‘¡Qué ruina de función!’ (‘Noises off…’, Peter Bogdanovich, 1992) es un claro precedente de esa rabieta superficial titulada ‘Birdman’ (id, Alejandro González Iñárritu, 2014), aun con la diferencia de poco más de dos décadas, y sus cambios en la percepción y disfrute del séptimo arte, en medio. La película, basada en una obra teatral de Michael Frayn tuvo una distribución limitada por medio mundo, en España no llegó a estrenarse, y su “fama” ha ido creciendo con el paso del tiempo. Es más, estos 22 años la han hecho aún más buena de lo que ya era cuando se estrenó.
Bogdanovich, que puede ser considerado sin temor a la exageración, como el director vivo más cinéfilo que existe; alguien que se dedica al cine, ahora con mucho menor favor popular que a principios de los setenta, habiendo sentido además la pasión que todo cinéfilo posee por un arte cuyo mayor hándicap es que está hecho para las masas. Con ‘La última película’ (‘The Last Picture Show’, 1971) y la desternillante ‘¿Qué me pasa Doctor?’ (What’s Up, Doc?’, 1972), que le llevó a protagonizar una gloriosa anécdota con Howard Hawks sobre las influencias y/o los plagios, ha dejado su huella en el cine.
Una comedia de enredo
Un radiante Michael Caine da vida a un director teatral que narra las vicisitudes de una compañía en la representación de una comedia de enredo –algo que a Bogdanovich le sirve para rendir homenaje a su época preferida del cine, quedando muy claro además la situación de la secuencia representada durante todo el film, una comedia de enredo−, preocupado en un principio por el éxito de la misma. El público, el espectador, es testigo de tres puntos de vista totalmente diferentes del mismo acto de la obra, en los que la improvisación ante lo inesperado irá en aumento hasta lo delirante.
El ensayo previo al estreno, y dos fatídicas representaciones, representan, nunca mejor dicho, el cambiante devenir de un arte, en este caso el teatro –aplicable también al cine−, sujeto a improvisaciones, imprevistos, y cómo no, a la influencia personal, a las experiencias vitales, enlazando ficción y vida de forma totalmente coherente, lógica, pero ante todo, divertida, muy divertida. No hay negocio como el del espectáculo, reza el famoso tema musical de Irving Berlin, y ‘¡Qué ruina de función!’ rinde un homenaje de lo más sentido a dicha afirmación.
Bogdanovich además no se queda con homenajear al teatro y todo lo que le rodea. La puesta en escena desvela enseguida más intenciones al introducir la cámara en el escenario donde recordemos se representa una comedia de enredo, y pasa a realizar narración puramente cinematográfica, con travellings, plano/contraplano, etc, convirtiéndose así en la mirada del espectador que siempre tiene que fijar su vista en un punto del escenario; rizando aún más el rizo en el segundo segmento, por así llamarlo, tras los decorados.
Vida y ficción
Dicho segmento propone una screwball comedy, a ritmo vertiginoso, en la que las relaciones personales de todos los implicados en la obra, con amoríos, mentiras y demás miserias humanas, emergen como verdaderos protagonistas de la silenciosa mini función, un delirio de ritmo y planificación con todo un elenco absolutamente entregado a una comicidad física, casi anacrónica pero que funciona a la perfección. La vida como algo mucho más interesante, y gracioso, que la propia obra de ficción, que a esa altura ya conocemos previamente y somos capaces de seguir incluso tras los decorados.
El tercer acto es otro delirio supremo en el que todo se mezcla, e incluso el propio director de la obra tiene que tomar partido. Sin bajar ni un ápice el ritmo de la película Bogdanovich pone sobre la mesa temas a cerca de los elementos de toda representación: improvisación, el mismo personaje interpretado por dos, incluso tres, actores diferentes, miedo escénico, experiencia cuestionada, etc, todo ello ante un público estupefacto pero que siempre tiene la risa a punto, el mayor agradecimiento por parte del receptor final del arte.
El elenco no puede estar mejor elegido, con actores jóvenes, y veteranos, procedentes de varios géneros. Michael Caine es un inmejorable maestro de ceremonias, poseedor además de los diálogos más inteligentes y con más mala leche de la función. Destaco al tristemente desaparecido Christopher Reeve, siempre conocido por hacer de Superman, y que aquí realiza una brillante composición, riéndose de sí mismo al alejarse de la imagen de superhombre, o macho, que se esperaba de él. La aversión a la sangre es de lo más acertado en la definición de su personaje, además con él Bogdanovich hace hincapié en las diferentes formas de justificar las motivaciones de un personaje.
Vida y ficción se dan la mano y al final cae el telón con Broadway de fondo. La función ha terminado, la vida sigue, y el espectáculo debe continuar.
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