Hace poco se estrenaba entre nosotros 'Dolor y dinero' ('Pain & Gain', Michael Bay, 2013) en la que se narra la historia de tres idiotas en busca del sueño americano. Roland Emmerich fue considerado en su país natal, Alemania, como una especie de sosias de Steven Spielberg, sobre todo por películas como la infumable 'El secreto de Joey' ('Joey', 1985) —en la que hay homenajes al cine de Lucas y Spielberg casi en cada plano—, y en su odisea personal por convertirse en uno de esos directores de Hollywood que hacen cine para las masas, lo cual no tiene nada de malo, se esforzó por demostrar su admiración hacia sus ídolos que, dicho sea de paso, también son los de media humanidad. Films como 'Stargate' (id, 1994) o 'Independence Day' (id, 1996) —dignos entretenimientos— así los atestiguan.
A partir del remake con monstruo japonés, y con la excepción de la curiosa 'El día de mañana' ('The Day After Tomorrow', 2004), todo cambia y el cine de Emmerich se vuelve más plano que nunca y el caos se apodera del mismo. De repente el Rey Midas no es el modelo a seguir, sino Michael Bay, con quien parece querer competir para ver quién es el que más marea al espectador con millones de plano por segundo. Además se lleva la palma poniendo en pantalla guiones de una estupidez deslumbrante. Tras ese intento de cine serio llamado 'Anonymus' (id, 2011) vuelve a lo que más le gusta, explosiones, tiros, persecuciones, peleas, chistes malos y un patriotismo de andar por casa que no es que moleste, es que dan ganas de volar la Casa Blanca de verdad.
(From here to the end, Spoilers) 'Asalto al poder' ('White House Down', 2013) es bastante similar a 'Objetivo: La Casa Blanca' ('Olympus Has Fallen', Antoine Fuqua, 2013), siguiendo una vieja moda en Hollywood de filmar a pares películas de temática muy similar. Como hablamos de Bay es oportuno citar el ejemplo de las dos películas sobre meteoritos que amenazaban nuestro planeta y vieron la luz en 1998. Esto es lo mismo, pero con la sombra del terrorismo y poniendo sobre la mesa la delirante situación hipotética de un ataque contra uno de los lugares más seguros, dicen, del mundo, la Casa Blanca. Creo que cualquiera de las dos películas es una pérdida de tiempo, aunque la de Fuqua tiene un momento —el del ataque en cuestión— que me parece bien filmado y con la violencia necesaria; el resto es una sucesión de tópicos y humor zafio. Roland Emmerich lo tenía fácil para superarla, pero lamentablemente se ha quedado a la misma altura, o peor si cabe.
Es evidente que el modelo a seguir es la magistral 'Jungla de cristal' ('Die Hard', John McTiernan, 1988), que dicho sea de paso es el modelo del 90% del cine de acción que se realiza. No obstante, Emmerich ha decidido pasar por completo de las enseñanzas del que probablemente sea el mejor director de cine de acción moderno y se ha pasado por el forro todo lo que una buena película de acción debe ser, que para eso él tiene su estilo inconfundible. Que una película de más de dos horas tenga hora y media de acción sin descanso no significa que sea entretenida —lo mínimo que una película de acción debe ser—, si ésta no está bien filmada o está repleta de situaciones absurdas y diálogos penosos. Las masas deciden, claro, pero teniendo en cuenta el relativo fracaso que ha tenido en su país, me da que a las masas no les gusta que les sirvan productos tan planos y vacíos como el que nos ocupa.
La primera media hora de 'Asalto al poder' es una especia de manual de cómo funcionan las cosas en la Casa Blanca, propaganda de tomo y lomo con un detalle en el guión que puede provocar pesadillas. La hija del héroe al que interpreta Channing Tatum —también productor ejecutivo y quien si se esfuerza un poco más puede ser un aceptable héroe cinematográfico—, y cuyo personaje recae en la joven actriz Joey King —una actriz con cierto talento natural y a la que ya hemos podido ver en películas como 'El caballero oscuro: La leyenda renace' ('The Dark Knight Rises', Christopher Nolan, 2012) o la reciente 'Expediente Warren. The Conjuring' ('The Conjuring', James Wan, 2013)—, tiene una pasión, y esta no es un videojuego, o un grupo musical, o un actor guapo, no, su pasión es todo lo relacionado con la Casa Blanca y el presidente de los Estados Unidos. Detalle este que se extiendo a lo largo y ancho del metraje, y como no hay nadie que le suelte una buena hostia para que se deje de tanta tontería, tendrá su propio momento catártico antes del final en una secuencia que hace pensar en 'La roca' ('The Rock', Michael Bay, 1996).
El resto son secuencias de acción de dudoso gusto —la que termina con un coche en el agua es vergonzosa de lo mal planificada que está— y un desfile de actores cuya intervención en este engendro solo puede justificarse con el hecho de que hay que llegar a fin de mes. Jamie Foxx puede que sea el que más empatiza, un presidente de lo más enrollado en plan Obama, y los veteranos James Woods y Richard Jenkins tiene funciones muy particulares que cualquiera con bagaje en este tipo de películas ya las descubre a los cinco minutos de función. Es increíble, por no decir directamente sonrojante, cómo Emmerich desaprovecha absolutamente todo su material, hasta el uso del poder de la información, endeble detalle argumental en una historia llena de idioteces. Personajes que vienen y van, ñoñería que indigesta sin piedad y una vez más el confundir aparatosidad con espectáculo.
Y lo que es peor, ¿cómo una tipa tan morbosa como Maggie Gyllehaal, y buena actriz evidentemente, está tan, tan, tan desaprovechada con un personaje florero? En fin, me retiro a hablar de James Cameron para el especial de placeres culpables.
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