Como casi todo en esta vida, el medio cinematográfico está en constante evolución. Ya sea a nivel técnico, narrativo o formal, los cánones y mecanismos de articulación del discurso fílmico no cejan en su empeño de modernizarse para tratar de satisfacer a un público cuyos paladares modifican de igual modo sus apetencias con el inexorable paso del tiempo.
Con esta nueva adaptación de 'Asesinato en el Orient Express', el cinco veces nominado al Oscar Kenneth Branagh revitaliza el clásico literario homónimo de Agatha Christie, publicado en 1934, remodelándolo para las nuevas generaciones de espectadores; y lo hace con un ejercicio que sabe combinar el clasicismo inherente al material original con unos pespuntes de frescura que convierten al filme en uno de los entretenimientos más sólidos y estimables de este año.
'Asesinato en el Orient Express' es la más viva representación de dos épocas, estilos y necesidades comerciales en constante lucha; algo que trasciende a la novela para hacerse más palpable al poner frente a frente la visión de Branagh con la que ofreció Sidney Lumet en el 74 de la mano de Bacall, Bergman, Connery, Perkins y un mítico Albert Finney en la piel del investigador belga protagonista.
Esta versión de 2017 hereda la cadencia y el espíritu de la cinta de los setenta, a su vez legado por el escrito de Christie y apuntalado sobre sus oscuros y enigmáticos personajes, para salpimentarla haciendo gala de una destreza y desvergüenza envidiables con una retahíla pasajes dominados por el espectáculo audiovisual y las filias propias del blockbuster contemporáneo.
De este modo, Branagh no teme en ningún momento dotar a su particular Cluedo ferroviario de un tono de lo más peculiar que, sin traicionar al texto base, transforma 'Asesinato en el Orient Express' en una suerte de show casi vodevilesco. En él la constante intriga que cimenta el relato se ve contrastada por unos despuntes cómicos de lo más acertados, atreviéndose incluso a reconvertir al infalible Hercule Poirot en una suerte de héroe de acción en alguna de sus secuencias.
Es la figura del eterno detective, personificada por un Kenneght Branagh tan eficiente delante de las cámaras como detrás de ellas —donde, si bien es cierto, se muestra excesivamente contenido e incluso algo rutinario—, la que imprime la inmensa mayoría del carácter y encanto que atesora el largo. El británico parece estar pasándoselo en grande desplegando el moderado histrionismo de su personaje, oculto tras un exagerado bigote que parece reflejar los visibles ademanes hollywoodienses de esta 'Asesinato en el Orient Express'.
Desde su sorprendente y notable reparto, capaz de brillar sin apenas esfuerzo, hasta su gratificante y estimulante propuesta audiovisual, todo en esta nueva aproximación a la novela de Agatha Christie está al servicio del goce y disfrute de un respetable que, de saber perdonar la falta de espacio para la sorpresa, se encontrará con un par de horas deliciosas. Una inusitada oportunidad de hacer confluir bajo el techo de una sala de proyección a cinéfilos de varias generaciones, y que agradará tanto a neófitos como a los más veteranos que sepan evitar las siempre odiosas comparaciones con el filme de Lumet.
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