Tradicionalmente, los documentales sobre conciertos han sido una excusa para mostrar unos cuantos minutos en el backstage, normalmente de la forma más afable y preparada posible, con el índice de realidad bajado al mínimo, un mero documento promocional con la excusa fan de escuchar seis o siete canciones en vivo para quienes no pudieron estar allí (o lo quieren volver a vivir). Estas películas no tienen otra intención que la de reforzar la idea de la estrella como una persona siempre alegre, que vive por y para la música, no puede esperar a salir al escenario a cantar con sus seguidores y jamás habla de dinero porque lo haría gratis. Y entonces llegó C. Tangana.
Demasiados billetes
No puedo decir que sea el mayor fan de Pucho. Tengo ya una edad y sus canciones como parte de Agorazein y sus primeros raps no entraban en mi radar, al menos hasta que llegó ‘El madrileño’, un disco fabuloso -innegablemente dirigido también a puretas- en el que remezcla la tradición de la música hispana y latina con ritmos y letras actuales. ‘Esta ambición desmedida’ narra lo que pasó después, cuando, tras el éxito, las entrevistas y sonar en todos los sitios llega el ineludible momento de encontrarte con tu público... Y no quieres hacerlo.
Tangana podría haber protagonizado un documental dedicado a la glorificación de su imagen en el que se le viera abrazando niños, cantando ‘Tú me dejaste de querer’ en veinte sitios distintos y fortaleciendo una imagen de chico humilde que, pese a su genialidad autoconsciente, nunca ha perdido de vista el barrio y tiene muy claro su futuro. Sin embargo, las dos horas y cuarto en la que seguimos su gira ‘Sin cantar ni afinar’ son todo lo contrario: un maravilloso compendio de catástrofes, egos desmedidos, traspiés, dudas y errores que convierten al cantante exitoso en un saco de dudas que va a pérdidas.
Todos los que han ido a un concierto de la gira salieron diciendo que el resultado era absolutamente espectacular y único. Más vale que lo fuera. Y es que a lo largo del metraje se nos repite de manera constante que Tangana va a perder un millón de euros por dar rienda libre a todos sus caprichos: la orquesta de viento y cuerda, el telón gigantesco, las pantallas, la dirección cinematográfica, los muebles hechos a medida y hasta los actores. La cámara entra allí donde no debería tener permiso para entrar: las reuniones con la discográfica que afirman sin rubor estar hartos de sus ideas, los camerinos donde el cantante no para de castigarse con la entrada del cuarto violín, los momentos de bajona donde se ve dejando la música de manera definitiva. Esto es verdad, se nota y, francamente, se agradece.
Comerse la gira entera
‘Esta ambición desmedida’ empieza con Pucho afirmando que es un genio mientras da los últimos toques a ‘Bien:(‘ y empieza a intuir algo llamado ‘Disco Latin’, dándoselas de artista abnegado: va a ser algo para él, alejado de lo que busca el público, dejando de lado el rap, etcétera. Poco a poco, a lo largo de la gira vemos el viaje del héroe: Tangana deja de lado su egolatría y ese excesivo mirarse al ombligo para comprender que sin la gente que le rodea, nada de lo que tiene sería posible. Es más, cuando al final le preguntan “¿Eres un genio?”, él responde que solo es un currante más.
Parece preparado por guion -en parte lo está, la película lo resalta en alguna ocasión-, pero a cualquiera le bajaría los humos un año como el de Tangana y los suyos. A lo largo y ancho de la producción de Movistar Plus+ vemos recortes de presupuesto, conciertos cancelados por un huracán, equipajes perdidos, dudas continuas e incluso broncas con aquellos que, se supone, estaban tratando que la gira llegara a buen puerto.
Lejos de matizar, los directores indagan allá donde ningún documental sobre música investigaría: en la cara oculta de la industria tras los focos y el glamour. La manager sentada en el suelo con un Excel abierto afirmando que no puede dar cifras porque aumentan exponencialmente cada día, Tangana quejándose amargamente y afirmando que él no quería estar ahí, una llamada de Zoom en la que el cantante tiene que despedir (al menos momentáneamente) a decenas de personas que no pueden seguirle a Latinoamérica.
Y es sorprendente que un artista que durante años ha basado su imagen pública en reflejar su imagen de éxito a los demás (“AMG berlina con el cuero negro y chapa en lima, en el hueco guardao medio kilo de cocaína”, rapea en ‘Tranquilísimo’) de pronto se muestre tan vulnerable, tan poca cosa, tan estrella arrepentida de serlo. Es más: ha permitido -porque esto ha pasado por su filtro, sin duda- que en el metraje aparezcan otros quejándose de él, de sus manías, de sus gustos de nuevo rico. De que, en definitiva, ni siquiera sabe cantar.
Ir pisando por donde friego
Tristemente, en su tercer capítulo (al final esto es una serie reconvertida en película, o una película troceada como serie, como prefiráis) los directores parecen empeñados en tranquilizarnos y darnos un final feliz que colisiona frontalmente contra lo que hasta ese momento se nos había mostrado. Incluso se meten en una cena, claramente escenificada, en la que Tangana agradece uno a uno el trabajo para sacar ‘El madrileño’ adelante. Da una conclusión satisfactoria a la historia, sí, pero al mismo tiempo uno no puede evitar pensar que el motivo de que esté planteada así es salvaguardar su propia imagen.
Y al final, cuando te has dedicado a mostrar la realidad tan cruda como has podido, sacando a la luz la cara menos amable de la estrella, que en un momento dado incluso llega a increpar a los directores del documental por no sacarlo todo, de pronto se siente como un desinfle innecesario volviendo a dejar el statu quo intacto. Eso no impide, claro, que este sea un documento inédito y fantástico de alguien sufriendo en su momento de mayor gloria, incapaz de disfrutar el éxito, preocupado continuamente por el perfeccionamiento de su proyecto y dudando de manera ineludible sobre su futuro.
Creando un díptico interesantísimo con ‘Sintiéndolo mucho’, el documental sobre Joaquín Sabina donde él mismo se definía en decadencia y que mostraba en la gran pantalla sus ataques de pánico antes de subir a un escenario, ‘Esta ambición desmedida’ es de obligado visionado no solo para los fans de C. Tangana, sino, especialmente, para aquellos que jamás se acercarían a un disco suyo. Porque está plagado de verdad, de dudas e incertidumbre, de metidas de pata, de nervios y lugares inconclusos, de chorizos que hay que recoger y huracanes en el peor momento posible. De vivir, al fin y al cabo.
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