Con la llegada, proliferación y asentamiento de las plataformas de streaming, y del mismo modo que ocurrió durante la década de los 50 con la aparición de la televisión, los estudios y distribuidores tradicionales se han visto obligados a aplicar un extra de esfuerzo e inventiva para preservar la conocida como "experiencia cinematográfica" y levantar a los espectadores potenciales del sofá con la intención de, con suerte, redirigirlos hacia las salas de cine.
Las dos grandes estrategias empleadas para intentar llevar a buen puerto este complicado cometido pasan por construir narrativas interconectadas a través de diferentes proyectos —y, potencialmente, apuntaladas sobre licencias existentes—, como es el caso del ambicioso Universo Cinematográfico de Marvel o, ya sea como alternativa o de forma alternativa, brindar al respetable espectáculos imposibles de concebir en formato doméstico.
Esto último es, precisamente, lo que ha vuelto a hacer James Cameron con su fascinante 'Avatar: El sentido del agua' trece años después de revolucionar —una vez más— la industria con la primera entrega de la ahora franquicia. Y es que, con su titánico nuevo proyecto, el rey del blockbuster ha dado forma a una portentosa catedral audiovisual en la que tecnología, creatividad y corazón reman en una misma dirección que justifica por sí sola la existencia de la gran pantalla.
La fastuosidad del Hollywood dorado
Mientras veía, casi hipnotizado, y reposaba posteriormente la segunda aventura de Jake, Neytiri y compañía, no dejaban de llegar a mi mente pensamientos que unían lazos —mucho más sólidos de lo que pueda aparentar a simple vista— entre esta 'Avatar 2' y algunas de las superproducciones más ostentosas y memorables del Hollywood dorado como 'Los diez mandamientos', 'Ben-Hur' o la 'Cleopatra' de Joseph L. Mankiewicz.
Todas ellas comparten una naturaleza marcada por un gusto por el exceso que, en última instancia, terminan transformando en arte. Metrajes abultados que superan las tres horas e, incluso, llegan a las cuatro; despliegues multimillonarios edificados con materiales tangibles o con unos y ceros, estudios permisivos frente a lo que pueden parecer auténticas locuras, torrentes de creatividad y ambición imposibles de encauzar... una serie de puntos en común que se traducen en todas las ocasiones en obras únicas e irrepetibles.
Al igual que en los ejemplos mencionados, el aura de grandeza que rodea cada minuto de metraje de 'El sentido del agua' está generada, en gran parte, por su percepción del espectáculo visual. Cameron y su equipo, como ya hicieran en 2009 con la 'Avatar' original, han vuelto a marcar un antes y un después en el terreno de los VFX y la integración de imagen real con material generado por ordenador, dando como resultado instantáneas imposibles de imaginar y difíciles de borrar de la retina.
Personajes, entornos y, lo que es aún más asombroso, fluidos, lucen a un nivel impensable en lo que a detalle, textura, iluminación y realismo se refiere, potenciados por un 3D de vanguardia y por la inteligente incorporación del HFR en buena parte de los planos. Prodigios técnicos que, por otro lado, no serían nada sin un diseño de producción a la altura que convierte cada escena en un auténtico deleite para las retinas.
Cuestión de tiempo
No cabe duda de que 'Avatar: El sentido del agua' encuentra su gran punto débil en una narrativa tremendamente descompensada; sensación que se acentúa debido a la extensa duración de la película, de 192 minutos. Es perfectamente comprensible que, para muchos, las dos primeras horas supongan un trámite poco menos que tortuoso pero, bajo mi punto de vista, es este tramo tan dilatado y enamorado de sí mismo el que convierte el largometraje en algo tan especial.
Durante este tramo es cuando James Cameron transmite el profundo amor que profesa por los personajes que ha creado y, sobre todo, por el universo que habitan. Visto de este modo, los altibajos en la progresión dramática y las pausas en la trama para poner frente a nuestros ojos lienzos diseñados única y exclusivamente para maravillar y hacer más vívida nuestra estancia en Pandora, lejos de ser un lastre, terminan estando más que justificadas.
No obstante, es una vez se supera esta barrera y nos introducimos en su apabullante último tercio cuando 'Avatar 2' saca la artillería pesada y moldea un torbellino de emociones a flor de piel, acción de primera categoría y setpieces únicamente a la altura de su autor. Un tramo final que, con permiso de 'Top Gun: Maverick', es lo más espectacular que ha pasado por nuestras salas en todo el curso cinematográfico 2022 que está a punto de concluir.
Tras haber permanecido estupefacto más de tres horas clavado en una butaca con los ojos abiertos de par en par y de haber vertido alguna que otra inesperada lágrima furtiva, lo único que puedo decir es que el cine no sólo está vivo; también continúa siendo más grande que la vida, sigue siendo capaz de ilusionar y, lo que es más importante, sigue siendo capaz de sorprender. Algo sólo a la altura de los más grandes e incompatible con prejuicios y recelos infundados, le pese a quien le pese.
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