El terror y el cine social llevan unos años teniendo un idilio sorprendente y productivo, convirtiendo a películas como ‘Casa ajena’ (His House, 2020) en estrenos que no sorprenden y siguen asimilándose por un público cada vez más receptivo a las películas que tratan el fantástico con diferentes espectros de contenido dramático. Y lo cierto es que, independientemente de etiquetas, es uno de los mejores estrenos originales de Netflix en 2020.
En un año de pandemia y de Black Lives Matter, no han faltado muchos ejemplos de cine de terror narrado desde la perspectiva de personajes de raza negra, pero casi todos vienen de Norteamérica, con títulos notables como ‘Black Hair’ (2020) o ‘Cámara Policial’ (Body Cam, 2020), que muestran que la vía abierta por Jordan Peele está creando toda una tendencia fortalecida por la apuesta de HBO bajo su tutela, ‘Lovecraft Country’ (2020). Sin embargo, el notable debut de Remi Weekes baja a otro escalón de problemas sociales, la inmigración.
Más que "cine de terror con mensaje"
Con mucho más que ver con ‘Bajo la sombra’ (Under the Shadow, 2016) que con el Horror Noire reciente, ‘Casa ajena’ cuenta las dificultades de una pareja de refugiados de Sudán, un país en guerra, para trata de sobrevivir en un pequeño pueblo de Inglaterra en el que son inmigrantes forzados. Casi como un complemento desde el destino de la interesante ‘Atlantics’ (2019), el film sitúa el tono en el cine social sobre inmigración desde la perspectiva de dos protagonistas que podrían ser cualquier pareja mudándose a una cada encantada.
Si ‘Terror en Amityville’ (The Amityville Horror, 1979) reflejaba irónicamente las dificultades económicas de encontrar un hogar en una sociedad en crisis, a modo de pesadilla inmobiliaria con demonio dentro, ‘Casa ajena’ nos pone en el contexto de la obligación impuesta de la casa encantada, añadiendo un factor de miseria que hace la estancia más terrorífica y asfixiante, dada la obligación de permanecer bajo cuatro paredes y un sinfín de normas. Si a eso unimos la experiencia en un país nuevo, extraño y hostil, las circunstancias alrededor crean una nueva dimensión en el subgénero.
La posición de Bol y Rial es familiar en determinados filmes comprometidos y de calado social, pero novedosa en el cine de horror, lo cual deja abiertas varias vías que Weekes traza de forma inteligente, utilizando la historia para reflejar los conflictos de identidad, las dificultades y la posición de la administración, manejando a los inmigrantes como números y posicionándose como una figura de autoridad, paternalista en el mejor de los casos, que maneja la vida de los seres humanos desde la soberbia asimilada y la relación de poder silenciosa.
This is England
Esto consigue una proyección inmediata del espectador, que puede empatizar con la sensación de extrañamiento de una pareja fuera de lugar, a la que además se le suma la tristeza del duelo por su hija y la dificultad de la adaptación. ‘Casa ajena’ no aparece en un momento cualquiera, y bastan algunas escenas puntuales para establecer un Reino Unido cuya hostilidad con los inmigrantes se transmite de forma cultural, explicando las siniestras raíces del Brexit con una pincelada escalofriante, cuando Rial es repudiada por tres adolescentes negros.
La xenofobia adquirida como respuesta a un racismo prevalente, que hace que un grupo de chicos adopte posturas impactantes que se perciben como algo plausible, en una forma de autodefensa que obliga a exorcizar las raíces como forma de supervivencia. Resulta sintomático que Rial no tenga miedo a los fantasmas de la casa “después de todo lo que hemos pasado”, como le dice a su marido, quien sí que nota las presencias de la casa como algo más amenazante y aterrador, en un buen puñado de escenas de espanto tremendamente efectivas.
Que Bol sea el que más se esfuerza en adoptar las costumbres de su nuevo país, que cree una coraza frente al pasado y sus orígenes, puede tener relación directa con que él mismo sea quien sienta el miedo en sus carnes con más virulencia, pero en realidad el efecto de su trasformación es lo que realmente aterra a Rial, que ve en los chicos que se burlan de ella el reflejo de un miembro de su comunidad asimilado, como si fueran ultracuerpos.
Más en hora y media que muchas series de 10 capítulos
Parte de su repulsión tiene parte en la sensación de ser prisionera en un lugar en el que es fácil perderse, como en la secuencia que queda casi atrapada en un laberinto como el de ‘El resplandor’ (The Shining, 1980) —con gemelos incluídos—, pero en realidad tiene una raíz más misteriosa, en la que los secretos y misterios del pasado de ambos tendrán un papel clave en el devastador tercer acto de ‘Casa ajena’, que eleva la experiencia dejando que las acciones hablen, con una economía de diálogos que dice mucho con poco.
Entre otras cosas, gracias a la mirada de Wunmi Mosaku, con una expresividad fuera de lo común que saca lo mejor de una de las actrices más desaprovechadas en ‘Lovecraft Country’. Pero la narración de Remi Weekes cuenta mucho también solo con imágenes, ya sea con las fugas oníricas y sueños de Bol, ya sea con algunas de las hermosas imágenes en Sudán, desde el plano del hombre ardiendo con una maleta, al horizonte con gente huyendo en la noche entre niebla, miedo y oscuridad.
Imágenes abstractas, visiones tenebrosas, apariciones macabras que caminan entre lo espeluznante y el realismo mágico… el drama se equilibra a la perfección con la imaginería de terror y el contenido social, nada moralizante, que se atreve a caminar por zonas grises que exigen ponderar la compasión y la opinión, macerado con sencillez en un relato ágil, sin un solo minuto de más en su hora y media de buen cine fantástico, con ideas, pero que no borran a los personajes, toda una sorpresa de un Netflix necesitado de estos proyectos que dan solidez a su catálogo.
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