Es obvio que un proyecto como 'Blood Drive' cuenta con todas mis simpatías ya desde la línea de salida. ¿Un refrito de 'La carrera de la muerte del año 2000' que aprovecha su argumento itinerante para homenajear en cada episodio a un subgénero o clásico de la serie B? Es una idea estupenda (aunque no absolutamente original: lo hizo antes el sensacional videojuego 'The House of the Dead: Overkill', que en cada nivel parodiaba un estilo distinto del cine grindhouse), pero quizás su tamaño juega en su contra. Dicho de otro modo: hay directores de serie B que rodaron menos celuloide en toda su carrera que lo que dura la primera temporada de 'Blood Drive'.
'Blood Drive' forma parte de la tanda de series que hace ahora aproximadamente un año estrenó Syfy para revitalizar su programación, reforzando sus contenidos de fantasía y ciencia-ficción ligera. Entre ellos estaban 'Krypton', 'Happy!' y esta 'Blood Drive', que pese a tener una filosofía más o menos afín a éxitos previos del canal (la estrategia de Syfy con ella estaba clara), como el mastodonte 'Sharknado', fue cancelada tras su primera temporada. La serie llega ahora a XTRM en España, donde ya se han emitido un par de episodios.
Con una estética cuyo principal referente son el celuloide gastado, los colores ocres y los títulos de crédito excesivos de las dos películas del 'Grindhouse' de Quentin Tarantino y Robert Rodríguez (aunque por la temática, obviamente nos acercamos más al terreno de asfalto, desierto y altas velocidades de 'Deah Proof'), 'Blood Drive' nos manda al futuro-pasado del "distante 1999". Allí se celebra una carrera ilegal y salvaje en el que acabarán formando equipo una mujer que está para pocas monsergas (Christina Ochoa) y un policía tan mostrenco como resolutivo (Alan Ritchson).
Por desgracia, 'Blood Drive' no sabe estar constantemente a la altura de una propuesta que está muy lejos de supurar la genuina devoción (y conocimiento de causa) de Tarantino y Rodríguez, y casi todo lo que toma son ideas prestadas... de gente que tomaba ideas prestadas a la serie B de los setenta. La estética de VHS gastado es ya la copia de una copia de una copia (y no hablamos de copiar cintas, sino de copiar ideas), y tampoco se molesta en exhibir cierta coherencia: los guiños pueden citar al cine añejo, pero la estética de las secuencias de acción es -lamentablemente- actual, por no hablar de la horrísona banda sonora, todo neo-metal flojeras de tercera categoría, lejos de la abrasiva suciedad funk y blues de las películas originales.
Aunque posiblemente James Roland, creador de la serie, es un fan genuino del cine grindhouse al que rinde indisimulado tributo, 'Blood Drive' se percibe algo agarrotada la mayor parte del tiempo. Su supuesta incorrección política es más bien rancia (la pareja de conductores gays y el humor que propicia, digno de chiste de Arévalo, sería mucho más corrosiva si apuntara en la dirección opuesta) y las temáticas de los diversos episodios se rigen por la pleitesía acrítica al tópico, más que por la intención de dinamitar géneros. 'Blood Drive' pese a que tiene las herramientas propicias, es una imitación, no un comentario.
'Blood Drive': un divertido derrape con trompo final
¿Es entonces 'Blood Drive' un desecho sin demasiado fuste a lo 'Sharknado'? Pues por suerte no, porque con todas sus carencias y su naturaleza de puro usar y tirar, 'Blood Drive' es genuinamente divertida. Empezando por el gimmick que le da vida: los coches de la carrera, debido a la escasez de gasolina, funcionan con sangre humana, y se les pueden lanzar al capó personas enteras (o por partes) porque poseen en el motor unas ruedas dentadas que despedazan a sus infaustas víctimas. Una propuesta brillante que es delirio puro y que se acerca -un poco fortuitamente- a tantas propuestas de la Nueva Carne de los ochenta y cuyos efectos, además, están rodados con mucho gusto, con efectos especiales prácticos y charcos de sangre genuinos, no de CGI.
Porque 'Blood Drive' es extremadamente sangrienta. Carece de la creatividad de cimas del splatter televisivo como 'Ash vs. Evil Dead', pero mantiene el tipo gracias a sus efectos prácticos y su ausencia total de cualquier tipo de mesura, que maridan bien con la avalancha de conceptos de auténtico derribo, lanzados en clave de vomitona de ideas del cine de serie Z: de la corporación villanísima al presentador histriónico y sádico, pasando por el origen de un cyborg que parece sacado de una secuela buena de 'Mortal Kombat'. El conjunto es desequilibrado y algo artificioso, pero como espectáculo descerebrado cumple de sobra su cometido.
El formato de monster-of-the-week, que aquí es un poco grindhouse-of-the-week, también es una buena idea, y permite que se vayan combinando persecuciones, homenajes y subtramas -que no están entre lo más brillante de la serie, sobre todo por la escasa chispa de la que disfrutan los villanos-. Pero en general, los diez episodios son un entretenimiento consistente pese a sus esquemas que se repiten y a que lo que funciona bien en 70 minutos no necesariamente es tan disfrutable durante diez horas. En cualquier caso, una apuesta diferente y atrevida a la que asomarse, siempre que se cuente uno entre el claro público objetivo de este experimento fallido pero trotón de Syfy.
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