su estreno en Estados Unidos, la cinta se lanzó en Japón con un metraje algo más prolongado —103 minutos en contra de los 96 del yanqui—, una banda sonora compuesta por Mychael Danna y un montaje sensiblemente diferente que, además, depositaba una mayor relevancia en el personaje de Takeshi Kitano, villano desdibujado donde los haya en la cinta que llegó al lado Este del Pacífico. El propio Gibson expresaba de forma bastante elocuente lo que le había pasado a la cinta en ese salto de "charco":
En esencia lo que ocurrió fue que la distribuidora estadounidense se llevó la cinta en el último mes de post-producción y pasó de ser una cinta muy divertida y alternativa a algo que había sido editado de forma poco exitosa y montado para parecer más convencional.
'Johnny Mnemonic', insufrible despropósito
Tremendo eufemismo de alguien que, obviamente, no quería tirar piedras sobre su propio tejado, donde Gibson habla de "convencional" en realidad debería estar haciéndolo de un filme que "no hay por donde cogerlo". Ya estemos hablando de dirección, ya de interpretaciones, de diseño de producción; entremos a valorar la labor de edición, el ritmo narrativo o la forma en la que queda construido finalmente el guión...sea por donde sea, 'Johnny Mnemonic' es uno de los puntos más oscuros que la ciencia-ficción hollaría durante los noventa.
Película de esas de las que guardas un recuerdo poco agradable y que en su revisión confirman que veinte años no sirven sino para insistir con más intensidad en la impresiones que dejaron inicialmente, el filme interpretado por Keanu Reeves —es un decir, claro está— llega a provocar vergüenza ajena, para empezar, por lo hortera que es todo el diseño y, a partir de ahí, por una realización ramplona, carente de recursos e imaginación, por lo confuso y a la par arquetípico que es todo lo que va sucediendo y, por supuesto, por un reparto del que resulta imposible destacar nada.
De hecho, incluso peor que Reeves, que ya es decir, son, ya un Dolph Lundgren que, encarnando a un despiadado asesino cuya principal arma es un cuchillo en forma de crucifijo —y que va ataviado con prendas monacales tibetanas— da risa en cuanto aparece; ya esa imposible heroína a la que da vida Dina Meyer, la pelirroja de rizados cabellos de la que volveremos a hablar dentro de muy poco en este mismo ciclo gracias a cierto superlativo filme de Paul Verhoeven.
Pero, ¿qué se puede esperar de una película que ya arranca mal con ese confuso texto introductorio? Poco, claro, muy poco. Vamos, tan poco, que lo único que acaso destacaría —y no me hagáis hablar del delfín, por favor, no lo hagáis— son aquellos instantes en que el personaje de Reeves, ese correo humano que ha modificado su cerebro para almacenar información y al que persigue la yakuza para recuperar unos datos que podrían cambiar el mundo, viaja de forma virtual por la red de redes. Más allá de dichas secuencias —dos, para se concretos— se abre el abismo. Avisados quedáis.
Ver 19 comentarios