‘Motín en el pabellón 11’ (‘Riot on Cell Block 11’, Don Siegel, 1954) es una de las películas pertenecientes a la etapa menos conocida de su director, en la que el film más famoso es ‘La invasión de los ladrones de cuerpos’ (‘Invasion of the Body Snatchers, 1956), también producida por Walter Wanger, quien quiso personalmente hacer una película que reflejase la vida en las cárceles, lejos de los típicos films de prisiones que solían hacerse. La propia experiencia de Wanger —encarcelado por disparar al supuesto amante de su mujer, Joan Bennet— bastó como motor impulsor.
Siegel, salido del cine clásico y convertido en uno de los mejores narradores del cine estadounidense, capaz de conjugar clasicismo y modernidad como pocos, fue apreciado, y nunca lo suficiente a mi parecer, a partir de mediados de los sesenta, y sobre todo los setenta. Films como ‘Código del hampa’ (‘The Killers’, 1964), ‘Brigada homicida’ (‘Madigan’, 1968), y sobre todo ‘El seductor’ (‘The Beguiled’, 1970) se llevan, merecidamente, los elogios más destacados. Pero su época anterior está llena de joyas “escondidas”.
‘Motín en el pabellón 11’ (‘Riot on Cell Block 11’, 1954) es una de ellas, juntos a las imprescindibles ‘Crimen en las calles’ (‘Crime in the Streets’, 1956) y ‘Contrabando’ (‘The LineUp’, 1958). Una película directa, sombría, narrada e interpretada a la perfección. Aspecto de film pequeño, pero de gran trascendencia, al plasmar sin ningún tipo de rubor la injusticia cometida dentro de las prisiones, esos lugares que se suponen son para reformar a los convictos. El argumento, además de la experiencia personal del productor, se inspira en algún que otro motín en una prisión estadounidense.
El film da comienzo precisamente con ese dato, a modo de documental, informando sobre la necesidad de reformar las prisiones americanas, que acogían a más reclusos de los que podían. El sobre exceso de las cárceles se muestra en varias secuencias llenas de extras, y en las que Siegel maneja hábilmente espacio y planificación. Poco presupuesto no significa baja calidad cuando uno tiene talento, y a Siegel le sobraba. Manejaba la tensión como pocos, y de eso en ‘Motín en el pabellón 11’ hay mucho.
El espectador que se acerque a la película, a día de hoy, se quedará muy sorprendido por el parecido argumental, excesivo, con la popular ‘Celda 211’ (Daniel Monzón, 2009) —aunque el film de Monzón desarrolla hilos aquí solo apuntados, como por ejemplo la mujer embarazada del novato—, hasta existe el cabecilla del motín que pide a las autoridades mejoras en la prisión, a cambio de guaridas secuestrados. Pero Siegel se centra en la tensión del conflicto, mientras dispara una fuerte crítica al sistema.
Tensión y realismo
Para manejar la citada tensión, Siegel no echa mano del corte de planos en secuencias importantes, las filma del tirón. Sirvan como ejemplo aquellas en las que el alcaide se dirige al pabellón 11 para comunicarse con el cabecilla —excelente Neville Brand—, primero desde el lado derecho del plano, más tarde desde el izquierdo. Siegel filma todo el trayecto sin un solo corte. Al final del film, cuando cierto teléfono suene en el interior de la cárcel en un momento clave, repite la operación, pero los personajes corren en lugar de caminar. La duración de la secuencia es la misma, la tensión en el límite.
Ese manejo de la planificación —con el alcaide desplazándose hacia un lado del encuadre, y en el caso de los presos en plano fijo, apareciendo del fondo del mismo— infiere al film un crescendo dramático importante. La situación es de por sí muy violenta, pero podría ser la perdición para todos. Además ‘Motín en el pabellón 11’ juguetea con el Film Noir en las subtramas que se producen entre los presos, de la más diversa índole.
Siegel volvería a filmar al otro lado de los barrotes en su última gran película, ‘Fuga de Alcatraz’ (‘Escape From Alcatraz’, 1979), en la que los ecos de una de las obras maestras de Jacques Becker son más que evidentes. ‘Motín en el pabellón 11’ fue parte del comienzo, y antes ‘Fuerza bruta’ (‘Brute Force’, Jules Dassin, 1947).
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