Kirk Douglas ha cumplido un siglo de edad. Es, junto a Olivia de Havilland, que también cumplió un siglo en julio, la última muestra viva de una época del cine estadounidense que no sólo resulta lejana, sino que para muchos es totalmente desconocida. ‘Camino de la horca’ (‘Along the Great Divide’, 1951) fue el primer western que protagonizó, y la única película que hizo a las órdenes de Raoul Walsh, un excelente narrador que dominaba sobre todo el western y el Film Noir.
En 1951 Walsh realizó las prestigiosas ‘Sin conciencia’ (‘The Enforcer’) —en la que se acreditó a Bretaigne Windust como director, a petición del propio Walsh—, ‘El hidalgo de los mares’ (‘Captain Horatio Hornblower’) y ‘Tambores lejanos’ (‘Distant Drums’). ‘Camino de la horca’ suele ser el trabajo menos comentado de aquel año. Lo cierto es que no desmerece en absolutamente nada de los tres films citados. Estamos ante uno de esos westerns violentos en los que Walsh despliega toda su capacidad de síntesis y emite un discurso sobre la diferencia entre ley y justicia.
Directa al grano
La premisa de ‘Camino de la horca’ nos lleva a presenciar cómo el Marshall Lee Merrick (Kirk Douglas) impide e linchamiento de Timothy “Pop” Keith (Walter Brennan), acusado de matar al hijo de un importante y poderoso terrateniente, además de robarles el ganado. Merrick se preocupará de llevar a Keith ante la ley para que reciba un juicio justo; pero no se lo pondrán fácil aquellos que sólo quieren ver colgado a un hombre en pos de la llamada justicia. El film narra una larga persecución en la que el espíritu humano es retratado de forma directa y contundente.
En la propia autobiografía del actor se puede leer que el mismo no estaba demasiado satisfecho con ‘Camino de la horca’ ni con el propio Walsh. Ahí tenemos la respuesta de cómo alguien como Douglas trabajó tan sólo una vez con el director de ‘Al rojo vivo’ (‘White Heat’, 1949). Una pena porque estamos ante un sólido western que va directo al grano, lleno de violencia, con un encomiable sentido del ritmo, algo en lo que Walsh demostró ser de los mejores.
Tan sólo 84 minutos. En una época en la que la capacidad de síntesis no era una rareza —hoy sí lo es— Walsh narra en los primeros minutos decisiones, de varios de los personajes, que provocan desconcierto. Más tarde, en el periplo de los protagonistas, el espectador irá comprendiendo a muchos de ellos. Waslh es transparente, sencillo, claro, jamás simple y vulgar. Así, el excesivo interés de Merrick por salvar de un linchamiento a un hombre va más allá de querer hacer cumplir la ley. Su sentido de la justicia está condicionado por su drama personal.
Ironía y cinismo
En una emotiva —aunque no demasiado, a Walsh no le gustaba cargar las tintas— secuencia nocturna, vemos cómo Merrick, ante la tumba de su ayudante, y también amigo, confiesa sus miedos. Con ellos se tambalean los cimientos de una ley que ha jurado proteger, pero que realmente sirve al más poderoso. Lo que más tarde hemos visto en film como ‘Solo ante el peligro’ (‘High Noon’, Fred Zinnemann, 1952), incluso ‘Harry el sucio’ (‘Dirty Harry’, Don Siegel, 1971), es anticipado aquí por Douglas al final del film cuando tire su estrella de sheriff, gesto acompañado de una gran ironía: le da la pista para saber quién es el verdadero culpable de asesinato.
Ni que decir tiene que tanto Kirk Douglas como el entrañable Walter Brennan están sensacionales en sus respectivos roles, sobre todo el segunda, que juega a la ambigüedad con su personaje. No desentona Virginia Mayo, que ya había trabajado con Walsh en la impresionante ‘Juntos hasta la muerte’ (‘Colorado Territory’, 1949), y su personaje —la hija del acusado—, una mujer en un mundo de hombres, establece además un punto muy cínico en la trama. El amor que siente por ella Merrick es utilizado para no tener en cuenta la opinión del Marshall sobre el acusado durante un juicio que es una pantomima sin gracia.
En una película en la que mueren bastantes personajes, prácticamente todos de forma muy estúpida y en nombre de la “ley”, las diferencias entre todos ellos son por razones mucho más personales, y egoístas. El miedo a la muerte siempre está presente con el amargo sabor de los errores pasados; y aunque podríamos hablar de un final feliz —con ese gag de Brennan, salvado de la horca, pero diciendo que nada peor podría pasarle que tener a la ley en la familia— los tonos fotográficos del nunca lo suficientemente considerado Sidney Hickox no dejan de recordar que para ello han muerto varias personas.
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