Para muchos, 'Big mouth' se acabó desde el diseño de personajes: unos niños cabezones pretendidamente feístas hablando de sexo de forma muy explícita no es plato de buen gusto para todo el mundo. Pero quien se quedó pudo descubrir que la serie no era lo que parecía y narraba el despertar a la sexualidad de un grupo de chavales y chavalas sin remilgos, educando pero sin dejar de lado la diversión.Para los que crecimos acostumbrados a los vídeos educacionales de '¿Qué me está pasando?' y similares zarandajas, 'Big mouth' fue una revelación. Pero han pasado seis temporadas, y la serie ha evolucionado... Y no está claro que sea para mejor.
I've going through changes
En sus primeras temporadas, 'Big mouth' trataba la vida de chavales de trece años y sus monstruos de las hormonas hablando de masturbación, vergüenza, intimidad o explicando el rango de diferentes sexualidades, pero en la temporada 6 se ha convertido en algo totalmente distinto, que lo mismo trata las trampas para penes o las afecciones vaginales como las relaciones tóxicas, las familias desestructuradas o el miedo a ser reemplazado.
No ha sido un cambio repentino, pero en esta sexta temporada es cuando más ha quedado en entredicho que 'Big mouth' ya no tiene mucho que contar salvo que den un salto en el tiempo. En esta temporada, más allá del fabuloso episodio de las vergüenzas relacionadas con la vagina (de calle, el mejor de esta tanda de episodios), se trata de puntillas la asexualidad, el test de pureza o la importancia de la religión en la castidad de los adolescentes americanos, pero de manera más tangencial: la serie sobre el descubrimiento de la sexualidad al final ha decidido que lo que más le interesa es el amor y la familia.
Claro que el sexo forma parte de la columna vertebral de la serie, pero llegados a este punto más como contexto y telón de fondo que como tema central de la misma. Cinco años después de su estreno, la serie ha virado a lo emocional de manera definitiva, con resultados dispares. La relación entre Matthew y Jay, y cómo el segundo cambia poco a poco negando su realidad para impresionar a su pareja, es la mejor llevada y solucionada en un mar de decisiones creativas cuestionables: convertir al padre de Nicky en un tío violento, la relación a distancia tóxica de Andrew o la búsqueda de identidad de Lola podrían haberse solucionado mucho mejor si la serie se hubiese centrado en vez de vivir esta transición entre lo que fue y lo que quiere ser.
Más monstruos, menos hormonas
Aunque no hemos avanzado mucho en términos de trama (salvo un par de cambios, todo acaba más o menos como empezó), el equipo de 'Big mouth', al dejar el sexo más o menos de lado, tiene la oportunidad de hacer crecer a los personajes y no olvidarse, como hacen habitualmente, de lo que ha pasado en episodios anteriores. Aunque presuma de su propia autoconsciencia -incluyendo la parodia de los episodios recopilatorios- lo cierto es que la serie se olvida muchas veces de la personalidad actual de sus protagonistas o de lo que ya han vivido.
Esta temporada acierta donde antes fallaba y falla donde antes acertaba siempre: por ejemplo, en los personajes episódicos. El gato de la depresión, el mosquito de la ansiedad o los pelos púbicos de Lola fueron grandes añadidos en años anteriores, pero parece como si después de 'Recursos humanos' los guionistas se hubieran quedado sin ideas: aquí tenemos un broche de Apple interpretado por Jeff Goldblum (él funciona, la trama no) o los genitales enfadados de Jessi, pero carecen de carisma. Al final, todos los personajes nuevos con cierta importancia provienen del spin-off.
El reparto de voces de 'Big mouth' es muy, muy grande: tiene más de cincuenta personajes que puede introducir en cualquier momento, y centrar la trama tanto en un personaje tan aburrido como Elijah, que ni aporta chistes ni deja comprender por qué Missy está obsesionada con él hasta el punto de prometer pureza o aceptar no pasar de cogerse las manos. Bernie es más divertida (en parte porque está interpretada por la siempre fabulosa Kristen Schaal), pero su despedida es anticlimática y dolorosa. Sobre Montel, el hijo de Connie y Maury, mejor no hablar. 'Big mouth' sigue siendo una buena serie, pero sabe hacerlo mejor.
Once more, with feeling
Soy fan de los episodios musicales. Ya sea el de 'Scrubs', 'Buffy Cazavampiros' o 'Phineas y Ferb', con unas canciones ya me tienes a bordo. Y, sin embargo, 'Big mouth', que en esta misma temporada tiene auténticos himnos, decide hacer el episodio musical menos carismático y gracioso posible, protagonizado por una Lola que se come cada minuto en el que aparece y pedía un episodio completo... en el que no fuera un simple chiste andante.
No es que esta temporada sea mala, y sigue siendo 'Big mouth' con todas sus consecuencias, pero se nota que el equipo le ha puesto mucho más cariño a 'Recursos humanos', una serie que además de chistes guarros tenía corazón, permitía explorar muchos más aspectos del ser humano y mostraba un nuevo mundo repleto de posibilidades. Por primera vez, la serie de Netflix se siente atascada, dando vueltas continuamente en torno a sí misma y buscando de nuevo su propia personalidad. Y es una pena.
Soy plenamente consciente de que este es un análisis serio de una serie que dedica un episodio entero a hablar de que un niño de trece años se ha puesto sin querer una trampa para penes o en la que un monstruo de las hormonas da a luz por el culo a velocidad supersónica, pero al final es la propia 'Big mouth' la que quiere evolucionar, tratar asuntos más personales, valorar a la familia y convertir a sus personajes en algo más que estereotipos. El problema es que después de tanto tiempo se ha olvidado de cómo quererlos.