‘Belfast’ es la nueva película de Kenneth Branagh que se estrena en cines el 28 de enero, y en ella el director recupera sus memorias usando la perspectiva de un personaje ficticio, un niño de 9 años llamado Buddy (Jude Hill) que vive en su ciudad natal, para examinar y recrear el período en que las tensiones que habían hervido a fuego lento en Irlanda del Norte en los 60 se desbordaron, iniciando un período de conflictos religiosos y políticos conocido como “The troubles”, que se extendería los siguientes 30 años.
La película comienza con tomas panorámicas a todo color de la ciudad actual y, en un gran fundido subiendo una muro, se convierte en una escena callejera en blanco y negro repleta de niños jugando al fútbol, vecinos entrando y saliendo de casas adosadas o madres charlando en los portales y llamando a sus hijos para comer. La perspectiva feliz de Buddy se rompe con la aparición repentina de una turba a la vuelta de una esquina, con hombres enmascarados que arrojan cócteles Molotov y queman coches.
El conflicto irlandés a través de un niño
La estampa idílica cambia en pocos segundos a un caos con movimientos de cámara espasmódicos mientras la gente se pelea y, entre el tumulto y la lluvia de piedras aparece la madre de Buddi, con una tapa de un cubo de basura agarrando a su hijo para sacarlo del peligro, en un instante que parece emular una estampa épica de algún tipo de diosa clásica sin utilizar un efecto especialmente dramático. Branagh nos deja claro su visión de su madre, y da las claves del corazón de la película: un homenaje incondicional a su familia.
Pronto, aparecen los tanques y las tropas británicas revisando papeles para configurar la zona cero de los disturbios de agosto, que sentarían las bases para la violencia sectaria que asolaría el Úlster durante décadas. Los militantes que trataban de echar a los católicos de un barrio mayoritariamente protestante quemaban tiendas y casas en la que se conoce como la "Batalla del Bogside, que se prolongó durante tres días, estableciendo el conflicto para el padre de Buddy, protestante pero no a favor de la presión contra sus vecinos y amigos.
Esta dignidad en un estado básicamente en guerra genera una posición de “estás contra ellos o contra nosotros” que hacen que la familia se debata entre quedarse en la casa que conocen y huir por el bien de los niños. Branagh ofrece en casi todo momento la perspectiva de Buddy, partiendo sutilmente el plano para generar dos puntos de vista, el de los adultos discutiendo y el de el niño escuchando al otro lado del tabique, encima de las escaleras o en otra habitación. ‘Belfast’ trata de separarse lo mínimo de la mirada inocente de un niño para introducir la situación.
Cine de autor sin rimbonbancia
Branagh no busca dar soluciones ni respuestas, en un movimiento muy inteligente resume las posiciones desde una postura de escepticismo, con mucha ironía y también humor blanco, explicando su mirada a la religión católica con un hilarante sermón que plantea el dilema del buen y mal camino a un niño que solo quiere sacar buenas notas para sentarse cerca de la niña que le gusta en el colegio. Además de una exploración sensible de la difícil situación de personas decentes rodeadas de fanatismo, ‘Belfast’ también celebra el amor y los afectos en muy distintas formas.
Desde la camadería de los vecinos, la ternura de sus abuelos hasta el matrimonio de los padres de Buddy, en donde queda clara su postura sobre la unidad familia y el valor de los lazos que conectan a los personajes principales a pesar de la tensión de fuerzas externas, hay más una defensa del sentido de comunidad Irlandés frente a la adversidad que el de los valores tradicionales. El humor negro frente a la desgracia, rezuma retranca y carácter y nunca deja de ser una visión general de la concordia frente a la amenaza irracional, aunque a veces gane esta.
Todos estos temas aparecen bajo una apariencia de cine autoconsciente y “artie” de otros coming of age recientes, pero, aunque la fotografía en blanco y negro de Haris Zambarloukos quita el aliento y está llena de detalles, a diferencia de otros autores que añaden un extra de solemnidad e intensidad contemplativa para lograr una pieza que arranque los “oohs y aahs” de la crítica, Branagh nunca deja de narrar y contar en cada plano, enriqueciendo de información las perspectivas, jugando con los reflejos de forma magistral, como la toma del hospital con unas enfermeras en el cristal que nos dan la pista de hacia dónde irá el siguiente momento.
La primera gran película del año
El uso del cenital o los contrapicados, siempre están justificados y hay una voluntad de concentrar detalles no escritos en el guion propio del cine más clásico, desde el neorrealismo a Godard, que concentran la historia en 98 minutos, convirtiendo ‘Belfast’ en la rarísima “película de Óscar” de los últimos tiempos que evita minutos innecesarios al espectador y es capaz de resultar verdaderamente hermosa visualmente sin apretarse mucho la corbata ni resultar petulante o pesada.
Detalles pequeños, como cuando la familia va al cine, y las imágenes que vemos en esa pantalla en color, contrastan la vida cotidiana con una vía de escape para Buddy que nos da pistas de las razones por las que el cineasta se enamoró del oficio por primera vez –ojo al guiño Marvel–. El amor por las películas, como ‘Chitty Chitty Bang Bang’ o ’Hace un millón de años’ se derrama también en el recuerdo y los westerns como ‘El hombre que mató a Liberty Balance’ o ‘Solo ante el peligro’ modelan la visión del niño de su padre de forma que pone los pelos de punta, con un valiente uso ‘Do not forsake me, oh, my darling’ sin miedo al ridículo en la escena clave de la película.
Desde sus primeros planos de situación a su conmovedor final, ‘Belfast’ es pura emoción. Kenneth Branagh muestra la honestidad confidente de los grandes maestros y consigue un equilibrio imposible entre la belleza en blanco y negro del cine de autor y la fluidez narrativa de los clásicos, explorando el conflicto irlandés con agudeza sin restarle alma a su historia ni resultar nunca demasiado ampuloso. Excepcional.
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